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domingo, 29 de septiembre de 2013

La villa lírica de Padrón (I)



Una composición de rincones escondidos y tranquilos, de atractivos secretos inalterados, de impresiones misteriosas y sensaciones sosegadas. Así es esta comarca padronesa que reposa sobre una creación literaria y paisajística, recorrida por los poemas de Rosalía, al fondo de la bella ría de Arousa y en la confluencia de las vegas de los ríos Ulla y Sar, en el centro de una tierra hermosa, fértil, llana y apacible, testigo de la desesperación última de Macías O Namorado, y cuna de ese hábil y gran manipulador del lenguaje como fue Camilo José Cela. Todos ellos han dejado en la villa y alrededores sus huellas literarias y su halo sentimental. Ni Padrón ni Iria Flavia, rebosantes de historia,  serían las mismas sin sus estrofas, versos, metáforas, palabras y sensibilidad.

Padrón y alrededores.
Padrón, municipio situado en el extremo suroccidental de la provincia de A Coruña, se extiende sobre un amplio valle, bañado por las aguas del Sar y protegido por los montes de Miranda y Santiago. Su historia no se puede desvincular de la antigua ciudad de Iria Flavia, población romana de cierta envergadura. Más tarde, el devenir histórico de esta villa se vio reforzado por las leyendas jacobeas que relatan la llegada y amarre, a su puerto medieval, de la misteriosa barca que transportaba el cuerpo del Apóstol Santiago, después de un largo viaje desde Judea.
Durante la Edad Media, Padrón e Iria Flavia se convirtieron en paso obligado para todo peregrino que llegaba a Compostela a través del mar. De esta forma, la tradición nos ha legado la ruta jacobea marítima, entrando por la ría de Arousa y pasando por Iria. Pero su importante desarrollo y crecimiento convirtieron estas codiciadas tierras en un objetivo deseado por árabes, normandos y vikingos. Para defenderlas, se hizo necesaria la construcción de las famosas Torres del Oeste o de Catoira, mandadas edificar por el Obispo Cresconio. La época de plenitud de Iria Flavia decayó, una vez descubiertos los restos del Apóstol. A partir de los siglos XII y XIII, su proximidad a la ciudad de Santiago ha hecho de ella lugar de acogimiento de los obispos compostelanos.


Gran parte de la historia de esta comarca se refleja en las esculturas y edificios religiosos como el Cruceiro Plateresco de Fondo da Vila, las iglesias de Santiago y del Carmen, el convento de San Antonio, o la Colegiata de Santa María Adina; también en las construcciones civiles –como en el Palacio de Quito, del siglo XVII, con magníficos soportales, manifestación de arquitectura barroca y que fue residencia del arzobispo de Quito, o en el Alfolí do Sal, un almacén de sal, de estilo románico del siglo XII.





Por otro lado, su historia literaria, popular y costumbrista queda patente en sus estatuas, como la de Cela en el paseo del Espolón, la de Rosalía -situada en frente de este último-, la de la Sementeira -dedicada a la vendedora de semillas, la de A Pementeira -un homenaje a las gentes que cultivan los pimientos de Padrón-, la de Macías O Namorado…





También sus calles, de origen medieval, nobles, antiguas y estrechas, junto con sus seductoras plazas, se despliegan y se integran por esta singular villa gallega. La muralla y diversas puertas, hoy ya desaparecidas, como la del Bordel, la de Fondo da Vila, la del Sol, la de Ponte de Santiago, la de la Barca organizaban estas calles y plazas. No hay que olvidar la acogedora alameda de viejos árboles, denominada el Paseo del Espolón, construida sobre el lecho del río Sar, en donde todos los domingos, se celebra el típico y concurrido mercado popular para adquirir sus abundantes y variados productos de la tierra, entre ellos los famosos pimientos.



Precisamente, muy cerca, en Herbón, tiene lugar, durante el primer fin de semana de agosto, la fiesta gastronómica, declarada de Interés Turístico, que exalta esos famosísimos pimientos locales. Además, allí, se encuentra el Convento franciscano de San Antonio, un conjunto de  sobrios edificios, protegido por una muralla cerca del río Ulla y dentro de una masa forestal de huertas frutales y árboles centenarios, con un claustro del siglo XVI y una iglesia del XVIII. La Historia relata que fueron los monjes franciscanos los que trajeron los famosos pimientos de América. Cerca de este templo conventual se sitúa la iglesia románica de Santa María de Herbón, del siglo XII, que conserva ábside, canzorros y puerta de ese estilo arquitectónico.





