La provincia lucense posee obras
artísticas de gran importancia, algunas más y mejor divulgadas que otras. Entre
las que, hasta ahora, han recibido una escasa difusión cultural está el
admirable templo de Santa Eulalia de Bóveda, un peculiar y enigmático monumento
semienterrado en el valle del río Mera, a pocos kilómetros de la acogedora
ciudad de Lugo. Desde su hallazgo, sus elementos escultóricos y arquitectónicos
y sus espléndidas pinturas con motivos animales y vegetales, que lo han hecho
famoso, ayudan a conformar un espacio mágico que sorprende a cualquiera que se
acerque hasta este entorno natural, de gran valor paisajístico y etnográfico,
en el que se sitúa.
La aldea de Santa Eulalia de Bóveda
En la aldea de Bóveda,
perteneciente al municipio de Lugo, entre viviendas y construcciones que
guardan toda la pureza de la arquitectura popular, se ubica este pequeño y
maravilloso tesoro artístico, declarado en el año 1931 Monumento Nacional y,
actualmente, Bien de Interés Cultural.
Las primeras noticias que tuve de
este hechizante y antiguo santuario se remontan a muy pocos años, llegando a mí
a través de unas fascinantes clases de arte gallego a las que asistía en
calidad de alumna. Ya en aquel momento, me sorprendió que, dada la relevancia y
significado que tiene este edificio para el estudio y conocimiento del arte
romano, no haya alcanzado nunca una mayor trascendencia. Quizá sea mejor así.
Quizá el desconocimiento de la existencia de este original enclave histórico y
arqueológico, en donde arquitectura, escultura y pintura constituyen un
conjunto unitario, ayude a que se conserve en condiciones relativamente
óptimas. Pero, por otro lado, es imperdonable, para un curioso y amante del
arte, no haber visitado nunca Santa Eulalia de Bóveda.
Quien decida acercarse a esta
pequeña entidad de población, en donde sus habitantes han vivido siempre de la
agricultura y de la ganadería, penetrará en un lugar en el que el feísmo no
existe y los cables eléctricos se ocultan bajo tierra. Y es que en Bóveda se ha
cuidado hasta el más mínimo detalle para conservar un espacio natural,
etnográfico, artístico y arqueológico en toda su esencia. Sus escasas viviendas
de dos pisos, con tejados de pizarra y puertas de madera, responden a la típica
morfología arquitectónica de la vida agropecuaria. El piso superior se destina
a habitaciones y morada y el inferior a cuadras y a espacios de trabajo. Se
complementan con una serie de construcciones adyacentes, propias de nuestra
arquitectura rural, como los hórreos, alpendres, fuente, abrevadero para el
ganado, lavadero…
Pero junto a estas edificaciones
tradicionales, en Bóveda también destaca el conjunto parroquial, formado por su
iglesia, de estilo barroco, con su atrio y cementerio, además del crucero y,
desde luego, el magnífico monumento de Santa Eulalia, principal protagonista de
este trabajo. Una pequeña plaza remodelada parece presidir todo este atractivo
núcleo rural.
Espacios formados por terrenos
delimitados por muros de piedra que marcan su privacidad, huertas y pequeños
grupos boscosos de especies autóctonas constituyen otros elementos indisolubles
que determinan su paisaje natural y humano, fiel reflejo de las necesidades y
los comportamientos de sus antiguos y actuales pobladores que lo han ido
moldeando.
Para completar este breve
acercamiento a Bóveda, no hay que olvidar que la aldea forma parte de una
comarca rica en restos arqueológicos, como los castros de la Edad del Hierro o las mámoas.
No lejos de este núcleo poblacional, transcurría, además, la vía romana XIX que
comunicaba Lugo con Braga.
En definitiva, la encantadora
aldea de Bóveda y sus alrededores constituyen
un espléndido ejemplo de arquitectura gallega tradicional, con una adecuada
integración en el entorno. Se trata de un excelente conjunto de gran interés no
sólo arquitectónico, sino también artístico, arqueológico, paisajístico y
etnográfico.
Diversidad interpretativa.
El monumento de Santa Eulalia de
Bóveda es una admirable y compleja construcción
artística y patrimonial de época tardo-romana que, desde su descubrimiento
“oficial” en el año 1926 por el párroco del lugar -aunque su existencia se
conocía desde el año 1914-, ha sufrido variadas intervenciones arqueológicas y
arquitectónicas para un mejor conocimiento de su origen, pasando por diferentes
momentos reconstructivos y por varios problemas de investigación y de
conservación. El resultado de todo ello es el edificio que podemos contemplar
actualmente.
