jueves, 12 de abril de 2012

Castillos medievales de Galicia, fortalezas de contiendas y piedra (VI)

De Monforte a Palas de Rei.
Continuando con este recorrido por los castillos principales de nuestra geografía gallega, entro en la provincia de Lugo. Decido empezar por el sur, concretamente por el municipio de Ferreira de Pantón, a diez kilómetros de Monforte de Lemos, y en donde se emplaza el castillo de Maside del siglo XIII – hoy en día de propiedad privada-, que perteneció al linaje de los López de Lemos. En él se unen elementos románicos con ojivales. Tanto la muralla como la Torre del Homenaje aparecen coronadas por un matacán sobre modillones rematado por almenas apuntadas. Ya en el XVI, se le adosó una casa señorial. Cuenta la leyenda que esta fortaleza fue construida por los mouros en una sola noche y que además, una doncella, al atardecer, custodiada por un grifón, dejaba caer sus cabellos desde la torre hasta el suelo, para ser peinados por un etíope con un peine de oro. El castillo fue restaurado acertadamente y se dice que durante las tareas de restauración se descubrieron los restos de uno de los jefes de los irmandiños sosteniendo las armas.

Prosigo mi ruta, pues me espera Monforte de Lemos.“Monforte está xa aí, asentado no outeiro, onde se ergueron o castelo dos Condes e o Mosteiro de San Vicente do Pino. Mantense este á beira da vella Torre da Homenaxe. A fortaleza e o convento disputaron outrora a cuíña, antigo castro, xa lugar anterior de pobación…; a importante fortaleza do XIV contou co amáis fermosa e ergueita Torre da Homenaxe de cantas se conservan en Galicia; … súa bela fiestra de estilo oxival chámase “da Raíña”, o que alude, sen dúbida, a Xoana de Castro, muller que foi por un día de Pedro I. Luis de Góngora, que estivo aquí en tempos posteriores, coidou pisar as estrelas desde as ameas do castelo. O núcleo antigo aínda decora, coas súas casas típicas, os flancos do outeiro, ominoso castro de soberbio horizonte”. Así alude Fernando Fernández del Riego, en su obra “Galicia”, a la torre de Monforte de Lemos, levantada en lo alto de la colina, sobre el antiguo castro Dactonio y que forma parte de la fortaleza que perteneció al linaje de los Castro, condes de Lemos y señores de estas tierras lucenses.
En la historia de una de las mujeres de esta familia, Inés de Castro, se mezcla la leyenda y la realidad. Doña Inés se casó en secreto con don Pedro, heredero del reino de Portugal. Este matrimonio -del que nacieron tres hijos- no fue bien aceptado en la corte lisboeta, lo que conllevó el asesinato de doña Inés. Cuando su esposo heredó el trono, vengó su muerte. Dio orden de desenterrar su cuerpo y la coronó reina de Portugal. Incluso la leyenda relata que él mismo arrancó el corazón del que había dado muerte a su esposa.
“….Estavas, linda Inês, posta em sossego
De teus anos colhendo doce fruto,
Naquele engano da alma, ledo e cego,
Que a Fortuna nao deixa durar muito,
Nos saudosos campos do Mondego,
De teus hermosos olhos nunca enxuto,
Aos montes ensinando e ás ervinhas
O nome que no peito escrito tinhas.
Aconteceu da mísera e mezquina
Que despois de morta foi Rainha”.
Luis de Camoes, “Os Lusíadas”.
Este atractivo conjunto medieval -al que se accede por la puerta de la Alcazaba, protegida por dos torres y que se abría a una pequeña judería- no sólo mantiene viva la historia de doña Inés, y de otros hechos legendarios, sino que conserva, también, buenos paños de su muralla con restos de sus torreones encargados de albergar una magnífica torre en sillería de granito de cuatro plantas, el palacio condal y el monasterio-parador de San Vicente do Pino.
Además de sufrir la furia de los irmandiños, la fortificación de Monforte fue víctima del abandono y, como consecuencia, de la destrucción provocada por el paso del tiempo, cuando los condes tuvieron que trasladarse a la corte. De aquel importante bastión nos ha quedado la hermosa Torre del Homenaje, una de las más relevantes de Galicia por sus condiciones defensivas y el emblema más destacado del poder de la dinastía de los Lemos. Hoy en día, guarda objetos y utensilios, muebles, armaduras y armas de aquella
época.
Pero el patrimonio artístico e histórico de esta acogedora villa de Monforte de Lemos -puerta de acceso a la espectacular Ribeira Sacra- no sólo se reduce a la torre y a su entorno, sino que cuenta con otras relevantes obras de arquitectura religiosa y civil como el convento de Santa Clara -que alberga el Museo de Arte Sacro-, o el Colegio de la Compañía, considerado por muchos como el Escorial gallego, un verdadero paraíso para los amantes del arte.