Volviendo al Espolón, contemplamos la iglesia de Santiago, de austero neoclasicismo, con un origen románico del siglo XII, y levantada por  Xelmírez. Del antiguo edificio religioso ya no queda apenas nada. Pero, actualmente, guarda bajo su altar mayor el Pedrón o columna de granito, que le da nombre a la villa. Se trata del ara votiva romana dedicada al dios Neptuno y que, según la leyenda, es el pedrón de ouro al que fue amarrada la barca de piedra que transportó el cuerpo del Apóstol Santiago a Galicia. 
Conserva, también, un púlpito de estilo gótico con una imagen de Santiago Peregrino. Un hermoso puente de piedra del siglo XIX, junto al Espolón, une las dos orillas del Sar que tan bien han inspirado a Rosalía. Si lo cruzamos, llegamos a la fuente del Carmen en donde se representa el bautismo de la reina Lupa, escena que se interpreta como la evangelización de estas tierras por el Apóstol. 

Tras este manantial, se levanta el elegante convento del Carmen, uno de los edificios de estilo Neoclásico más notables del siglo XVIII y que custodia magníficas esculturas. Su situación privilegiada, sobre un promontorio, en la ladera del monte San Gregorio, lo convierte en una magnífica atalaya para contemplar, desde su balaustrada, la villa de Padrón y gran parte de sus alrededores. En las inmediaciones, nos espera el típico lugar de Santiaguiño do Monte, el punto más elevado de esta comarca, lleno de referencias jacobeas, con capilla y altar dedicados a Santiago, sobre rocas de formas caprichosas en donde, según cuenta la leyenda, predicó el Apóstol por primera vez en esta tierra. Coincidiendo con el 25 de julio –día del Apóstol Santiago-, se celebra la romería de Santiaguiño do Monte en este venerado lugar. A ella alude, con estos versos, Fermín Bouza Brey:
                                               “O Santiaguiño do Monte
                                               non vin festa como ela:
                                               o que vai volve contento
                                               e o que non vai rabea”.


De vuelta al centro urbano de Padrón, no debemos olvidar la visita al Jardín Botánico, declarado Monumento del Patrimonio Artístico. Se trata de un acogedor vergel del siglo XIX, de diseño francés, el más grande de Galicia -dentro de sus características-, con una extraordinaria riqueza florística que conserva unas trescientas especies de exóticas plantas. La estatua de Macías O Namorado -poeta del siglo XIV- y sus versos imperecederos pasan casi desapercibidos entre el carballo, el loureiro, la fotinia serrulada de China, el ave del paraíso de Sudáfrica, el espino albar, especies procedentes del Himalaya, el palqui de Chile, el aliso italiano…. A Macías, oriundo de esta villa, con una vida turbia y una muerte más turbia aún, se le ha vinculado con el amor que conduce a la muerte, a la desesperación última provocada por amores imposibles y que manifestó ese sufrimiento amoroso en estrofas como ésta:
“Cativo de miña tristura
xa todos prenden espanto
e preguntan que ventura
foi que me tormenta tanto”.


Dejando el casco histórico padronés, el visitante puede dirigir sus pasos hacia el magnífico pazo de Lestrove -hoy transformado en casa de turismo rural-, enclavado en la pequeña vega del mismo nombre, y que acogió a arzobispos compostelanos. Rosalía inmortalizó este acogedor lugar en uno de sus poemas de Cantares Gallegos:
“Como chove miudiño,
como miudiño chove;
como chove miudiño
pola banda de Laíño,
    pola banda de Lestrove”.



Y si nos encaminamos hacia la parroquia de Iria Flavia, podemos contemplar el pazo de Arretén o Casa Grande del siglo XVII que perteneció a los antepasados maternos de Rosalía. En él, ella y su esposo, Manuel Murguía, pasaron largas temporadas. La escritora lo evoca en su obra Follas Novas con estos versos:
“Ó pé do monte, maxestuoso, erguíase
na aldea escura o caserón querido,
ca oliva centenaria
de cortinax ó ventanal servindo”.

Este impresionante pazo en donde la poetisa escribió parte de su trabajo literario, está recorrido por una espléndida arcada en uno de sus laterales que sostiene la terraza con balaustrada de piedra. Una elegante escalera termina por completar este suntuoso conjunto arquitectónico rural.


Todavía queda mucho más que contar sobre esta villa coruñesa, especialmente recuerdos literarios que serán el tema de la segunda parte de este trabajo sobre Padrón.

sábado, 13 de abril de 2013

Santa Eulalia de Bóveda, un tesoro en el valle del Mera (II)

Continuando con el fascinante templo de Santa Eulalia de Bóveda, es el turno, ahora, de sus pinturas: una preciosa sinfonía de colores y de motivos vegetales y animales.

Las pinturas murales. 
Los restos de su famoso lienzo de pinturas al fresco, considerado como una de las grandes composiciones decorativas galaico-romanas que mejor se han conservado en la Península, envuelven el interior de la arquitectura del monumento, y adornan los arranques de la bóveda de cañón y de los arcos, separados de los muros por una cenefa de elementos geométricos. 

