sábado, 17 de noviembre de 2012

La muralla de Lugo, milenaria y monumental (II)

Mi paseo por la muralla.
Aunque la muralla de Lugo tiene una considerable relevancia para ser estudiada de una manera independiente, recomiendo que el visitante recorra el adarve en su totalidad, sin perder la referencia con otros restos arqueológicos ni con el rico entramado urbanístico de calles y plazas que conforman el centro histórico como una ciudad planificada, pero adaptada al terreno que la alberga.

Y es que Lucus Augusti ordena su conjunto de calles en una red de vías, posiblemente desde su pasado como campamento militar. En esta distribución, el foro realizaría una función primordial en toda la disposición espacial. Tradicionalmente, se consideraba que su ubicación estaba en la Praza do Campo, corazón de la población, lugar donde se celebraba el mercado y en el que se situaban los edificios públicos más destacados. Hoy se ha convertido en un pequeño ámbito urbano rodeado por casas señoriales con sus soportales, de estilo barroco, en cuyo centro se sitúa la fuente, también barroca, de San Vicente Ferrer. Por otro lado, documentos medievales parecen indicar la situación del foro en la actual Praza de España. Pero las intervenciones arqueológicas, llevadas a cabo en los últimos años, ponen en cuestión estas teorías, emplazándolo en la actual Praza Maior.

Comienzo, pues, mi ruta en la Praza de Santa María, una de las más atractivas de la ciudad; un monumental espacio urbano, conformado por el sobrio Palacio Episcopal barroco y por los magníficos exteriores de la catedral. Este templo religioso -de origen románico del siglo XII, pero con añadidos de estilos gótico, barroco y neoclásico- es  una de las joyas arquitectónicas de la ciudad.
 
Desde ahí, me dirijo hacia la Praza de Pío XII, en donde una rampa me facilita el acceso al camino de ronda o Paseo da  Muralla que cubre todo el perímetro de esta corona de lajas de pizarra y sillares de granito, cuya estructura interna es un relleno de tierra, de piedras y de restos de construcciones. El recorrido por su amplio adarve, realizado en el sentido contrario a las agujas de un reloj,  ayudará, a cualquier visitante, a comprender el desarrollo histórico, urbanístico y poblacional de Lucus Augusti. Todo su atractivo pasado, desde el romano al moderno, sin olvidar el medieval, se puede identificar en el armónico conjunto de torres, edificios religiosos y señoriales, plazas y calles que configuran la ordenación urbana, salpicada por alguna huerta, por jardines y fuentes. Una hora será suficiente para completar este espacio, observando, al mismo tiempo, el paisaje urbano actual de la ciudad desde esta magnífica atalaya.

Dejo la primera puerta, la de Santiago, también conocida como Porta do Poxigo, pues en épocas de epidemias era la única entrada que se mantenía abierta. Tenía un postigo por la que sólo podía pasar una persona. En una hornacina custodia la estatua ecuestre de Santiago peregrino.
 
A mi izquierda, queda la parte sur de la catedral y llego a la Porta do Bispo Aguirre. Esta puerta, abierta a finales del siglo XIX, comunicaba el seminario con el antiguo cementerio. Un poco más adelante, están el Círculo de Bellas Artes y los patios del convento de los Franciscanos.

 
El antiguo Convento de San Francisco -que todavía conserva la cocina, el refectorio y su elegante claustro medieval- ha sido convertido en Museo Provincial, uno de los más atractivos y entrañables que he conocido hasta ahora. Guarda en su interior importantes colecciones de orfebrería prerromana y romana, restos arqueológicos, salas monográficas de pintura, cerámica de Sargadelos, esculturas, colecciones de numismática, de piezas de azabache, relojes, abanicos, sin olvidar los interesantes mosaicos romanos descubiertos en la calle Armañá de la ciudad, ni los tiernos dibujos de Castelao, además  de maquetas de construcciones arquitectónicas típicas de toda la provincia de Lugo.

 
 


Retomando mi plácido y contemplativo caminar por la ronda de estos muros, observo que, entre las viviendas y otros edificios, se puede ver el reloj del Ayuntamiento, una de las obras más representativas del barroco civil gallego, situado en la Praza Maior, junto a la Alameda; y, detrás de él, la iglesia de Santiago.

Enseguida me sitúo encima de la Porta do Bispo Izquierdo, también conocida como Porta do Castelo, Campo Castelo, o de la Cárcel, abierta en el siglo XIX para facilitar el paso del juez a la cárcel que se situaba extramuros. En esta puerta parece que se ubicaba la denominada Torre de Augusto, residencia del pretor. Delante de esta entrada, se encuentra la plaza de la estación de autobuses lugar en donde, en el año 1986, aparecieron los restos de una necrópolis romana.
 