Esta estancia subterránea y
abovedada, que en su origen tenía dos plantas, se encuentra bajo el atrio de la
iglesia parroquial de Santa Eulalia de Bóveda de Mera, levantada en el siglo
XVIII. Las acertadas sospechas de aquel párroco le empujaron a realizar las
excavaciones que, finalmente, confirmarían la existencia de otra antigua
iglesia bajo el atrio de la actual. Desde entonces, el yacimiento de hoy en día
es el resultado de sucesivas actuaciones, unas más acertadas que otras. Para
algunos, los rasgos enigmáticos que imprimen este tesoro artístico e histórico
son el resultado de esas inapropiadas e incorrectas intervenciones, que se
realizaron después de su hallazgo, y que han ocasionado problemas en el estado
de conservación del edificio, además de una variedad de hipótesis y de
múltiples argumentos interpretativos con el fin de clarificar su situación
cronológica y su funcionalidad primera. Argumentos unos, mejor justificados y
más creíbles que otros; pero ninguno sin confirmar claramente.
Han sido varias, por tanto, las
opiniones y las investigaciones que han estudiado el origen y las funciones de
este monumento lucense. Desde la teoría que considera a Bóveda como un templo paleocristiano,
basándose en su similitud con las criptas de la primera etapa del Cristianismo
del siglo IV, en el descubrimiento de un trozo de mármol con un pez grabado, en
el simbolismo de sus pinturas –pues hay quien relaciona su interpretación con
el rito eucarístico-, o en la división de su planta en tres naves, hasta quien
le atribuye un carácter pagano, pasando por quienes declaran que se trataba de
un lugar de baños, de un ninfeo o templo romano consagrado al culto a las aguas
que allí nacen y que se creían curativas -su cercanía a la ciudad de Lugo
respalda esta teoría-, llegando a ser considerado como los restos más
destacados del culto a las aguas en el norte de la Península Ibérica.
Además, el descubrimiento de una pieza de granito con la inscripción “PRO SA(lute)”
apoyaría también esta teoría.
Por otro lado, hay quien lo
vincula con los cultos de religiones orientales, quien lo considera un santuario
dedicado a la diosa Cibeles -diosa romana de la fertilidad y la naturaleza-, quien
lo vincula con un monumento funerario romano e incluso hay quien lo identificó con la tumba de Prisciliano.
Lo que parece claro es que este edificio,
de carácter único en la Europa
occidental, pasó por diferentes fases a lo largo de su existencia. Es probable
que, entre los siglos X y XI, este conjunto artístico se usase como cripta del templo que, bajo la
advocación de Santa Eulalia, existió en el piso superior hasta que se construyó
la nueva iglesia en el XVIII.
Un tesoro en el valle del Mera.
El primero en estudiar este
enclave patrimonial fue Luís López Martí Castillo que realizó tareas de
desescombro en el año 1926. Aquellos trabajos de investigación arqueológica le
permitieron formular una descripción de la construcción con las siguientes
palabras: “…la traza es de una basílica
latina, en su planta, con un atrio en la entrada del edificio. Éste tiene tres
naves, más ancha la central que las laterales, conservándose en el fondo de la
primera íntegro un arco triunfal, que por ahora se desconoce si comunica con un
ábside, y en el lado opuesto existe una puerta con arco de medio punto,
teniendo a ambos lados dos huecos o luces que dan frente a las naves menores.
Las naves estaban divididas entre sí por arcadas semicirculares, que
descansaban sobre columnas de mármol, cuyos fustes son disminuidos, estando
cubiertas las tres naves a la vez por una sola bóveda.” (“Arqueología
gallega. Algo más sobre el templo primitivo de Santa María de Bóveda”, Luís
López Martí).
Nunca han dejado de sorprenderme
las tres partes en que se divide este precioso edificio, construido, casi todo
él, en granito y mármol. Al llegar, un reducido vestíbulo porticado, flanqueado
por dos machones realizados con grandes sillares de granito y con dos columnas
en su entrada, nos acoge antes de penetrar en el recinto. Una bóveda de cañón,
con una decoración de motivos geométricos pintados al fresco, cubre este
pórtico in antis en donde se abren la puerta de acceso y dos ventanas sobre las
que se sitúan sendos huecos triangulares de descarga.