Las aves, realizadas con un gran naturalismo y maestría, y las plantas que se representan junto a ellas, dentro de espacios romboidales, son elementos constituyentes de este conjunto artístico y arqueológico que le han otorgado toda la fama que este monumento se merece. Deben ser analizadas e interpretadas como parte del mismo. Y es en esta interpretación de su iconografía en donde surgen dos tesis primordiales. Una de ellas las sitúa en el siglo VI, relacionándolas claramente con cultos cristianos, identificando los jarrones con los cálices como representación del vino, y las espigas que salen de ellos, con el pan. 

La otra teoría defiende su origen en los ritos paganos y las data en el siglo IV, en la época tardo-romana. En los estudios desarrollados sobre sus pigmentos y la técnica pictórica, realizados en los últimos años, se concluye que son, precisamente, de tradición romana. 

Por otro lado, un grupo de investigadores considera esta delicada y excelente obra pictórica, de gran riqueza cromática, como el antecedente de la pintura prerrománica asturiana, fechándola en el siglo IX y relacionándola con el estilo de las pinturas de la iglesia de San Julián de los Prados en Oviedo. 

Las figuras de las diferentes aves se distribuyen, siguiendo un diseño esquematizado, por la estructura arquitectónica, alcanzando una correcta disposición y una lograda composición. En toda la zona de arranque de la bóveda se extiende un reticulado romboidal formado por estilizados motivos vegetales. En su interior se organizan, enfrentadas por parejas, en algunos casos y, en otros, de forma solitaria, aves como patos, faisanes, gallináceas, palomas, pavos reales y perdices. Todas ellas entre racimos de uvas, motivos florales y plantas, elementos ornamentales que, para los romanos, eran un símbolo de inmortalidad. Para el mundo cristiano, por su parte, las aves enfrentadas representarían la resurrección. 




Es una lástima que el derrumbe de la parte central de la bóveda -ocasionando el enterramiento de este magnífico lugar sagrado durante años- y la humedad existente en todo el recinto hayan originado una importante pérdida de esta preciosa composición pictórica. El Museo Provincial de Lugo conserva algunos de los restos de pinturas, con motivos geométricos, que es probable decorasen la parte superior de la bóveda. 

Intervención y rehabilitación. 
El edificio ha estado sometido, a lo largo del siglo XX, a diversos trabajos de restauración y de saneamiento, algunos de ellos para evitar problemas de humedad que amenazaban el estado de conservación y consolidación de sus pinturas y de los relieves de su fachada. Actuaciones que han sido, unas, más acertadas que otras. Algunas de esas inadecuadas intervenciones incidieron más en la reconstrucción que en la consolidación, llegando a perjudicar y alterar los restos arqueológicos de este magnífico enclave artístico. 

La última intervención arquitectónica realizada, considerada la más satisfactoria, ha sido la llevada a cabo por los arquitectos José Manuel Gallego Jorreto y César Portela a principios de la década de los 90. Su objetivo consistió en una restauración cuidadosa que corrigiese todas las anomalías existentes. Trabajaron en la supresión de los elementos arquitectónicos que se habían añadido durante las diversas tareas anteriores de restauración, en la eliminación de la humedad que perjudicaba a este edificio histórico, así como en la conservación y consolidación de sus famosas pinturas murales, y en la limpieza de la piedra. 
No olvidaron, además, promover prospecciones arqueológicas que ayudasen a dilucidar, de una vez, la función que el monumento tuvo en su origen, rescatando, dentro de lo posible, su construcción primaria. 


Debo realizar, en este punto, un inciso para mencionar, por tanto, esas labores de exploración arqueológica realizadas en sus cercanías desde su descubrimiento, como las efectuadas, en una primera época, por Chamoso Lamas en el castro romanizado de Corvazal, próximo a Bóveda, y que se le relaciona con el conjunto monumental. Se descubren fragmentos de cerámica de fabricación romana. 
Ya en una segunda época, las excavaciones más destacadas han sido, quizá, las que formaron parte del proyecto promovido por Felipe Arias en el que se localizaron más restos materiales, también de fábrica romana. Son sondeos y actuaciones arqueológicas que facilitan un mejor conocimiento y una mayor información de la relación del monumento con su entorno. 

El trabajo de Gallego y Portela es, pues, un ambicioso plan de actuación que no sólo ha beneficiado el estado del edificio y de sus pinturas, sino que también ha incluido el resto de los elementos arquitectónicos y urbanísticos de esta pequeña población, poniendo en valor todo el conjunto rural de Bóveda a través de intervenciones rehabilitadoras y restauradoras que buscan aumentar la calidad ambiental de la aldea y, muy especialmente, la calidad de vida de su población bastante avejentada. Para ello, se ha trabajado siempre respetando sus valores y elementos etnográficos, constructivos, arquitectónicos y paisajísticos, continuando con la utilización tradicional de esos elementos y valores e intentando recuperar otros ya desaparecidos. 