En el año 1837, se construyó el denominado Reducto Cristina, siguiente tramo de mi recorrido, un baluarte angular y saliente, llamado así en honor a la reina regente de aquel año. Se trata de la única alteración visible en el trazado del complejo defensivo que esconde cuatro cubos, aunque, recientemente, fueron recuperados, parcialmente.

A continuación, puedo apreciar el único cubo que mantiene, aún en pie, parte de su torreón y que conserva dos de sus cuatro ventanas. Es el tramo de la muralla conocido con el nombre de A Mosqueira en donde, junto a la Porta de San Pedro, denominada también Porta de Toledo o Toletana –pues, según unos, se trata de la puerta por la que los mercaderes toledanos introducían sus mercancías; pero, según otros, el nombre hace referencia al cercano lugar de A Tolda, a donde se dirigía la vía que salía por ella-  están los cubos mejor conservados de la muralla. Al modificarse esta puerta, a finales del siglo XVIII, desapareció la pequeña capilla de San Pedro que le daba nombre y se colocó el escudo de la ciudad entre dos leones.

 
Después de pasar las escaleiras do Cantiño –usadas como letrinas, durante mucho tiempo, por los habitantes de las casas vecinas-, llego a la Porta da Estación, abierta a finales del siglo XVIII con el fin de comunicar la ciudad intramuros con la estación del ferrocarril.

 
Dejo a mi paso la parte trasera del edificio de la Diputación Provincial de Lugo y accedo  a unas escaleras que me llevan a la denominada Porta Falsa o del Boquete, una de las más antiguas de la muralla. Se trata de un angosto portillo, situado en la Praza do Ferrol, por la que se introducían las sillas de correos. Además, para impedir que los enfermos del hospital de San Bartolomeu y los soldados saliesen de la ciudad, se tapió en el siglo XVII, dejando sólo una entrada angosta o boquete que se abría en determinadas horas y que, hoy en día, da paso a los jardines de la plaza en la que se erige la iglesia de San Froilán, el patrón de Lugo.
 
Continuo con mi recorrido y llego a la Porta de San Fernando, o del Príncipe, construida a mediados del siglo XVIII, para comunicar la plaza de San Fernando con la vía que conducía a  A Coruña. El nombre de Porta do Príncipe procede del momento de su inauguración por la reina Isabel II; pues ésta llevaba en sus brazos a Alfonso XII.

Después de otro breve trayecto, llego a la Porta Nova -sirvió como paso para la Vía XX que unía Lucus con Brigantium y el golfo ártabro coruñés- que ha sufrido bastantes modificaciones a raíz, especialmente, de las reformas efectuadas en el año 1900. Desde este tramo contemplo la rúa Nova, una de las calles más típicas de Lugo y que me ofrece una imagen de la ciudad con las torres de su catedral al fondo.
 
A continuación, y después de dejar O Campo da Forca, la zona con menos población de Lugo, paso por encima de la Porta do Bispo Odoario, la más reciente de todas ellas, abierta en el año 1921. Desde esta puerta y hasta la Porta Miñá, la más antigua y la única que todavía conserva su factura romana, recorro el tramo denominado Amea do Rei, en donde abundan los bloques de granito y observo, de nuevo, la cercanía de las torres de la catedral, edificio que se alza grave y majestuoso en toda la extensión urbana. La Porta Miñá, denominada así porque mira hacia el río Miño, también se llama del Carme, pues al otro lado de la circunvalación, se sitúa la capilla que da lugar a su nombre. De ella partía la Vía XIX que se dirigía a Bracara Augusta.  Una placa recuerda la llegada del trovador medieval Fernando Esquío a esta ciudad a través de ella, después de haber dejado a su enamorada en Santiago:
                                              
                                              “Diréivolo eu, señora,
                                       pois me tan ben preguntastes:
                                               o amor que eu levei
                                              de Santiago a Lugo,
                                      ese me aduse e ese mi adugo”.


Esta entrada conduce al corazón del casco viejo de la ciudad. Cualquier visitante se percatará de cierto deterioro de esa parte antigua y, en concreto, del barrio de la Tinería, considerado, hasta no hace mucho, “la vergüenza de Lugo”. Llegado a este punto, no he podido resistirme a transcribir unos breves y curiosos párrafos descubiertos en un viejo libro de los años 70, titulado “Guía Secreta de Galicia”, de un tal Juan Soto, cuya lectura me provoca una sonrisa y un especial divertimento. El, para mí, desconocido escritor, describe este tradicional barrio con las siguientes palabras: “…..Es un barrio por el que, pese a su gran interés artístico histórico, no pasan las excursiones colectivas, porque, se da la casualidad, de que todo él está ganado para la lujuria” Y continua más adelante: “…En casi todas las casas hay un bar de mujeres malas, coquetas, lascivas, pecadoras. Se abre después de comer y se cierra a las tres de la madrugada. El precio de la consumición es ligeramente más alto que en una cafetería normal. El precio de la “otra” consumición: Trescientas pesetas (cama aparte)…….” Actualmente, los edificios viejos del casco histórico de la ciudad y, concretamente, los de La Tinería son objeto de actuaciones de rehabilitación integral. Ocultarán, pues, entre sus paredes, aquellas atractivas historias llenas de “lascivia y pecados carnales”.