En esta zona porticada, se
encuentran unos interesantes y toscos relieves de temática variada,
protagonistas de un programa iconográfico que, junto con las pinturas, siempre
han despertado mi fascinación. Y es que la decoración escultórica es otro de
los aspectos más relevantes en este escenario mágico. Su antigüedad y su carácter
enigmático los hacen más atractivos e interesantes, si cabe.
Según algunos estudios, los
bajorrelieves, que decoran esta zona exterior del edificio, constituirían parte
de un friso corrido en la fachada del conjunto. Sus características son muy
similares y es probable que hayan sido esculpidos en la misma época.
Determinados investigadores los sitúan en la etapa visigoda.
Labrados en sillares de granito,
dos de ellos representan a sendos grupos de cinco figuras que podrían ser danzantes femeninas
sosteniendo guirnaldas sobre sus cabezas, y que parecen transmitirnos la idea
de un cortejo procesional.
En otros dos relieves, y dentro
de algo muy semejante a una estructura arquitectónica, podemos contemplar, en
cada uno de ellos, una figura que lleva, también, un arco de flores. En otras
piezas graníticas, se han esculpido dos aves que han sido identificadas con un
ibis y un ave fénix respectivamente. En otra más, aparecen dos figuras, reconocidas
como las de dos lisiados que muestran sus deformidades. También forman parte de
la decoración de la fachada del pórtico los relieves, ya muy deteriorados, de
un ave sobre la rama de un árbol, el de un animal a galope y el de tres figuras
sedentes.
El vestíbulo nos invita a
penetrar en el interior del pequeño edificio, de planta rectangular absidiana, a
través de un arco de herradura de ladrillos, lo que podría indicar, también,
una influencia oriental en su construcción.
Este segundo espacio parece haber
estado dividido en tres naves por medio de unos arcos que se apoyarían sobre
las columnas de mármol blanco, de época tardo-romana, con capiteles de orden
corintio degenerado, decorados con hojas de acanto que, hoy en día, bastante
erosionados, flanquean el estanque o piscina de escasa profundidad. Sobre
aquellas arcadas se habría levantado la bóveda, hoy destruida, y la planta
superior, ya desaparecida.
La piscina, que ocupa la mayor
parte de la nave central del edificio, estaría irrigada por canales de agua que recorren, por
debajo de los muros, el interior del conjunto. En alguna etapa de la vida de la
construcción, se ocultó, tapándola con losas de mármol, hasta que, a mediados
del siglo pasado, fue descubierta por el profesor Chamoso Lamas. En las paredes laterales hay, además, dos
hornacinas que recuerdan las existentes en las termas romanas. Toda esta
arquitectura interior estaba cubierta por la espléndida bóveda de cañón,
decorada con un maravilloso conjunto de pinturas con motivos vegetales,
animales y geométricos, pero de la que sólo se conservan sus arranques. A su
vez, en los inicios de los arcos desaparecidos, aparecen representados jarrones
de los que surgen esbeltos tallos vegetales y otros motivos florales.
Por último, al fondo de este
espacio, en el muro testero, se encuentra un pequeño ábside, también
rectangular, al que se accede a través de un arco de medio punto y en donde se
ubicaba la escalera de caracol que conducía al piso superior del que
desconocemos cómo era. Este tercer espacio aparece, también, cubierto por una
pequeña bóveda de cañón. Es una pena que, durante las actuaciones de excavación
que se realizaron en el año 1926, se destruyese esa escalera por considerarla
un añadido de época posterior a la construcción primitiva de este magnífico
monumento.
Entre esta colección de
elementos, repartidos por esos cuatro edificios, destacan una pieza redondeada
y que podría formar parte de un altar, una estela en la que se han esculpido un
rosetón y una media luna, canecillos, material cerámico romano, restos de
columnas, basas, fragmentos de pinturas de la bóveda, piezas que podrían haber
formado parte del sistema de canalización del agua, restos graníticos y de
mármol con decoración vegetal y geométrica, un trozo con la figura de un pez, o
un par de piezas epigráficas cuya interpretación ha originado alguna que otra
controversia entre los investigadores.
Pero por lo que la aldea de
Bóveda ha adquirido fama, ha sido por las magníficas pinturas que alberga el
monumento de Santa Eulalia y sobre las que escribiré en el siguiente artículo.
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