Conocer para conservar. 
En definitiva, estamos ante una curiosa y hermosa construcción que, a día de hoy, todavía manifiesta muchas dudas por clarificar en relación a su cronología, a su origen y al significado de su decoración pictórica y escultórica. Pero de lo que no cabe duda es que los últimos trabajos de rehabilitación han sido los correctos, logrando, así, que podamos apreciar esta joya artística en casi toda su belleza. 

Considerando la trascendencia que posee Santa Eulalia y la importancia del entorno natural y rural en el que se ubica, desde el punto de vista cultural, patrimonial, arqueológico e incluso el que puede tener en el campo socioeconómico -a través de un desarrollo turístico sostenible y, como no, también educativo-, todo este magnífico escenario necesita cuidados y estudios continuos. La conservación del edificio ha sido una preocupación constante desde su descubrimiento. Y es que para conservarlo hay que conocerlo, analizando toda la información conseguida desde su descubrimiento e investigando sus patologías y sus materiales. Las actuaciones que se tengan que realizar deberán llevarse a cabo con sumo cuidado para evitar males mayores que puedan alterar, aún más, sus pinturas, sus relieves y su fisonomía arquitectónica. 


Imagino que no hace falta añadir que la visita no se debería limitar sólo a este monumento lucense. Un recorrido por la aldea de Bóveda, para contemplar su arquitectura tradicional, la estructura de sus propiedades, la ordenación de sus caminos y la belleza de su paisaje se convertirá en un aliciente más para acercarnos hasta este precioso núcleo rural. 

A pesar de los interrogantes que plantea y del misterio que desprende, de lo que no hay duda es que el conjunto monumental de Santa Eulalia se erige, quizá, en el ejemplo más relevante que tenemos sobre el inicio del cristianismo en tierras gallegas. Quien desee contemplar sus magníficas pinturas, sus gastados bajorrelieves y su pequeña piscina tendrá que acercarse a Bóveda. 

“Las formas clásicas del edificio; la ornamentación de mármoles recogidos en la excavación, de múltiples adornos en decadente amalgama; las simbólicas pinturas murales, de racimos de uvas y diversidad de aves, en medio de extraña composición decorativa, a las que se adjudican el tercer lugar entre las más antiguas de España; los indescifrables relieves del granito mostrando influencias del arte pagano, mezclados con algún enciso de expresiones cristianas de los primeros siglos, todo ello, hace de este monumento un ejemplar interesantísimo, quizás único, tan único como nuestras murallas,…” (“Una reliquia del pasado lucense. Santa Eulalia de Bóveda, López Martí).

sábado, 6 de abril de 2013

Santa Eulalia de Bóveda, un tesoro en el valle del Mera (I)


La provincia lucense posee obras artísticas de gran importancia, algunas más y mejor divulgadas que otras. Entre las que, hasta ahora, han recibido una escasa difusión cultural está el admirable templo de Santa Eulalia de Bóveda, un peculiar y enigmático monumento semienterrado en el valle del río Mera, a pocos kilómetros de la acogedora ciudad de Lugo. Desde su hallazgo, sus elementos escultóricos y arquitectónicos y sus espléndidas pinturas con motivos animales y vegetales, que lo han hecho famoso, ayudan a conformar un espacio mágico que sorprende a cualquiera que se acerque hasta este entorno natural, de gran valor paisajístico y etnográfico, en el que se sitúa.



La aldea de Santa Eulalia de Bóveda
En la aldea de Bóveda, perteneciente al municipio de Lugo, entre viviendas y construcciones que guardan toda la pureza de la arquitectura popular, se ubica este pequeño y maravilloso tesoro artístico, declarado en el año 1931 Monumento Nacional y, actualmente, Bien de Interés Cultural.

Las primeras noticias que tuve de este hechizante y antiguo santuario se remontan a muy pocos años, llegando a mí a través de unas fascinantes clases de arte gallego a las que asistía en calidad de alumna. Ya en aquel momento, me sorprendió que, dada la relevancia y significado que tiene este edificio para el estudio y conocimiento del arte romano, no haya alcanzado nunca una mayor trascendencia. Quizá sea mejor así. Quizá el desconocimiento de la existencia de este original enclave histórico y arqueológico, en donde arquitectura, escultura y pintura constituyen un conjunto unitario, ayude a que se conserve en condiciones relativamente óptimas. Pero, por otro lado, es imperdonable, para un curioso y amante del arte, no haber visitado nunca Santa Eulalia de Bóveda.


