Un paraíso en la ría de Pontevedra, el archipiélago de Ons.
Después de unos cuantos días sin
publicar nada en el blog, retomo la entrega sobre las islas atlánticas. Esta
vez es el turno de la preciosa isla de Ons.
Perteneciente al término
municipal de Bueu, está formado por la isla de Ons al norte, alargada y
estrecha, con un perímetro de unos 5
km . y la isla de Onza u Onceta, al sur, que no alcanza 1 km . -virgen en su
totalidad-, además de un pequeño conjunto de islotes. Ambas islas están
separadas por el estrecho Freu da Porta
(del latín “fretus” que significa
brazo de mar).
A principios del siglo XIX, un
grupo de familias se trasladó a vivir a la isla de Ons. En aquellos años, el
Marqués de Valladares era el propietario de este territorio insular, habiéndole
arrendado las tierras a ese grupo de colonos que tomaron la decisión de
establecerse en él. Con anterioridad a ese hecho, sólo los restos del castro y
un sepulcro tallado en A Laxe do Abade
revelan que esta isla estuvo ocupada, antiguamente, por otros moradores. Los illáns (así es como se conocen a los
habitantes de esta isla) vivían, sobre todo, del marisco y de la pesca del
pulpo que vendían en Pontevedra y en Bueu. Ya en 1970, comenzó su
despoblamiento y el abandono de muchas
de sus 92 viviendas que son propiedad del Estado y que han pasan de
padres a hijos por derecho consuetudinario. Actualmente, sólo 10 de ellas están
habitadas todo el año.
La bella isla de Ons, con sus
ásperas y sinuosas ondulaciones, sus entrantes y salientes en la parte occidental
que se abre al océano, es propicia para la formación de enigmáticas cuevas
terrestres y cavernas marítimas, que se conocen con el nombre de furnas, y que han dado origen a mitos
populares y leyendas; mientras que su costa oriental que mira a tierra firme,
está formada por playas solitarias pero acogedoras y de aguas pacíficas como Area dos Cans, Praia dos Cans, la paradisíaca Praia
de Melide o la Praia de Pereiró.
La tranquilidad que se palpa en
esta isla, junto con el alejamiento de las multitudes, invitan a disfrutar del
sosiego y la calma que se respira en cualquiera de sus rincones.
En su máxima altitud, el Alto do Cucorno, se sitúa el faro, desde donde se aprecia una atractiva vista de todo este conjunto insular.
Un entramado de caminos y de
pistas forestales la atraviesa desde cualquier punto. Al norte, nos conducen
hacia el Monte Centolo, de gran
atractivo natural y a la praia de Melide,
la más grande de cuantas posee esta isla y la de arena más suave. Hacia el
oeste, nos llevan hacia el faro y hacia sus peligrosos acantilados. Aquí, la
bravura de las aguas se manifiesta en toda su grandeza y peligrosidad. Y si
seguimos las sendas que se dirigen hacia el sur, llegaremos al espectacular y
misterioso Burato do Inferno. Se
trata de un gran agujero natural y muy hondo que comunica con el mar. La
leyenda y la mentalidad isleña cuentan que, si te asomas a sus 40 metros de profundidad,
podrás escuchar los terribles y descarnados gritos de las almas en pena que
tienen que sufrir la condena eterna en el infierno. Pero estos tenebrosos
“aullidos” tienen una explicación lógica: y es que las violentas aguas de esta
parte de la isla y los fuertes embistes de las rugientes olas contra las rocas
graníticas -cuando se producen las mareas vivas-, junto con los graznidos de
las aves que anidan en las paredes de esta roca y el eco que se genera en su
interior, provocan unos tenebrosos sonidos y rugidos que parecen voces humanas
atormentadas procedentes, precisamente, de esos lugares tan profundos y
siniestros del averno.
En la parte este de la isla,
podemos visitar la acogedora aldea de O
Curro, un pequeño conjunto de edificios, no lejos del muelle que, hoy en
día, además de conservar una capilla, acoge los establecimientos hosteleros y
otros servicios. A los pies de este antiguo núcleo poblacional, cuando la marea
baja, podemos contemplar, en un islote rocoso, a unos 50 metros de la praia dos Cans, A Laxe do Abade, un enigmático sepulcro antropomorfo, tallado en lo
alto de la roca, fiel testimonio de que, hace siglos, la isla de Ons estuvo
habitada. Pero eso también lo atestigua el cementerio -desde donde se
puede contemplar una de las mejores
vistas marítimas-, los restos de un monasterio y el Castro do Alto que todavía conserva parte de sus firmes murallas. Y
ya al sur, se alcanza el mirador do
Fedorento, desde donde podemos apreciar una magnífica perspectiva de la
isla vecina de Onza, con un perfil amesetado y alto en el centro y con alturas
más bajas en su relieve litoral. Toda ella se levanta cubierta por una
vegetación densa y defendida por su costa acantilada. Sólo posee dos pequeños
arenales: la Praia das Moscas al norte y Praia de Porto do Sol, en su parte
meridional.
Próxima y última entrega sobre las islas atlánticas: las
islas Cíes…
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