El descubrimiento del sepulcro
del apóstol Santiago señaló el inicio de las peregrinaciones a Compostela. Desde
ese acontecimiento, romeros, procedentes de todos los rincones europeos, han
seguido un camino de estrellas marcado en el cielo, la Vía Láctea , que guía a
los viajeros hacia la tumba del apóstol.
Cualquier
peregrino que entre en la catedral, percibirá el templo como un espacio mágico
que encierra misterio y hechizo en todas sus piedras y que invita al visitante
a participar en el hallazgo de sus
secretos.
Se sabe que, antes de la
edificación de la actual basílica románica, sobre el sepulcro del apóstol que,
en su origen, fue una construcción funeraria de finales del siglo I a.C. -un
viejo templo romano de piedra, de planta rectangular y de dos cuerpos
superpuestos, mandado erigir por una mujer llamada Atia, para enterrarse ella y
su nieta-, se sucedieron otras construcciones bajo los reinados de Alfonso II y
de su sucesor, Alfonso III.
La noticia del supuesto
descubrimiento o invención del sepulcro de Santiago se extendió por toda
Europa. Multitud de peregrinos se echaron a los caminos con el objetivo de
alcanzar el destino soñado y poder ejercer el culto religioso a las reliquias
del Apóstol Santiago.
Pero la fama que adquirió
Compostela, como centro religioso de gran resonancia occidental y como símbolo
de unidad y fuerza para la cristiandad frente al Islam, atrajo a una expedición
de musulmanes, liderada por Almanzor, que arrasó todo lo que encontró a su paso
y destruyó la basílica levantada en la época de Alfonso III.
Sin embargo, la devoción que se
profesaba al Apóstol Santiago fue lo bastante motivante y poderosa como para
decidir reconstruir el templo. A partir de entonces, y a pesar de las reformas
que sufrió la basílica en la época del Gótico, con la fortificación del
cimborrio, y la construcción del claustro en el Renacimiento, dos han sido las
catedrales que han influido en el alma compostelana: la gran basílica románica
y el templo resultante después de realizar las transformaciones barrocas.
Piedra y religiosidad
Un rumor continuado de agua me
lleva hasta la plaza de las Platerías, uno de los rincones más encantadores de
Compostela, con la famosa fuente barroca de los caballos en su centro.
Inicio
este recorrido entrando por su portada, que me conduce al principal santuario
románico del Cristianismo, en donde, ante mí, se abre todo el esplendor de este
arte medieval en sus naves y en el deambulatorio.
La edificación del grandioso
templo actual, de suma belleza y proporcionalidad, comenzó en la época del
obispo Diego Peláez, alrededor del año 1075.
Observo que el interior de la
basílica compostelana conserva su estructura románica: planta de cruz latina,
triple nave en el cuerpo de la iglesia y en el crucero, triforio en todo su
desarrollo, girola, arcos de medio punto peraltados, capiteles vegetales de
gran plasticidad, bóvedas de cañón en las naves centrales y de aristas en las
laterales y unas proporciones que dan esbeltez y armonía al templo. La pureza
estructural de esta gran obra queda patente en la funcionalidad técnica del
románico y en la sencilla belleza. Y es que la veneración de las reliquias del
apóstol, por gran número de peregrinos, que se complementaba con demás actos
litúrgicos, hizo necesaria la construcción de otros altares; a lo que hay que
añadir la necesidad de los fieles de descansar dentro de la propia catedral.
Todo ello provocó transformaciones en los planteamientos arquitectónicos de la
basílica, adaptando el esquema de iglesia de peregrinación por medio de la
girola. Se abren, así, una serie de capillas para que los fieles desarrollen
sus necesidades litúrgicas y se disponen de tribunas para que puedan pasar la
noche.
Una vez que finalizo mi recorrido
por la girola, desciendo las gastadas escaleras de mármol que bajan a la cripta
en la que se custodian los restos del Apóstol en una urna de plata, junto con
los de sus dos discípulos: Atanasio y Teodoro. Las modificaciones que sufrió la
basílica compostelana a lo largo de los siglos hicieron que gran parte de este
pequeño conjunto arquitectónico, de carácter funerario, desapareciese, y lo poco que ha llegado hasta nosotros no
está en perfectas condiciones. Sólo se conservan de esta antigua cámara
sepulcral, a derecha e izquierda de la urna de plata del Apóstol, los
sarcófagos de ladrillo de sus discípulos que mantienen, aún, unos agujeros
circulares -denominados fenestelle-, usados
para el culto martirial.