Quien decida acercarse a esta pequeña entidad de población, en donde sus habitantes han vivido siempre de la agricultura y de la ganadería, penetrará en un lugar en el que el feísmo no existe y los cables eléctricos se ocultan bajo tierra. Y es que en Bóveda se ha cuidado hasta el más mínimo detalle para conservar un espacio natural, etnográfico, artístico y arqueológico en toda su esencia. Sus escasas viviendas de dos pisos, con tejados de pizarra y puertas de madera, responden a la típica morfología arquitectónica de la vida agropecuaria. El piso superior se destina a habitaciones y morada y el inferior a cuadras y a espacios de trabajo. Se complementan con una serie de construcciones adyacentes, propias de nuestra arquitectura rural, como los hórreos, alpendres, fuente, abrevadero para el ganado, lavadero… 

Pero junto a estas edificaciones tradicionales, en Bóveda también destaca el conjunto parroquial, formado por su iglesia, de estilo barroco, con su atrio y cementerio, además del crucero y, desde luego, el magnífico monumento de Santa Eulalia, principal protagonista de este trabajo. Una pequeña plaza remodelada parece presidir todo este atractivo núcleo rural.
Espacios formados por terrenos delimitados por muros de piedra que marcan su privacidad, huertas y pequeños grupos boscosos de especies autóctonas constituyen otros elementos indisolubles que determinan su paisaje natural y humano, fiel reflejo de las necesidades y los comportamientos de sus antiguos y actuales pobladores que lo han ido moldeando.
Para completar este breve acercamiento a Bóveda, no hay que olvidar que la aldea forma parte de una comarca rica en restos arqueológicos, como los castros de la Edad del Hierro o las mámoas. No lejos de este núcleo poblacional, transcurría, además, la vía romana XIX que comunicaba Lugo con Braga.

En definitiva, la encantadora aldea  de Bóveda y sus alrededores constituyen un espléndido ejemplo de arquitectura gallega tradicional, con una adecuada integración en el entorno. Se trata de un excelente conjunto de gran interés no sólo arquitectónico, sino también artístico, arqueológico, paisajístico y etnográfico.

Diversidad interpretativa.
El monumento de Santa Eulalia de Bóveda es una admirable  y compleja construcción artística y patrimonial de época tardo-romana que, desde su descubrimiento “oficial” en el año 1926 por el párroco del lugar -aunque su existencia se conocía desde el año 1914-, ha sufrido variadas intervenciones arqueológicas y arquitectónicas para un mejor conocimiento de su origen, pasando por diferentes momentos reconstructivos y por varios problemas de investigación y de conservación. El resultado de todo ello es el edificio que podemos contemplar actualmente.

Esta estancia subterránea y abovedada, que en su origen tenía dos plantas, se encuentra bajo el atrio de la iglesia parroquial de Santa Eulalia de Bóveda de Mera, levantada en el siglo XVIII. Las acertadas sospechas de aquel párroco le empujaron a realizar las excavaciones que, finalmente, confirmarían la existencia de otra antigua iglesia bajo el atrio de la actual. Desde entonces, el yacimiento de hoy en día es el resultado de sucesivas actuaciones, unas más acertadas que otras. Para algunos, los rasgos enigmáticos que imprimen este tesoro artístico e histórico son el resultado de esas inapropiadas e incorrectas intervenciones, que se realizaron después de su hallazgo, y que han ocasionado problemas en el estado de conservación del edificio, además de una variedad de hipótesis y de múltiples argumentos interpretativos con el fin de clarificar su situación cronológica y su funcionalidad primera. Argumentos unos, mejor justificados y más creíbles que otros; pero ninguno sin confirmar claramente.

Han sido varias, por tanto, las opiniones y las investigaciones que han estudiado el origen y las funciones de este monumento lucense. Desde la teoría que considera a Bóveda como un templo paleocristiano, basándose en su similitud con las criptas de la primera etapa del Cristianismo del siglo IV, en el descubrimiento de un trozo de mármol con un pez grabado, en el simbolismo de sus pinturas –pues hay quien relaciona su interpretación con el rito eucarístico-, o en la división de su planta en tres naves, hasta quien le atribuye un carácter pagano, pasando por quienes declaran que se trataba de un lugar de baños, de un ninfeo o templo romano consagrado al culto a las aguas que allí nacen y que se creían curativas -su cercanía a la ciudad de Lugo respalda esta teoría-, llegando a ser considerado como los restos más destacados del culto a las aguas en el norte de la Península Ibérica. Además, el descubrimiento de una pieza de granito con la inscripción “PRO SA(lute)” apoyaría también esta teoría.
Por otro lado, hay quien lo vincula con los cultos de religiones orientales, quien lo considera un santuario dedicado a la diosa Cibeles -diosa romana de la fertilidad y la naturaleza-, quien lo vincula con un monumento funerario romano e incluso hay quien lo identificó  con la tumba de Prisciliano.