Me encamino ahora hacia el norte de la provincia lucense, pasando por la agradable villa de Sarria en donde falleció el rey Alfonso IX cuando iba en peregrinación hacia Compostela. De los restos de su castillo, del siglo XII, sólo queda un viejo y melancólico torreón defensivo semicircular que conserva algunas de las almenas con ventanas saeteras y al que se accede por medio de una escalera.

Mis pasos me llevan, a continuación, a Castroverde, consciente de que hacia el este de Lugo, van quedando otras fortificaciones, recónditas y misteriosas, como la derruida Torre de Torés, en plena sierra de O Cebreiro; la esbelta y ruinosa torre de Doncos, en As Nogais, uno de los feudos más antiguos de los Valcarce, situada en lo alto de una colina, rodeada por el río Navia, entre nogales, robles, castaños, olmos, pinos; la de de Doiras, en el municipio de Cervantes, en las mismas estribaciones de los Ancares, emplazada en una elevada y escarpada colina que le hace merecer el calificativo de castillo roquedo. De esta fortaleza, además de sus piedras, se conserva la famosa leyenda de la mujer convertida en cierva: Aldara, la hermosa hija de los señores del castillo, desapareció mientras paseaba por los bosques frondosos de este paisaje montañoso. Después de una búsqueda infructuosa, fue dada por muerta. Al cabo de bastante tiempo, y tras una jornada de caza, Egas, hermano de Aldara, descubrió una preciosa y blanca cierva en estos mismos montes, a la que hirió de muerte. Siendo incapaz de transportarla, le cortó una de sus patas, la guardó en el zurrón y regresó al castillo. Al llegar y mostrar el trofeo a sus padres, vieron horrorizados que la pezuña se había convertido en la hermosa mano de una doncella y que en uno de sus finos dedos estaba ensartado el anillo que pertenecía a Aldara. Al regresar al lugar donde Egas había abatido a la cierva, descubrieron el cuerpo inerte de su infortunada hermana a la que le faltaba una mano.



Kilómetros más arriba, en dirección norte, se sitúa el castillo de Navia de Suarna. Desde el hermoso puente altomedieval de ojiva, realizado en mampostería de pizarra, podemos contemplar esta fortaleza del conde de Altamira, erigida sobre una robusta roca también de pizarra. El mismo río sirve de foso a esta fortificación, emplazada en el mismo centro urbano, y que ha llegado hasta nosotros convertida en un insólito edificio de viviendas, en una singular combinación de vida moderna y antigüedad. A sus pies se acumulan, sin orden, abigarradas construcciones y callejuelas que nos llevan al río y al puente.

Me desvío hacia el oeste para llegar a Castroverde. Es posible que el nombre de su fortaleza, que fue propiedad de los condes de Lemos, provenga de un castro que existió sobre lo alto de la pequeña colina en la que se levanta. De aquel recinto sólo quedan unos escasos restos de la muralla, además de la torre del homenaje sobre cuya puerta de acceso figura la representación de un gaiteiro que siempre ha despertado mi curiosidad.

