sábado, 22 de junio de 2013

La catedral de Santiago de Compostela, arte y religiosidad (II)


Piedra y arte.
Termino mi homenaje a la catedral compostelana con un recorrido pétreo y artístico por sus espacios exteriores, por sus fachadas y por sus magníficas plazas.

Una vez que finalizo mi visita por el interior de la basílica, salgo por la puerta de Platerías para admirar los variados exteriores del templo. Contemplo la fachada del Tesoro, diseñada por Gil de Hontañón, que cierra el palaciego claustro por el lado que da a la Plaza de Platerías y que aloja, además, las tiendas de los plateros. Se considera uno de los más perfectos trabajos del Renacimiento gallego. Juega con una oposición de ritmos, utilizando vanos semicirculares, medallones, arcos de medio punto, todo ello rematado por unos trabajos de crestería flamígera calada. La Torre del Reloj, también conocida como Berenguela, que con su altura parece dominar toda la urbe, marca las horas en la ciudad compostelana con el sonido grave de su campana. 


 La magnífica decoración escultórica en las fachadas norte, sur y oeste se organizaba en función de un programa iconográfico independiente; pero que, al mismo tiempo, se producía una interrelación entre las tres, cuya función esencial era la de adoctrinar e ilustrar. Así, en la fachada norte, o del Paraíso, hoy día conocida como la de la Azabachería, se representaba la creación del hombre, el pecado y la expulsión del Paraíso. Este programa iconográfico hay que seguirlo a través de la fachada sur, la de Platerías, una de las más interesantes del románico.


En el siglo XVIII, cuando el cabildo derriba la fachada de la Azabachería, con el pretexto de que se encuentra en mal estado, muchas de sus piezas escultóricas se colocan en la fachada sur con la que formaba una unidad: el pecado hizo necesaria la Redención, tema base de Platerías, al que hay que añadir el nacimiento y la Pasión de Cristo. Debido a esto, la fachada de Platerías me transmite la impresión de que estoy ante una profunda distribución anárquica, al producirse una yuxtaposición y un desorden de piezas iconográficas de diversa procedencia: la curación del ciego, las tentaciones de Cristo, la Epifanía, la figura de la adúltera, la de David, la expulsión del Paraíso, el zodíaco, representaciones demoníacas, el Pantocrátor,  la pasión de Cristo y su Transfiguración…. Y entre todas estas representaciones, aparece el elemento de unión entre ambas fachadas: la Anunciación.
El maestro de Platerías ha dejado su impronta no sólo en correcciones arquitectónicas del plan primitivo que afecta a las naves, al crucero, a la iluminación o a las tribunas, sino también ha dejado su manifestación artística en los pliegues, las cabelleras que caen desordenadamente, los rasgos faciales de las esculturas y relieves que decoran Platerías.


El proceso de renovación urbanística en la parte oriental de la catedral se inició con la decisión, por parte del cabildo, de empedrar el antiguo cementerio. Se crea, así, la Quintana, una de las plazas más entrañables de Santiago, centro de reunión de mercaderes y de actos procesionales. La construcción de unas escaleras divide esta plaza en dos niveles: “Quintana de Vivos” y “Quintana de Mortos”. Además, en ella se abre, durante todo el año jubilar, la Puerta Santa o de los Perdones. Una serie de figuras, denominadas los “Veintisiete de la Puerta Santa” parecen custodiar el acceso a la catedral de todo peregrino que desee ganar las indulgencias. Algunas de estas figuras escultóricas formaban parte del coro pétreo románico y fueron incorporadas, armoniosamente, a esta puerta.
Todo el conjunto de galerías, obeliscos, torres, ábsides románicos que conforman esta parte de la catedral y su plaza, contrasta con la sobriedad del convento de San Paio de Antealtares que parece querer transmitir una sensación de recogimiento.






Rodeo la catedral y llego a la Plaza del Paraíso, junto a San Martín Pinario, lugar donde los artesanos y comerciantes se reunían. En esta fachada antigua del Paraíso, hoy de la Azabachería, el Neoclásico ha dejado sus huellas. Aunque concebida dentro del estilo barroco, el conjunto supo pasar de las fórmulas barrocas a las clásicas. Frontones, medallones y trofeos militares transforman el proyecto barroco, otorgándole a esta fachada un nuevo estilo y elegancia.


Debo cruzar el arco de Gelmírez para acceder a la Plaza del Obradoiro y admirar la maravillosa fachada occidental de la catedral que impresiona por su majestuosidad y exuberante decoración. En la explanada de esta plaza, corazón de la ciudad, los canteros trabajaron el granito para erigir la admirable basílica. El Hostal de los Reyes Católicos, el magnífico Palacio de Raxoi, el edificio de San Xerome, el palacio de Xelmírez y la fachada principal del templo rodean esta plaza que se muestra al visitante en toda su grandeza.