Se trata, quizá, esta cripta, del
espacio con más recogimiento de toda la basílica, origen de los sucesivos
templos, y sobre la que se sitúa, además, el Altar Mayor del Apóstol.
Salgo al amplio espacio
catedralicio y asciendo las escaleras del camarín del Apóstol, apreciando,
desde este privilegiado lugar, la grandiosidad de las naves mayores de la
catedral y de la parte posterior del Pórtico de la Gloria. En este
recogido espacio, la imagen sedente de Santiago, que preside la Capilla Mayor , espera recibir
los abrazos de los fieles y peregrinos. Se produce, entonces, uno de los
momentos más emotivos de este ritual de peregrinación: el contacto simbólico y
físico con el Apóstol.
A mediados del siglo XVII, José
de la Vega y
Verdugo pretende sacar adelante un proyecto para otorgar más esplendor y
relevancia a la Capilla Mayor.
De esta forma, y para asombrar al visitante, el proyecto en el ámbito interior
catedralicio se centra en el diseño de un nuevo Altar Mayor -compuesto por
altar, camarín y baldaquino-.
La apoteosis del barroco gallego
la contemplo en el baldaquino: un gran camarín -en medio de la capilla que
preside el apóstol- con forma de pirámide y que está sostenido por ocho
ángeles, y, también, en el revestimiento de la girola con columnas salomónicas.
Sobre todo este entablamento, se superponen diversos elementos arquitectónicos
y representaciones jacobeas, rematando el espectacular conjunto la deslumbrante
figura ecuestre de Santiago.
Continúo por el transepto norte
para apreciar el altar de la
Concepción , el del Sancti Spiritus, y penetro en una de las
joyas de la catedral: la capilla de la Corticela. Tres
magníficas arquivoltas decoran su portada románica y el tema de la Adoración de los Reyes
Magos se esculpe en su bello tímpano. La Capilla de la Corticela era una
iglesia próxima a la catedral, oratorio de los monjes de San Martín Pinario,
hoy totalmente integrada en la planificación arquitectónica de la basílica. En
ella se rinde culto a la representación de Jesús en el Huerto. Es uno de los
rincones más atrayentes y acogedores del templo compostelano. La paz y la
tranquilidad que flota en su interior, junto con sus reducidas dimensiones y su
sencillez, invitan al recogimiento y al
sosiego espiritual.
Después de salir de la Corticela , cruzo hacia
la nave occidental del transepto y voy dejando, a mi paso, la Capilla de Santiago
Matamoros, la de la Comunión
y la del Cristo de Burgos. Y llego al nártex de la catedral, con su
extraordinaria portada, el Pórtico de la Gloria , cita ineludible para contemplar el mejor
conjunto artístico del protogótico europeo, en donde escultura y arquitectura
se funden con gran perfección, conviertiéndolo en una de las expresiones
culturales con más significado del mundo occidental.
Según la interpretación mejor
aceptada, en esta joya escultórica, en la que la piedra parece adquirir vida,
están espectacularmente representados el Juicio Final y la Gloria de la Jerusalén Celeste.
El cielo, el purgatorio y el infierno se desarrollan en tres arcadas que se
corresponden con las naves de la catedral. Será el maestro Mateo -autor,
también, del remate de las naves hacia la fachada occidental y del maravilloso
coro pétreo- el que se plantea labrar esta gran obra a los pies de la iglesia,
máxima expresión del arte medieval europeo.
El Pórtico, en realidad, es una
unidad arquitectónica integrada por la cripta o pequeña capilla inferior que
reproduce, a pequeña escala, la planta de la catedral en sus líneas esenciales
y ha sido, además, el recurso arquitectónico, empleado por el Maestro Mateo,
para evitar el desnivel que existía entre las naves de la basílica y la plaza
del Obradoiro. Su interior alberga la reproducción de los instrumentos musicales
tallados en el Pórtico. Los otros elementos de este conjunto artístico son el
mismo Pórtico y las tribunas.