Mi trayecto continua rumbo hacia Mondoñedo, no sin antes conocer las ruinas de la Torre de Burón, en la hermosa villa de Pobra de Burón que perteneció a los condes de Altamira.
La población de Mondoñedo esconde los secretos de la ejecución del mítico y famoso mariscal Pedro Pardo de Cela, incómodo enemigo de los Reyes Católicos. Su muerte dio lugar a varias leyendas. Pardo de Cela estuvo muy vinculado a las fortalezas de Castro de Ouro y de A Frouseira.
Muy cerca de Mondoñedo, en el municipio de Alfoz, se erige la primera de ellas: el castillo de Castro de Ouro, de la que nos queda una majestuosa y preciosa torre del homenaje que formaba parte de una fortificación encargada de defender los territorios que, desde el siglo X, pertenecían a la mitra mindoniense. En el reinado de los Reyes Católicos, el mariscal fue hecho prisionero y ejecutado, públicamente, en el año 1483 por oponerse a la política centralizadora de los monarcas. La leyenda relata que, cuando vio que llegaba el momento de su decapitación, en la plaza de Mondoñedo, empezó a rezar el Credo. En ese mismo instante, el verdugo le cortó la cabeza que rodó sobre el suelo hasta la puerta de la misma catedral, mientras decía “¡Credo!, ¡Credo!, ¡Credo!” Su figura fue mitificada por la leyenda y la literatura. Ramón Cabanillas y Antón Villar Ponte nos dejaron su obra conjunta “O Mariscal”, una leyenda trágica en verso sobre Pardo de Cela. Y es que este personaje histórico se convirtió en el símbolo de la derrota de la nobleza, al ser ajusticiado mientras su esposa era “entretenida” en el momento de cruzar “a ponte do Pasatempo”, cuando ya había conseguido el indulto real. Tras su muerte, la fortaleza pasó a manos del obispo de Mondoñedo y más tarde a las del Ayuntamiento que la transforma en casa consistorial hasta el año 1990. La torre sufrió modificaciones, especialmente en la fachada principal. La posterior, presenta, en ambos lados, dos cubos que, además, de realizar funciones de defensa, también actuaban como contrafuertes. Dentro del recinto amurallado podemos ver la iglesia de San Salvador de Castro de Ouro. Catalogada como Bien de Interés Turístico, actualmente, la torre se dedica a exposiciones y museo etnográfico.

Desde tierras mindonienses, me dirijo al señorío de Vilalba, de nuevo en la jurisdicción de los Andrade. Una vez que Enrique de Trastámara es proclamado rey, le otorga el señorío de Vilalba a Fernán Pérez de Andrade por el apoyo prestado. En el mismo centro del encantador y pequeño casco histórico de esta población, capital de la comarca de A Terra Cha, se erige su noble torre del homenaje, uno de los monumentos histórico-militares más relevantes de Galicia y que forma parte, actualmente, del Parador Nacional de Turismo de esta villa.
La torre, de planta octogonal, es el único elemento que ha llegado, hasta nuestros días, de la fortificación original que la constituían tres baluartes más. Está rematada por una barbacana volada apoyada en modillones, bajo los que destaca, a la altura de la cuarta planta, la figura de un jabalí -emblema de los Andrade- tallado en granito.
De aquella época feudal, sigue presente, en la historia de la villa, el recuerdo del pago de unas rentas a los señores. Se trata de los capones que, desde entonces, continuaron criándose como un complemento económico y que alcanzan protagonismo, a día de hoy, en la famosa feria de los capones que se celebra todos los años en Vilalba, a comienzos de la Navidad.

Mi siguiente destino es el castillo de Pambre. Pero a lo largo del trayecto entre Vilalba y Palas de Rei, municipio donde se emplaza esa fortificación, disfruto de las visitas a otras fortalezas que se erigen por la ruta que debo seguir. Así, en Cospeito, en medio de un frondoso bosque puedo admirar el castillo de Caldaloba; el de Parga, en Guitiriz; las Torres de Friol y de Miraz, en el municipio de Friol. En este mismo ayuntamiento, mis pasos se detienen en la fortaleza de San Paio de Narla. Después de pertenecer a diversos linajes, y de utilizar sus piedras en diferentes
construcciones, en el siglo XX la Diputación de Lugo, actual propietaria, la salvó del derribo. Tras haber sido rehabilitado, el castillo de Narla se ha transformado en un interesante museo etnográfico e histórico, cuyas piezas se distribuyen por el patio, las cuadras, la bodega la cocina, el salón, la sala del telar, el dormitorio, los pisos de la torre y la capilla.