 







 
La fachada del Obradoiro, diseñada por Fernando Casas Novoa, a mediados del siglo XVIII, con sus estatuas, columnas, pináculos y balconada, es un magnífico escenario arquitectónico para el arte barroco gallego. Pero primero hay que fijarse en sus monumentales escaleras, realizadas por Ginés Martínez y que pretenden modificar la ordenación visual y espacial de todo este conjunto. Esta suntuosa escalinata, de planta rectangular, busca engrandecer, tanto material como simbólicamente, la catedral. La espléndida fachada del Obradoiro se erige, pues, sobre esta admirable escalera, desarrollando un ascensional cuerpo central que recuerda un inmenso retablo, sobre el que florece la orfebrería granítica en numerosas formas geométricas y vegetales.
En lo alto de esta fachada, la imagen pacífica de Santiago Peregrino bendice a todos los fieles y amantes de la cultura y del arte que se acerquen a esta ciudad. 

La gran fachada, que parece proteger el Pórtico de la Gloria y las naves del templo románico, al mismo tiempo que llena de luz su interior, está flanqueada por sus dos airosas torres: la de las Campanas -en cuyo interior guarda trece campanas-, y la de la Carraca -denominada así por un instrumento que, a modo de carraca, se hacía sonar durante la Semana Santa-. Ambas magníficas torres se pueden contemplar desde cualquier lugar de la ciudad y le otorgan a la basílica un perfil característico, una sensación de querer elevarse todavía más. Este verticalismo contrasta con la horizontalidad que ofrece el Palacio Arzobispal y con la maciza y sólida monumentalidad del lienzo occidental del claustro catedralicio con su enorme galería abierta de columnas jónicas sobre la plaza, desde la que se contempla parte de la ciudad.
“También la piedra, si hay estrellas, vuela.
Sobre la noche biselada y fría,
Creced, mellizos lirios de osadía,
Creced, pujad torres de Compostela.”
                                                                                              (Gerardo Diego)

 
Que nadie abandone la catedral, sin visitar su Buchería en donde se expone el antiguo coro del templo, una de las más bellas obras del patrimonio artístico gallego, que se situaba en los cuatro primeros tramos de la nave central, cercano al altar y que ha sido rescatado de su olvido. Se trataba de un recinto para que el cabildo pudiera orar y cantar tranquilamente, evitando ser molestado. Su sillería baja estaba formada por un banco de granito; mientras que su sillería alta la constituían  amplios sitiales coronados por crestería de pájaros, leones, sirenas, centauros, dragones, procedentes de los bestiarios medievales. En sus fachadas destacaban las figuras de apóstoles y profetas, además de torres defensivas que aludían a la Jerusalén celeste.  Pero una serie de circunstancias terminaron con la destrucción del coro mateano para sustituirlo por uno de madera. Tras esta demolición, las piezas se dispersaron, siendo reutilizadas en distintas obras de la catedral. La reconstrucción de una parte significativa del coro, respetando los fragmentos originales, fue efectuada gracias al interés y al ambicioso proyecto de la Fundación Pedro Barrié de la Maza. Actualmente, cuatro siglos después de su destrucción, se puede admirar esta bellísima joya en  una parte de la antigua Buchería de la catedral.


También, si es posible, el visitante no debe perder la oportunidad de subir a las cubiertas del templo, hechas de cantería escalonada. Las vistas de la ciudad, desde este elevado mirador, son magníficas. Aquí podemos apreciar, además, las fases constructivas de la basílica, sus diversos estilos arquitectónicos, sus grandes dimensiones y la“Cruz dos Farrapos”, que recibe esta peculiar denominación por la costumbre que tenían los peregrinos de acudir hasta ella para quemar sus ropas viejas, usadas a lo largo de la peregrinación, en una especie de ritual purificador.



La gran audacia de los arquitectos y promotores de la catedral compostelana fue crear un proyecto de futuro, una imponente obra que se muestra como una unidad monumental, pero con diversos estilos y ritmos constructivos que se unen, sin violencia, a lo largo de las diversas etapas.

