Continuando con este recorrido por los castillos principales de nuestra geografía gallega, entro en la provincia de Lugo. Decido empezar por el sur, concretamente por el municipio de Ferreira de Pantón, a diez kilómetros de Monforte de Lemos, y en donde se



“….Estavas, linda Inês, posta em sossego
De teus anos colhendo doce fruto,
Naquele engano da alma, ledo e cego,
Que a Fortuna nao deixa durar muito,
Nos saudosos campos do Mondego,
De teus hermosos olhos nunca enxuto,
Aos montes ensinando e ás ervinhas
O nome que no peito escrito tinhas.
Aconteceu da mísera e mezquina
Que despois de morta foi Rainha”.
Luis de Camoes, “Os Lusíadas”.
Este atractivo conjunto medieval -al que se accede por la puerta de la Alcazaba, protegida por dos torres y que se abría a una pequeña judería- no sólo mantiene viva la historia de doña Inés, y de otros hechos legendarios, sino que conserva, también, buenos paños de su muralla con restos de sus torreones encargados de albergar una magnífica torre en sillería de granito de cuatro plantas, el palacio condal y el monasterio-parador de San Vicente do Pino.
Además de sufrir la furia de los irmandiños, la fortificación de Monforte fue víctima del abandono y, como consecuencia, de la destrucción provocada por el paso del tiempo, cuando los condes tuvieron que trasladarse a la corte. De aquel importante bastión nos ha quedado la hermosa Torre del Homenaje, una de las más relevantes de Galicia por sus condiciones defensivas y el emblema más destacado del poder de la dinastía de los Lemos. Hoy en día, guarda objetos y utensilios, muebles, armaduras y armas de aquella
época.


Mis pasos me llevan, a continuación, a Castroverde, consciente de que hacia el este de Lugo, van quedando otras fortificaciones, recónditas y misteriosas, como la derruida Torre de Torés, en plena sierra de O Cebreiro; la esbelta y ruinosa torre de Doncos, en As Nogais, uno de los feudos más antiguos de los Valcarce, situada en lo alto de una colina, rodeada por el río Navia, entre nogales, robles, castaños, olmos, pinos; la de de Doiras, en el municipio de Cervantes, en las mismas estribaciones de los Ancares, emplazada en una elevada y escarpada colina que le hace merecer el calificativo de castillo roquedo. De esta fortaleza, además de sus piedras, se conserva la famosa leyenda de la mujer convertida en cierva: Aldara, la hermosa hija de los señores del castillo, desapareció mientras paseaba por los bosques frondosos de este paisaje montañoso. Después de una búsqueda infructuosa, fue dada por muerta. Al cabo de bastante tiempo, y tras una jornada de caza, Egas, hermano de Aldara, descubrió una preciosa y blanca cierva en estos mismos montes, a la que hirió de muerte. Siendo incapaz de transportarla, le cortó una de sus patas, la guardó en el zurrón y regresó al castillo. Al llegar y mostrar el trofeo a sus padres, vieron horrorizados que la pezuña se había convertido en la hermosa mano de una doncella y que en uno de sus finos dedos estaba ensartado el anillo que pertenecía a Aldara. Al regresar al lugar donde Egas había abatido a la cierva, descubrieron el cuerpo inerte de su infortunada hermana a la que le faltaba una mano.


Kilómetros más arriba, en dirección norte, se sitúa el castillo de Navia de Suarna. Desde el hermoso puente altomedieval de ojiva, realizado en mampostería de pizarra, podemos contemplar esta fortaleza del conde de Altamira, erigida sobre una robusta roca también de pizarra. El mismo río sirve de foso a esta fortificación, emplazada en el mismo centro urbano, y que ha llegado hasta nosotros convertida en un insólito edificio de viviendas, en una singular combinación de vida moderna y antigüedad. A sus pies se acumulan, sin orden, abigarradas construcciones y callejuelas que nos llevan al río y al puente.

Mi trayecto continua rumbo hacia Mondoñedo, no sin antes conocer las ruinas de la Torre de Burón, en la hermosa villa de Pobra de Burón que perteneció a los condes de Altamira.

La población de Mondoñedo esconde los secretos de la ejecución del mítico y famoso mariscal Pedro Pardo de Cela, incómodo enemigo de los Reyes Católicos. Su muerte dio lugar a varias leyendas. Pardo de Cela estuvo muy vinculado a las fortalezas de Castro de Ouro y de A Frouseira.