Lo que parece claro es que este edificio, de carácter único en la Europa occidental, pasó por diferentes fases a lo largo de su existencia. Es probable que, entre los siglos X y XI, este conjunto artístico  se usase como cripta del templo que, bajo la advocación de Santa Eulalia, existió en el piso superior hasta que se construyó la nueva iglesia en el XVIII.
  
Un tesoro en el valle del Mera.
El primero en estudiar este enclave patrimonial fue Luís López Martí Castillo que realizó tareas de desescombro en el año 1926. Aquellos trabajos de investigación arqueológica le permitieron formular una descripción de la construcción con las siguientes palabras: “…la traza es de una basílica latina, en su planta, con un atrio en la entrada del edificio. Éste tiene tres naves, más ancha la central que las laterales, conservándose en el fondo de la primera íntegro un arco triunfal, que por ahora se desconoce si comunica con un ábside, y en el lado opuesto existe una puerta con arco de medio punto, teniendo a ambos lados dos huecos o luces que dan frente a las naves menores.
Las naves estaban divididas entre sí por arcadas semicirculares, que descansaban sobre columnas de mármol, cuyos fustes son disminuidos, estando cubiertas las tres naves a la vez por una sola bóveda.”  (“Arqueología gallega. Algo más sobre el templo primitivo de Santa María de Bóveda”, Luís López Martí).


Nunca han dejado de sorprenderme las tres partes en que se divide este precioso edificio, construido, casi todo él, en granito y mármol. Al llegar, un reducido vestíbulo porticado, flanqueado por dos machones realizados con grandes sillares de granito y con dos columnas en su entrada, nos acoge antes de penetrar en el recinto. Una bóveda de cañón, con una decoración de motivos geométricos pintados al fresco, cubre este pórtico in antis en donde se abren la puerta de acceso y dos ventanas sobre las que se sitúan sendos huecos triangulares de descarga. 
En esta zona porticada, se encuentran unos interesantes y toscos relieves de temática variada, protagonistas de un programa iconográfico que, junto con las pinturas, siempre han despertado mi fascinación. Y es que la decoración escultórica es otro de los aspectos más relevantes en este escenario mágico. Su antigüedad y su carácter enigmático los hacen más atractivos e interesantes, si cabe.

Según algunos estudios, los bajorrelieves, que decoran esta zona exterior del edificio, constituirían parte de un friso corrido en la fachada del conjunto. Sus características son muy similares y es probable que hayan sido esculpidos en la misma época. Determinados investigadores los sitúan en la etapa visigoda.
Labrados en sillares de granito, dos de ellos representan a sendos grupos de cinco figuras  que podrían ser danzantes femeninas sosteniendo guirnaldas sobre sus cabezas, y que parecen transmitirnos la idea de un cortejo procesional.


En otros dos relieves, y dentro de algo muy semejante a una estructura arquitectónica, podemos contemplar, en cada uno de ellos, una figura que lleva, también, un arco de flores. En otras piezas graníticas, se han esculpido dos aves que han sido identificadas con un ibis y un ave fénix respectivamente. En otra más, aparecen dos figuras, reconocidas como las de dos lisiados que muestran sus deformidades. También forman parte de la decoración de la fachada del pórtico los relieves, ya muy deteriorados, de un ave sobre la rama de un árbol, el de un animal a galope y el de tres figuras sedentes.



El vestíbulo nos invita a penetrar en el interior del pequeño edificio, de planta rectangular absidiana, a través de un arco de herradura de ladrillos, lo que podría indicar, también, una influencia oriental en su construcción.
Este segundo espacio parece haber estado dividido en tres naves por medio de unos arcos que se apoyarían sobre las columnas de mármol blanco, de época tardo-romana, con capiteles de orden corintio degenerado, decorados con hojas de acanto que, hoy en día, bastante erosionados, flanquean el estanque o piscina de escasa profundidad. Sobre aquellas arcadas se habría levantado la bóveda, hoy destruida, y la planta superior, ya desaparecida.


La piscina, que ocupa la mayor parte de la nave central del edificio, estaría  irrigada por canales de agua que recorren, por debajo de los muros, el interior del conjunto. En alguna etapa de la vida de la construcción, se ocultó, tapándola con losas de mármol, hasta que, a mediados del siglo pasado, fue descubierta por el profesor Chamoso Lamas.  En las paredes laterales hay, además, dos hornacinas que recuerdan las existentes en las termas romanas. Toda esta arquitectura interior estaba cubierta por la espléndida bóveda de cañón, decorada con un maravilloso conjunto de pinturas con motivos vegetales, animales y geométricos, pero de la que sólo se conservan sus arranques. A su vez, en los inicios de los arcos desaparecidos, aparecen representados jarrones de los que surgen esbeltos tallos vegetales y otros motivos florales.