Santiago, declarada Bien Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, quiere mantener su milenaria llamada a la concordia a través del importante significado histórico que posee el Camino de Santiago y que nos conduce hasta su majestuosa catedral, destino deseado por todo peregrino, que se erige solemne y grandiosa, contemplando una ciudad universal, envejecida, pero viva que, con sus leyendas, iglesias, palacios, fuentes y calles, se convierte en una sinfonía de agua, piedra, arte, cultura y religiosidad.




viernes, 14 de junio de 2013

La catedral de Santiago de Compostela, arte y religiosidad (I)

El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago señaló el inicio de las peregrinaciones a Compostela. Desde ese acontecimiento, romeros, procedentes de todos los rincones europeos, han seguido un camino de estrellas marcado en el cielo, la Vía Láctea, que guía a los viajeros hacia la tumba del apóstol.


 Donde románico y barroco se dan la mano.
Cualquier peregrino que entre en la catedral, percibirá el templo como un espacio mágico que encierra misterio y hechizo en todas sus piedras y que invita al visitante a participar  en el hallazgo de sus secretos.

Se sabe que, antes de la edificación de la actual basílica románica, sobre el sepulcro del apóstol que, en su origen, fue una construcción funeraria de finales del siglo I a.C. -un viejo templo romano de piedra, de planta rectangular y de dos cuerpos superpuestos, mandado erigir por una mujer llamada Atia, para enterrarse ella y su nieta-, se sucedieron otras construcciones bajo los reinados de Alfonso II y de su sucesor, Alfonso III.



La noticia del supuesto descubrimiento o invención del sepulcro de Santiago se extendió por toda Europa. Multitud de peregrinos se echaron a los caminos con el objetivo de alcanzar el destino soñado y poder ejercer el culto religioso a las reliquias del Apóstol Santiago.
Pero la fama que adquirió Compostela, como centro religioso de gran resonancia occidental y como símbolo de unidad y fuerza para la cristiandad frente al Islam, atrajo a una expedición de musulmanes, liderada por Almanzor, que arrasó todo lo que encontró a su paso y destruyó la basílica levantada en la época de Alfonso III.

Sin embargo, la devoción que se profesaba al Apóstol Santiago fue lo bastante motivante y poderosa como para decidir reconstruir el templo. A partir de entonces, y a pesar de las reformas que sufrió la basílica en la época del Gótico, con la fortificación del cimborrio, y la construcción del claustro en el Renacimiento, dos han sido las catedrales que han influido en el alma compostelana: la gran basílica románica y el templo resultante después de realizar las transformaciones barrocas.

Piedra y religiosidad
Un rumor continuado de agua me lleva hasta la plaza de las Platerías, uno de los rincones más encantadores de Compostela, con la famosa fuente barroca de los caballos en su centro.


Inicio este recorrido entrando por su portada, que me conduce al principal santuario románico del Cristianismo, en donde, ante mí, se abre todo el esplendor de este arte medieval en sus naves y en el deambulatorio.
La edificación del grandioso templo actual, de suma belleza y proporcionalidad, comenzó en la época del obispo Diego Peláez, alrededor del año 1075. 
Observo que el interior de la basílica compostelana conserva su estructura románica: planta de cruz latina, triple nave en el cuerpo de la iglesia y en el crucero, triforio en todo su desarrollo, girola, arcos de medio punto peraltados, capiteles vegetales de gran plasticidad, bóvedas de cañón en las naves centrales y de aristas en las laterales y unas proporciones que dan esbeltez y armonía al templo. La pureza estructural de esta gran obra queda patente en la funcionalidad técnica del románico y en la sencilla belleza. Y es que la veneración de las reliquias del apóstol, por gran número de peregrinos, que se complementaba con demás actos litúrgicos, hizo necesaria la construcción de otros altares; a lo que hay que añadir la necesidad de los fieles de descansar dentro de la propia catedral. Todo ello provocó transformaciones en los planteamientos arquitectónicos de la basílica, adaptando el esquema de iglesia de peregrinación por medio de la girola. Se abren, así, una serie de capillas para que los fieles desarrollen sus necesidades litúrgicas y se disponen de tribunas para que puedan pasar la noche.



 Me dirijo, pues, hacia el deambulatorio para visitar las capillas de la girola que rodean todo el Altar Mayor. La más antigua, única que conserva la esencia del románico y por donde se empezaron las obras de la actual catedral, es la del Salvador. Todos los demás altares –la capilla de la Azucena (en donde, hace unos años, los trabajos de restauración sacaron a la luz una gran pintura mural del siglo XVI), la de la Piedad, la del Pilar, la de Santa María la Blanca, la de San Juan Apóstol y la capilla de San Bartolomé- se edificaron a lo largo de distintas etapas constructivas.