La torre, de planta octogonal, es el único elemento que ha llegado, hasta nuestros días, de la fortificación original que la constituían tres baluartes más. Está rematada por una barbacana volada apoyada en modillones, bajo los que destaca, a la altura de la cuarta planta, la figura de un jabalí -emblema de los Andrade- tallado en granito.
De aquella época feudal, sigue presente, en la historia de la villa, el recuerdo del pago de unas rentas a los señores. Se trata de los capones que, desde entonces, continuaron criándose como un complemento económico y que alcanzan protagonismo, a día de hoy, en la famosa feria de los capones que se celebra todos los años en Vilalba, a comienzos de la Navidad.
Mi siguiente destino es el castillo de Pambre. Pero a lo largo del trayecto entre Vilalba y Palas de Rei, municipio donde se emplaza esa fortificación, disfruto de las visitas a otras fortalezas que se erigen por la ruta que debo seguir. Así, en Cospeito, en medio de un frondoso bosque puedo admirar el castillo de Caldaloba; el de Parga, en Guitiriz; las Torres de Friol y de Miraz, en el municipio de Friol. En este mismo ayuntamiento, mis pasos se detienen en la fortaleza de San Paio de Narla. Después de pertenecer a diversos linajes, y de utilizar sus piedras en diferentes
construcciones, en el siglo XX la Diputación de Lugo, actual propietaria, la salvó del derribo. Tras haber sido rehabilitado, el castillo de Narla se ha transformado en un interesante museo etnográfico e histórico, cuyas piezas se distribuyen por el patio, las cuadras, la bodega la cocina, el salón, la sala del telar, el dormitorio, los pisos de la torre y la capilla.





La torre del homenaje del castillo, coronada por la densa vegetación, se convierte en el centro de un hermosísimo conjunto arquitectónico, de carácter militar, flanqueado en sus cuatro ángulos por otras tantas torres y rodeada por una elevada muralla.
En la actualidad, esta majestuosa edificación presenta un aspecto descuidado. ¡Una lástima! Hasta finales de 2009, su antiguo propietario, que se había nombrado “conde de Borraxeiros”, no permitía el acceso al interior. Pero su fallecimiento ha provocado la última polémica que tiene como protagonista a esta magnífica fortaleza, declarada Bien de Interés Cultural en el año 1995. Y es que la sorpresa fue mayúscula cuando se descubrió que había nombrado herederos de este inmueble y de los terrenos circundantes a los Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres, orden religiosa establecida en Vigo. La orden, para hacer frente a sus problemas económicos, la vendió, por suerte, a la Xunta de Galicia, para garantizar, así, su conservación y su disfrute público. A pesar de las pésimas condición es en las que se encuentran sus dependencias interiores, merece la pena desplazarse hasta esta fortaleza, aunque tengamos que imaginar cómo fueron sus estancias.
¡Que triste m-alcontro, Castelo do Pambre,
O ver q’eres cova do teñen asento
Coruxas, miatos e choyas e corvos
Carballos e silvas, as hedras y-os ventos!
Tu fuches o lar d’un Ozores de Ulloa,
D’un Lope,
D’un Sancho, muy nobres galegos,
y-ágora castelo, esquencido d’os homes,
recibes saúdos d’os ventos.
Sin abandonar la comarca de la Ulloa, son dignos, igualmente, de visitar el castillo de Amarante, en Antas de Ulla, un castillo-pazo, en estado de abandono, que sólo mantiene en pie una parte de la muralla; y la Torre de Penas, en Monterroso, que forma parte de un conjunto armonioso constituido, además de por la torre, por un pazo, un cruceiro y una iglesia del siglo XII.


Quedan restos y vestigios de otras torres repartidas por nuestra geografía gallega, cargadas igualmente de historia y de leyendas llenas de tragedias que saltan de la verdad a la fantasía, de amores desgraciados, de intrigas y de crueldades; castillos sobre los que, todavía, flota un halo de antiguas contiendas.
La memoria de unas arquitecturas.
Nuestros castillos se funden con el paisaje que los acogen con una naturalidad sorprendente; o se integran en el conjunto arquitectónico de los pueblos en los que se erigen, hasta el punto que parece que paisaje y castillo, villa y fortaleza crecieron unidos. Al lado de estos baluartes y de sus elementos defensivos, existe una sublimación de componentes inmateriales. Eso indica que las villas gallegas en las que se emplazan se identifican con estas arquitecturas llenas de contenido.
Por su grandiosidad y por su acervo histórico, estos antiguos edificios se han transformado en elementos patrimoniales culturales que nos transmiten una emoción y unos pormenores estéticos; sin olvidar su mutación en imprescindibles destinos turísticos y de ocio. Y es que muchos de nuestros castillos invitan al visitante a realizar diversas actividades. Una de las nuevas funciones es su conversión en parador nacional, o bien en museos -uniendo realidad y misterio, pasado y presente-, en auténticos miradores o, incluso, en pazos que, todavía, mantienen en pie alguna torre o coronan sus murallas con simbólicas almenas.
La consolidación de los restos de estos bastiones defensivos, junto con sus excavaciones arqueológicas, deberían convertirse en medidas a adoptar por parte de las políticas culturales actuales de la Xunta de Galicia y demás organismos, puesto que una construcción ruinosa equivale a una comunidad que se olvida de su propia historia.
Por otro lado, una fortaleza rehabilitada y recuperada se constituye en un elemento más de nuestro patrimonio cultural, en arquitecturas vivas, llenas de contenidos eternos, que nos ayudarán a alcanzar una mejor comprensión de nuestra historia. Es éste, pues, un acicate más para luchar por la conservación de estas gallardas construcciones llenas de grandeza y cargadas de futuro y que mantienen inalterable el recuerdo de unas tierras y de sus gentes.

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