Por último, al fondo de este espacio, en el muro testero, se encuentra un pequeño ábside, también rectangular, al que se accede a través de un arco de medio punto y en donde se ubicaba la escalera de caracol que conducía al piso superior del que desconocemos cómo era. Este tercer espacio aparece, también, cubierto por una pequeña bóveda de cañón. Es una pena que, durante las actuaciones de excavación que se realizaron en el año 1926, se destruyese esa escalera por considerarla un añadido de época posterior a la construcción primitiva de este magnífico monumento.


 A lo largo de las diferentes actuaciones arqueológicas y fases de desescombro, se han encontrado piezas decorativas y constructivas de cronología diversa relacionadas con el conjunto monumental y que están depositadas en el interior del edificio, en la misma oficina de información y de recepción de visitantes de Santa Eulalia de Bóveda -una antigua casa de la aldea, muy cerca de la construcción, que fue acondicionada para esta nueva función y que merece también una visita-, en el Museo Diocesano de Lugo y en el Museo Provincial de esta misma ciudad.
Entre esta colección de elementos, repartidos por esos cuatro edificios, destacan una pieza redondeada y que podría formar parte de un altar, una estela en la que se han esculpido un rosetón y una media luna, canecillos, material cerámico romano, restos de columnas, basas, fragmentos de pinturas de la bóveda, piezas que podrían haber formado parte del sistema de canalización del agua, restos graníticos y de mármol con decoración vegetal y geométrica, un trozo con la figura de un pez, o un par de piezas epigráficas cuya interpretación ha originado alguna que otra controversia entre los investigadores.

Pero por lo que la aldea de Bóveda ha adquirido fama, ha sido por las magníficas pinturas que alberga el monumento de Santa Eulalia y sobre las que escribiré en el siguiente artículo.

domingo, 21 de octubre de 2012

Arquitecturas sin arquitectos


“A Galicia do futuro depende de nós.
O porvir de Galicia faise agora. Porque a nosa paisaxe, as nosas casas, as nosas rúas e negocios son o reflexo do noso futuro. Coida do teu. Dálle valor”

He transcrito literalmente lo que una campaña publicitaria, impulsada por la Xunta de Galicia, intenta transmitir desde hace bastante tiempo a través de algunos medios de comunicación. Esa campaña publicitaria pretende inculcar a la sociedad el interés por conservar nuestras arquitecturas propias y auténticas, procurando concienciar acerca de su adecuada restauración y rehabilitación, sean viviendas familiares, construcciones adjetivas o de cualquier otro tipo y características.
Y, precisamente, la lectura de esas palabras y las fotografías que las acompañan en los periódicos -mostrando dos instantáneas de una misma construcción: una en situación de abandono y de dejadez, y la otra ya restaurada- me han incitado a la elaboración de este texto sobre arquitecturas que crean paisaje, cuyo título, además, me he tomado la libertad de recogerlo de una brevísima reseña que hace unos años leí en un periódico acerca de la publicación de un magnífico y denso libro: “As construcións da arquitectura popular. Patrimonio etnográfico de Galicia” de Manuel Caamaño Suárez. Se trata de una de esas obras de culto sobre la arquitectura tradicional  gallega y que enriquece  toda biblioteca básica personal.

Y es que tan importante como la naturaleza son las auténticas arquitecturas para conformar un verdadero paisaje en los espacios rurales. Cualquier construcción propia de una zona se erige en un auténtico elemento de nuestro paisaje y paisanaje: las masías catalanas, los caseríos vascos, los cortijos andaluces, los pazos y casas grandes gallegas, y demás tipologías arquitectónicas regionales, así como todo tipo de construcciones adjetivas: las bodegas, los lagares, los batanes, los alpendres, los pajares, los hórreos, los molinos, las fuentes, los pozos, las pallozas, los lavaderos, los palomares, los hornos, las fábricas de curtidos, las herrerías, los talleres de todo tipo y demás explotaciones artesanales e, incluso, las obras de ingeniería como los puentes, las murallas, muros y caminos.
 
 



En cada país y región existe un variado y gran patrimonio popular arquitectónico digno de catalogar, de restaurar y de conservar con una importancia y una dimensión etnográficas, sociales, económicas, históricas, religiosas y culturales tan relevantes y merecedoras de ser valoradas como las de cualquier catedral, monasterio, castillo y palacio.
 
 

Son arquitecturas rurales autóctonas, realizadas por autores anónimos y que, a pesar de los escasos materiales y medios instrumentales con los que entonces contaban, han sido grandes conocedores de las técnicas constructivas artesanales y de ingeniería, del trabajo de la piedra y la madera. Son arquitecturas que, en su momento, respondieron a unas exigencias económicas, sociales y funcionales de intervención sobre un medio paisajístico y natural con el objetivo de alcanzar unas mejores condiciones de vida.