Una vez que finalizo mi recorrido por la girola, desciendo las gastadas escaleras de mármol que bajan a la cripta en la que se custodian los restos del Apóstol en una urna de plata, junto con los de sus dos discípulos: Atanasio y Teodoro. Las modificaciones que sufrió la basílica compostelana a lo largo de los siglos hicieron que gran parte de este pequeño conjunto arquitectónico, de carácter funerario, desapareciese,  y lo poco que ha llegado hasta nosotros no está en perfectas condiciones. Sólo se conservan de esta antigua cámara sepulcral, a derecha e izquierda de la urna de plata del Apóstol, los sarcófagos de ladrillo de sus discípulos que mantienen, aún, unos agujeros circulares -denominados fenestelle-, usados para el culto martirial.
Se trata, quizá, esta cripta, del espacio con más recogimiento de toda la basílica, origen de los sucesivos templos, y sobre la que se sitúa, además, el Altar Mayor del Apóstol.


Salgo al amplio espacio catedralicio y asciendo las escaleras del camarín del Apóstol, apreciando, desde este privilegiado lugar, la grandiosidad de las naves mayores de la catedral y de la parte posterior del Pórtico de la Gloria. En este recogido espacio, la imagen sedente de Santiago, que preside la Capilla Mayor, espera recibir los abrazos de los fieles y peregrinos. Se produce, entonces, uno de los momentos más emotivos de este ritual de peregrinación: el contacto simbólico y físico con el Apóstol.


A mediados del siglo XVII, José de la Vega y Verdugo pretende sacar adelante un proyecto para otorgar más esplendor y relevancia a la Capilla Mayor. De esta forma, y para asombrar al visitante, el proyecto en el ámbito interior catedralicio se centra en el diseño de un nuevo Altar Mayor -compuesto por altar, camarín y baldaquino-.
La apoteosis del barroco gallego la contemplo en el baldaquino: un gran camarín -en medio de la capilla que preside el apóstol- con forma de pirámide y que está sostenido por ocho ángeles, y, también, en el revestimiento de la girola con columnas salomónicas. Sobre todo este entablamento, se superponen diversos elementos arquitectónicos y representaciones jacobeas, rematando el espectacular conjunto la deslumbrante figura ecuestre de Santiago.

Continúo por el transepto norte para apreciar el altar de la Concepción, el del Sancti Spiritus, y penetro en una de las joyas de la catedral: la capilla de la Corticela. Tres magníficas arquivoltas decoran su portada románica y el tema de la Adoración de los Reyes Magos se esculpe en su bello tímpano. La Capilla de la Corticela era una iglesia próxima a la catedral, oratorio de los monjes de San Martín Pinario, hoy totalmente integrada en la planificación arquitectónica de la basílica. En ella se rinde culto a la representación de Jesús en el Huerto. Es uno de los rincones más atrayentes y acogedores del templo compostelano. La paz y la tranquilidad que flota en su interior, junto con sus reducidas dimensiones y su sencillez, invitan al recogimiento  y al sosiego espiritual.



Después de salir de la Corticela, cruzo hacia la nave occidental del transepto y voy dejando, a mi paso, la Capilla de Santiago Matamoros, la de la Comunión y la del Cristo de Burgos. Y llego al nártex de la catedral, con su extraordinaria portada, el Pórtico de la Gloria, cita ineludible para contemplar el mejor conjunto artístico del protogótico europeo, en donde escultura y arquitectura se funden con gran perfección, conviertiéndolo en una de las expresiones culturales con más significado del mundo occidental.


Según la interpretación mejor aceptada, en esta joya escultórica, en la que la piedra parece adquirir vida, están espectacularmente representados el Juicio Final y la Gloria de la Jerusalén Celeste. El cielo, el purgatorio y el infierno se desarrollan en tres arcadas que se corresponden con las naves de la catedral. Será el maestro Mateo -autor, también, del remate de las naves hacia la fachada occidental y del maravilloso coro pétreo- el que se plantea labrar esta gran obra a los pies de la iglesia, máxima expresión del arte medieval europeo. 

El Pórtico, en realidad, es una unidad arquitectónica integrada por la cripta o pequeña capilla inferior que reproduce, a pequeña escala, la planta de la catedral en sus líneas esenciales y ha sido, además, el recurso arquitectónico, empleado por el Maestro Mateo, para evitar el desnivel que existía entre las naves de la basílica y la plaza del Obradoiro. Su interior alberga la reproducción de los instrumentos musicales tallados en el Pórtico. Los otros elementos de este conjunto artístico son el mismo Pórtico y las tribunas.