Existe un programa iconográfico,
una explicación simbólica para este grupo arquitectónico constituido por los
tres espacios superpuestos: la cripta simboliza el mundo terrenal que necesita
del sol y de la luna, sostenidos por ángeles en dos claves de sus bóvedas, para
alumbrarse. Sobre esta cripta, en el Pórtico, se representa la Gloria , la constitución de la Jerusalén Celeste ,
simbólicamente alumbrada por la luz del Agnus
Dei que se sitúa en la clave de la gran bóveda de la tribuna, el tercer
cuerpo. El detallismo en la anatomía, la riqueza expresiva de monstruos,
ángeles, apóstoles, profetas, pecadores, ancianos que dialogan, se miran,
meditan, sonríen entre ellos, o tañen
sus instrumentos musicales -que parecen resonar en todo el nártex-, ayudan a
dotar a este magistral conjunto de un increíble realismo y de una gran fuerza
expresiva y naturalidad que, junto con la extraordinaria policromía que
recubría las imágenes, hoy casi perdida, parecen transmitir al espectador el
triunfo de Cristo y sumergirnos en esa Jerusalén Celeste. Así lo captó y
expresó Rosalía de Castro:
“Santos y apóstoles,
¡védeos! parece
que os labios moven,
que falan quedo
os uns cos outros…
¿Estarán vivos? ¿Serán
de pedra?
Aqués sembrantes tan
verdadeiros,
aquelas túnicas
maravillosas,
aqueles ollos de vida
cheos”.
La luz, depurada por las
cristaleras de la fachada, baña de resplandor este mundo mágico que se asienta
sobre estatuas-columnas, capiteles y arquivoltas.
En el tímpano central, mostrando
sus llagas, se sitúa Cristo en Majestad, rodeado del Tetramorfos. Sobre el
parteluz -horadado por las manos de millones de peregrinos- y sobre el Árbol de
Jesé del fuste (genealogía de Cristo), la figura del Apóstol aguarda la llegada
de sus devotos, recibiéndolos con una cálida y suave mirada. Detrás del
parteluz, de cara al Altar Mayor y arrodillado, el Maestro Mateo, popularmente
conocido como “o Santo dos Croques”, transmite su inteligencia a todo aquel que
golpee tres veces su cabeza sobre los rizos que decoran su cabellera.
Reanudo mi itinerario realizando
una visita por el claustro y sus dependencias anexas. En la época renacentista,
y bajo el patronato de la familia Fonseca, el claustro medieval, diseñado,
también, por el Maestro Mateo, es destruido. La catedral se adhiere al nuevo
estilo en la construcción de otro de mayores dimensiones, iniciado por Juan de
Álava y terminado por Rodrigo Gil de Hontañón, con amplias arcadas de medio
punto, utilizando elementos decorativos del propio plateresco, como cresterías
y pináculos. Comunican con el claustro, la Sala Capitular -con una
extraordinaria colección de tapices de Goya-
y el Archivo de la catedral, guardián de tesoros bibliográficos como el
Códice Calixtino y el Tumbo A. También la edificación de otros espacios, como
elementos complementarios del programa constructivo del claustro y que parecen
propios de un palacio civil, como la
Capilla de las Reliquias que, además de ser panteón de reyes,
custodia numerosos relicarios, o la
Capilla del Tesoro -con sus cruces, copones, cálices, capas
pluviales- se suman a este estilo artístico; además de las portadas de entrada
a la sacristía y al mismo claustro, diseñadas igualmente por Juan de Álava.
No me olvido de visitar el Museo
Arqueológico que aglutina interesantes e importantes restos romanos y
medievales, procedentes de las excavaciones realizadas en el subsuelo de la
catedral y en el mausoleo, además de esculturas y piezas de las antiguas
fachadas del templo. Y es que la ruta arqueológica en el subsuelo de la
catedral resulta un complemento ideal para todo este recorrido expuesto hasta
ahora. En el templo, se guardan restos
arqueológicos bajo todas sus naves; pero sólo los que se encuentran bajo la
nave central están preparados para ciertas visitas, hasta no hace mucho, de
carácter selectivo y con autorización. Yo he tenido la oportunidad de acceder
al recinto subterráneo de la basílica, a través de una trampilla localizada en
su nave central, y he podido apreciar
los hallazgos de tumbas y sarcófagos de distintas épocas, además de los
restos de las iglesias construidas por Alfonso II y por Alfonso III, junto con
parte del muro defensivo de la ciudad.
Si la ocasión lo permite, que nadie abandone el templo sin contemplar el
vuelo del gigantesco incensario, el Botafumeiro que se empleaba para purificar
la catedral cuando se producían grandes concentraciones de peregrinos, y que,
impulsado por ocho “tiraboleiros”, en
solemnes ceremonias religiosas, danza bajo las naves de la catedral, hasta casi
tocar las bóvedas, al son de la música procedente de los dos grandes órganos,
situados a ambos lados de la nave mayor, perfumando, todo el templo, con un
aromático incienso sacro y transformando la liturgia cristiana en todo un
espectáculo.
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