Llego, asi, a Palas de Rei, en donde se erige el robusto castillo de Pambre, uno de los más impresionantes de toda Galicia, levantado, según unos, por Gonzalo Ozores de Ulloa, a finales del siglo XIV, con el objetivo de convertirse en plaza fuerte para la protección y defensa de sus tierras. Pero Pambre no sólo cumplió una función militar, sino también administrativa y de gestión del territorio que lo circunda, cobrando portazgo por el tránsito de mercancías y de hombres por la zona. De nuevo, la leyenda termina de conformar su historia al relatar que fue construido en una sola noche por los mouros, habitantes de estas tierras gallegas desde tiempos muy lejanos. También fue testigo de las revueltas irmandiñas -siendo incapaces de derribar esta inexpugnable fortaleza, con intención de derrocar el poder feudal, convirtiéndose así en uno de los pocos bastiones defensivos que aguantó el embate de los irmandiños-, además de ser el centro de un litigio de herencia entre el conde de Altamira y el de Monterrei que, finalmente, gana este último. Más tarde, tras el enlace matrimonial entre la hija del de Monterrei y Fernando de Andrade, la hija de ambos heredará el castillo.
Se trata de un recinto doblemente amurallado, con edificios domésticos, y capilla románica. En esta iglesia, López Ferreiro sitúa una de las escenas de su novela “O castelo de Pambre” en la que los leales de Gonzalo Ozores de Ulloa le ofrecen su juramento para recuperar las posesiones arrebatadas.
La torre del homenaje del castillo, coronada por la densa vegetación, se convierte en el centro de un hermosísimo conjunto arquitectónico, de carácter militar, flanqueado en sus cuatro ángulos por otras tantas torres y rodeada por una elevada muralla.
En la actualidad, esta majestuosa edificación presenta un aspecto descuidado. ¡Una lástima! Hasta finales de 2009, su antiguo propietario, que se había nombrado “conde de Borraxeiros”, no permitía el acceso al interior. Pero su fallecimiento ha provocado la última polémica que tiene como protagonista a esta magnífica fortaleza, declarada Bien de Interés Cultural en el año 1995. Y es que la sorpresa fue mayúscula cuando se descubrió que había nombrado herederos de este inmueble y de los terrenos circundantes a los Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres, orden religiosa establecida en Vigo. La orden, para hacer frente a sus problemas económicos, la vendió, por suerte, a la Xunta de Galicia, para garantizar, así, su conservación y su disfrute público. A pesar de las pésimas condición es en las que se encuentran sus dependencias interiores, merece la pena desplazarse hasta esta fortaleza, aunque tengamos que imaginar cómo fueron sus estancias.
¡Que triste m-alcontro, Castelo do Pambre,
O ver q’eres cova do teñen asento
Coruxas, miatos e choyas e corvos
Carballos e silvas, as hedras y-os ventos!
Tu fuches o lar d’un Ozores de Ulloa,
D’un Lope,
D’un Sancho, muy nobres galegos,
y-ágora castelo, esquencido d’os homes,
recibes saúdos d’os ventos.

Sin abandonar la comarca de la Ulloa, son dignos, igualmente, de visitar el castillo de Amarante, en Antas de Ulla, un castillo-pazo, en estado de abandono, que sólo mantiene en pie una parte de la muralla; y la Torre de Penas, en Monterroso, que forma parte de un conjunto armonioso constituido, además de por la torre, por un pazo, un cruceiro y una iglesia del siglo XII.


Quedan restos y vestigios de otras torres repartidas por nuestra geografía gallega, cargadas igualmente de historia y de leyendas llenas de tragedias que saltan de la verdad a la fantasía, de amores desgraciados, de intrigas y de crueldades; castillos sobre los que, todavía, flota un halo de antiguas contiendas.


La memoria de unas arquitecturas.
Nuestros castillos se funden con el paisaje que los acogen con una naturalidad sorprendente; o se integran en el conjunto arquitectónico de los pueblos en los que se erigen, hasta el punto que parece que paisaje y castillo, villa y fortaleza crecieron unidos. Al lado de estos baluartes y de sus elementos defensivos, existe una sublimación de componentes inmateriales. Eso indica que las villas gallegas en las que se emplazan se identifican con estas arquitecturas llenas de contenido.
Por su grandiosidad y por su acervo histórico, estos antiguos edificios se han transformado en elementos patrimoniales culturales que nos transmiten una emoción y unos pormenores estéticos; sin olvidar su mutación en imprescindibles destinos turísticos y de ocio. Y es que muchos de nuestros castillos invitan al visitante a realizar diversas actividades. Una de las nuevas funciones es su conversión en parador nacional, o bien en museos -uniendo realidad y misterio, pasado y presente-, en auténticos miradores o, incluso, en pazos que, todavía, mantienen en pie alguna torre o coronan sus murallas con simbólicas almenas.

La consolidación de los restos de estos bastiones defensivos, junto con sus excavaciones arqueológicas, deberían convertirse en medidas a adoptar por parte de las políticas culturales actuales de la Xunta de Galicia y demás organismos, puesto que una construcción ruinosa equivale a una comunidad que se olvida de su propia historia.

Por otro lado, una fortaleza rehabilitada y recuperada se constituye en un elemento más de nuestro patrimonio cultural, en arquitecturas vivas, llenas de contenidos eternos, que nos ayudarán a alcanzar una mejor comprensión de nuestra historia. Es éste, pues, un acicate más para luchar por la conservación de estas gallardas construcciones llenas de grandeza y cargadas de futuro y que mantienen inalterable el recuerdo de unas tierras y de sus gentes.

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