Existe un programa iconográfico, una explicación simbólica para este grupo arquitectónico constituido por los tres espacios superpuestos: la cripta simboliza el mundo terrenal que necesita del sol y de la luna, sostenidos por ángeles en dos claves de sus bóvedas, para alumbrarse. Sobre esta cripta, en el Pórtico, se representa la Gloria, la constitución de la Jerusalén Celeste, simbólicamente alumbrada por la luz del Agnus Dei que se sitúa en la clave de la gran bóveda de la tribuna, el tercer cuerpo. El detallismo en la anatomía, la riqueza expresiva de monstruos, ángeles, apóstoles, profetas, pecadores, ancianos que dialogan, se miran, meditan,  sonríen entre ellos, o tañen sus instrumentos musicales -que parecen resonar en todo el nártex-, ayudan a dotar a este magistral conjunto de un increíble realismo y de una gran fuerza expresiva y naturalidad que, junto con la extraordinaria policromía que recubría las imágenes, hoy casi perdida, parecen transmitir al espectador el triunfo de Cristo y sumergirnos en esa Jerusalén Celeste. Así lo captó y expresó Rosalía de Castro:

“Santos y apóstoles, ¡védeos! parece
que os labios moven, que falan quedo
os uns cos outros…

¿Estarán vivos? ¿Serán de pedra?
Aqués sembrantes tan verdadeiros,
aquelas túnicas maravillosas,
aqueles ollos de vida cheos”.



La luz, depurada por las cristaleras de la fachada, baña de resplandor este mundo mágico que se asienta sobre estatuas-columnas, capiteles y arquivoltas.
En el tímpano central, mostrando sus llagas, se sitúa Cristo en Majestad, rodeado del Tetramorfos. Sobre el parteluz -horadado por las manos de millones de peregrinos- y sobre el Árbol de Jesé del fuste (genealogía de Cristo), la figura del Apóstol aguarda la llegada de sus devotos, recibiéndolos con una cálida y suave mirada. Detrás del parteluz, de cara al Altar Mayor y arrodillado, el Maestro Mateo, popularmente conocido como “o Santo dos Croques”, transmite su inteligencia a todo aquel que golpee tres veces su cabeza sobre los rizos que decoran su cabellera.





Reanudo mi itinerario realizando una visita por el claustro y sus dependencias anexas. En la época renacentista, y bajo el patronato de la familia Fonseca, el claustro medieval, diseñado, también, por el Maestro Mateo, es destruido. La catedral se adhiere al nuevo estilo en la construcción de otro de mayores dimensiones, iniciado por Juan de Álava y terminado por Rodrigo Gil de Hontañón, con amplias arcadas de medio punto, utilizando elementos decorativos del propio plateresco, como cresterías y pináculos. Comunican con el claustro, la Sala Capitular -con una extraordinaria colección de tapices de Goya-  y el Archivo de la catedral, guardián de tesoros bibliográficos como el Códice Calixtino y el Tumbo A. También la edificación de otros espacios, como elementos complementarios del programa constructivo del claustro y que parecen propios de un palacio civil, como la Capilla de las Reliquias que, además de ser panteón de reyes, custodia numerosos relicarios, o la Capilla del Tesoro -con sus cruces, copones, cálices, capas pluviales- se suman a este estilo artístico; además de las portadas de entrada a la sacristía y al mismo claustro, diseñadas igualmente por Juan de Álava.



No me olvido de visitar el Museo Arqueológico que aglutina interesantes e importantes restos romanos y medievales, procedentes de las excavaciones realizadas en el subsuelo de la catedral y en el mausoleo, además de esculturas y piezas de las antiguas fachadas del templo. Y es que la ruta arqueológica en el subsuelo de la catedral resulta un complemento ideal para todo este recorrido expuesto hasta ahora.  En el templo, se guardan restos arqueológicos bajo todas sus naves; pero sólo los que se encuentran bajo la nave central están preparados para ciertas visitas, hasta no hace mucho, de carácter selectivo y con autorización. Yo he tenido la oportunidad de acceder al recinto subterráneo de la basílica, a través de una trampilla localizada en su nave central, y he podido apreciar  los hallazgos de tumbas y sarcófagos de distintas épocas, además de los restos de las iglesias construidas por Alfonso II y por Alfonso III, junto con parte del muro defensivo de la ciudad.

Si la ocasión lo permite, que nadie abandone el templo sin contemplar el vuelo del gigantesco incensario, el Botafumeiro que se empleaba para purificar la catedral cuando se producían grandes concentraciones de peregrinos, y que, impulsado por ocho “tiraboleiros”, en solemnes ceremonias religiosas, danza bajo las naves de la catedral, hasta casi tocar las bóvedas, al son de la música procedente de los dos grandes órganos, situados a ambos lados de la nave mayor, perfumando, todo el templo, con un aromático incienso sacro y transformando la liturgia cristiana en todo un espectáculo.