 
 
 
 
Aquellos autores anónimos, arquitectos populares que han sabido salvaguardar la autenticidad y sabiduría  seculares, han logrado que arquitectura y entorno paisajístico alcancen un maridaje y una correcta integración. Es una lástima que, hasta no hace mucho, aquellos artesanos de la ingeniería arquitectónica apenas hayan interesado a expertos y eruditos, por lo que he pensado que bien se merecen un homenaje y una correcta atención, aunque sea desde este tímido blog.  

 
 
Sus trabajos y obras son construcciones humildes, carentes de monumentalidad, pero que encierran la esencia singular y propia de una comunidad, el devenir, los valores y la historia de sus inquilinos y que es, en definitiva, la historia de un pueblo. Son sencillas obras que, hasta no hace mucho, fueron despreciadas, relegadas al olvido y que, con el transcurrir del tiempo se les está empezando a otorgar, por suerte, una merecida categoría cultural e ilustrativa. Aquellos autores, magníficos conocedores del micro cosmos geográfico que habitaban, han sabido respetar, como nadie, el espacio físico en el que se erigían sus edificaciones, el medio natural y paisajístico que las protegían.

 
Cada país y cada región tienen sus propios rasgos culturales, climáticos, sociales, económicos e históricos que los diferencian del resto de las comunidades vecinas. Uno de esos rasgos y expresiones culturales es la arquitectura particular e inherente a una sociedad. Es, en definitiva la riqueza patrimonial de un pueblo, transformada en una de sus tantas expresiones artísticas y culturales. En concreto, en Galicia, la comunidad autonómica que mejor conozco, la variedad geográfica –costa, valles y montañas-, el clima, el aspecto geológico, la vegetación y las actividades pesqueras, agrícolas y ganaderas han ayudado a la diversidad de edificios y viviendas tradicionales con sus soluciones constructivas que se extienden por los núcleos rurales de la comunidad gallega.

 
 
 
Es una pena que no haya quedado apenas constancia de quiénes fueron los autores de esa arquitectura popular, sencilla  la más de las veces, arquitectos anónimos que han logrado compenetrar magníficamente naturaleza y hombre y que, en la mayor parte de los casos, los creadores y ejecutores de esas construcciones eran los propios dueños e inquilinos. ¡¡Quién mejor que nadie para conocer sus personales necesidades y posibilidades!!

A principios del siglo XX y con la explosión de la revolución industrial, se produjo un relevante cambio social y económico, una huída del campo a las ciudades, acompañado del desarrollo del urbanismo y que replanteó y transformó una buena parte del patrimonio inmobiliario, etnográfico y antropológico en el territorio español. Como consecuencia, muchas de esas arquitecturas que, hasta entonces, habían ayudado a construir un paisaje rural, desaparecieron, se aniquilaron, se despreciaron por culpa de la indiferencia y de la impasibilidad de las administraciones y de la irrespetuosidad y el menosprecio de una comunidad social especulativa.
 
 
Por otra parte, aquellos emigrantes, trabajadores que abandonaron el mundo rural a la búsqueda de una mejor calidad de vida, regresan y construyen nuevas viviendas, descartando la restauración de aquellos viejos hogares que languidecen día a día. Aparecen así, desgraciadamente, unas nuevas construcciones inacabadas –especialmente en Galicia-, con el ladrillo a la vista y empleando materiales que deslucen y agreden el paisaje natural que las acoge.

Pero por otro lado, me complace saber que ciertos sectores de la sociedad están luchando para que  aprendamos a sensibilizarnos con el patrimonio popular y cultural de nuestros antepasados, con nuestras ancestrales y auténticas construcciones rurales. Me satisface conocer cómo determinadas asociaciones se aplican en el desarrollo de una adecuada puesta en valor, recuperación, recreación y reanimación de todo ese acerbo arquitectónico que no es poco.
 
 
Me enorgullece que una pequeña parte de la población se afane por defender y proteger unas señas de identidad y unos orígenes para que el paso del tiempo y de la historia no los envejezca ni los marchite más.

 “A unión do home coa paisaxe consiste fundamentalmente na súa relación co medio, exprésase por medio da súa arquitectura, permitindo que ó seu través poida deducirse toda unha cultura”.  (Vicente Risco)

“Unir no noso pensamento, pasado, presente e futuro é a única actitude que pode asegurar a sintonización entre a nosa obra e o país para o que traballamos, evitando a definitiva perda da nosa identidade cultural”.

(Pedro de Llano, “Arquitectura popular en Galicia. Razón e   construcción”.)