Una vez que dejo la Porta Miñá, alcanzo el denominado Paseo dos Coengos, que recibe este nombre por ser el espacio escogido por los sacerdotes de la catedral para practicar esa actividad. Es aquí en donde, después de realizar este relajante y curioso recorrido por la magnífica muralla de Lugo, me siento a descansar en los bancos de piedra, situados sobre los cubos, mientras termino de apreciar toda la esencia de este monumento bimilenario.

He llegado, así, al punto de partida. Contemplo la fachada neoclásica de la catedral que se realizó a finales del siglo XVIII para sustituir su anterior románica. Desciendo por la misma rampa de la Porta de Santiago por la que subí y me acerco hasta su bella puerta norte de estilo románico, decorada con un tímpano en el que está esculpido un Cristo en Majestad y un bellísimo pinjante que representa la última cena de Cristo. En su interior, lo más relevante son sus tres naves románico-góticas, el triforio, el deambulatorio de estilo gótico, la Capilla de la Virgen de los Ojos Grandes, y su coro barroco de madera.

 

Algo más que una muralla.
No hay que olvidar que, con el transcurrir de los siglos, la muralla de Lugo sufrió diversas degradaciones y agresiones –especialmente en sus cubos y torres- provocadas por la erosión del clima, por las transformaciones urbanísticas y la intervención incontrolada de la acción humana. Las excavaciones en sus muros para aumentar los predios y pequeñas haciendas, el saqueo de sus piedras y los ataques bélicos -principalmente durante el estallido de las guerras carlistas- provocaron que sufriese diversas modificaciones en su fisonomía; sin olvidar la contaminación y el tráfico constante que, diariamente, colaboran en su degradación.  Se calcula que la muralla original perdió alrededor de una tercera parte del volumen construido. A pesar de todos esos ataques y de la deficiente planificación urbanística –como el levantamiento de edificios de altura excesiva que ha contribuido a la descontextualización de la fortificación romana-, la ciudad de Lugo puede enorgullecerse de haber sabido preservar su gran joya artística e histórica que, por si sola, justifica un viaje hasta esta ciudad. La muralla posee la característica de haber sido capaz de integrar su uso social, poderosamente arraigado en la comunidad luguesa, con su importantísimo valor patrimonial.

Después de ser transferida por la Administración Central del Estado a la Xunta de Galicia, en la actualidad, la titularidad de la muralla recae en la Comunidad Autónoma Gallega.

Así pues, este bastión defensivo, una de las más importantes y meditadas obras de ingeniería militar de la civilización romana -perfectamente planificada tanto en los elementos arquitectónicos empleados como en las técnicas constructivas y en su trazado-, ha logrado conservarse para su contemplación y admiración por parte del mundo. Constituye un conjunto único, tanto por su buen estado de mantenimiento como por su monumentalidad. Su relevancia histórica –dentro de unas circunstancias, un momento y un lugar-, junto con su valor turístico y patrimonial no dan lugar a dudas, estando más viva que nunca en el devenir de los lucenses, convirtiéndose en una importante referencia y en la representación más emblemática para la ciudad.

Todo visitante que se acerque a Lugo, para conocer su muralla y demás valores históricos y culturales que esta atractiva ciudad ofrece, no debe olvidar realizar una visita al “Centro de Interpretación da Muralla”, que se ha denominado como la “undécima puerta” de este recinto. Está ubicado en la preciosa y céntrica Praza do Campo en un edificio del siglo XVIII. Su objetivo es revitalizar y poner en valor no sólo la muralla, sino todo el patrimonio arquitectónico, histórico y cultural que alberga la ciudad de Lugo. Y es que Lucus Augusti es mucho más que una muralla; es la memoria histórica de un pasado que pervive en cada rincón de la ciudad. Desde que la UNESCO incluyó a este recinto fortificado en la lista de Patrimonio de la Humanidad, la pequeña ciudad de Lugo se ha convertido en una de las grandiosas urbes europeas, gracias a estas resistentes piedras que han soportado el paso del tiempo y que la singularizan y la convierten en única.
 

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