sábado, 17 de marzo de 2012

Castillos medievales de Galicia, fortalezas de contiendas y piedra (IV)

De las Torres del Oeste al castillo de Monterreal.En la última entrega de este algo extenso reportaje sobre los castillos medievales de Galicia, me quedé en el entorno de la ría de Arousa, concretamente en la acogedora población de A Pobra do Caramiñal de la que guardo, además, gratos recuerdos de mi estancia en ella, durante dos años, por motivos laborales.

Así que, sin dejar la atractiva ría de Arousa, entro en la provincia de Pontevedra.
Un conjunto de fortificaciones costeras constituía el proyecto de una barrera defensiva, a lo largo de esta ría, para proteger el señorío eclesiástico compostelano de las invasiones normandas y musulmanas. Entre ellas, sobresalen por su devenir histórico, las famosas Torres del Oeste, enclavadas en el municipio pontevedrés de Catoira, en la desembocadura del río Ulla y al comienzo de esta bella ría de Arousa.
Este “Castellum Honesti” fue un punto estratégico importante para impedir a las salvajes incursiones vikingas, normandas y moriscas -que llegaban desde el mar-, el acceso a la ciudad de Compostela. Incluso se habla de la existencia de una gran cadena de hierro desde las torres que, tensada por doscientos bueyes, impedía que las naves llegasen hasta Iria Flavia.
Antes de la construcción de esta fortaleza, parece que en este enclave existió un asentamiento de origen castreño y que se convertiría en un destacado puerto comercial al servicio de Roma.
El origen de la fortificación se remonta a la época de Alfonso III. Más tarde, Alfonso V donó este enclave al señorío eclesiástico compostelano. La misma mitra se encargó de mejorar la defensa con estas robustas torres.
La pérdida de esta fortaleza -de la que conservamos dos torres, los cimientos de una tercera y la capilla románica de Santiago- significó la decadencia de la Iglesia Compostelana.

Las torres del Oeste, declaradas Monumento Nacional, se han convertido, hoy en día, en unas atractivas y evocadoras ruinas que, altivas, miran a la ría, además de ser un magnífico escenario para la celebración anual, en el primer domingo de agosto, del legendario y famoso desembarco vikingo, fiesta declarada de Interés Turístico que rememora la batalla entre gallegos y vikingos y a la que acuden miles de personas cada año.
Las ruinas de la Torre de San Saturniño, en Cambados, vigilando, también el mar de Arousa y las de la Torre de A Lanzada, en el municipio de Sanxenxo, son ejemplos de otras fortificaciones eclesiásticas, erigidas para defender Santiago de las invasiones normandas y sarracenas.

En Soutomaior, a unos veinte kilómetros de Pontevedra, establezco mi siguiente parada.
La historia de su castillo, un severo bastión defensivo, centro de la actividad política del sur de Galicia, durante la baja Edad Media, y situado dentro de un encantador enclave paisajístico, rodeado de unos coloridos y cuidados jardines que destilan belleza, va unida a la figura mítica de Pedro Álvarez de Soutomaior, conocido como Pedro Madruga, personaje histórico con el que esta fortaleza alcanza la cumbre de su poder. No responde al prototipo de castillo inaccesible en lo elevado de un terreno escabroso. Sus ventajas estratégicas quizá procedan de su situación oculta que lo protegía de las invasiones provenientes del mar.
Los orígenes de esta interesante fortaleza, llena de historia, parece que se remontan al siglo X, cuando se edificó una torre rodeada de un foso. Ya en el XV, el castillo se amplía con la construcción de otra torre, que se une a la primera por medio de un cuerpo central, con un doble recinto amurallado, patio central y puente levadizo.

Como en tantos otros bastiones defensivos, la historia se repite, de nuevo, en el castillo de Soutomaior: la revolución irmandiña lo destruye en parte, para posteriormente ser reconstruido por orden de Pedro Madruga.
En el siglo XIX, se somete a una restauración que buscó la recreación de una escenografía romántica acorde con la vida de los nobles de la Edad Media: se edifica una delicada galería neogótica y se colocan almenas en todo el recinto.
Después de utilizarlo, a comienzos del siglo XX, para usos hospitalarios, industriales, e incluso como escuela y granja, en la década de los 80 pasó a manos de la Diputación Provincial de Pontevedra que lo ha dedicado a un centro de actividades socioculturales, tras someterlo a una cuidadosa restauración.
Su interior rezuma elegancia en todo un conjunto de estancias correctamente rehabilitadas: en sus salones, capilla gótica, subterráneos, puente levadizo, murallas, torre del homenaje, calabozos, plaza de armas…

Y de Soutomaior, me dirijo al municipio de Ponteareas. Allí, sobre la colina de Landín, en un tranquilo entorno paisajístico autóctono recuperado, se levanta el hermoso e inexpugnable Castillo de Sobroso, de importancia histórica y monumental, cuyo origen parece que se remonta al siglo IX y que pasó por las manos de los Castro, los Sarmiento y los Soutomaior, hasta que, durante el reinado de los Reyes Católicos, fue residencia de los señores de Sobroso y Salvaterra.
Después de sufrir el abandono durante los siglos XVIII y XIX, fue restaurado en el siglo pasado en dos ocasiones. La primera se realizó en el año 1923 por iniciativa de Alejo Carrera Muñoz, un periodista que invirtió gran parte de su fortuna en la adquisición del castillo y en su recuperación, proclamándose Señor de Sobroso.
La segunda restauración se llevó a cabo a finales del siglo XX, después de que el Ayuntamiento de Ponteareas adquiriese la fortaleza.

Este conjunto defensivo lo forman la muralla exterior, el cuerpo residencial y la torre del homenaje -con garitas en sus esquinas sobre modillones- y desde la que se contempla un paisaje fascinante constituido por los pueblos de la comarca.
Entre las leyendas que se gestan alrededor del castillo sobresale la que narra la historia del ciego que continuaba cantando y tocando la zanfona después de ser decapitado por los musulmanes que, en el siglo VIII, asaltaron la fortificación. Parece que la misma leyenda predice que cuando se vuelvan a escuchar esa voz y esa música, se avecinarán graves desgracias para Galicia.

Impresiona entrar en sus estancias, acondicionadas y ambientadas, que nos introducen en una atmósfera medieval y que nos ayudan a sentir la emoción histórica de su pasado. Se trata de un acogedor centro dedicado a la difusión de nuestra cultura popular, un pequeño museo de antiguas artesanías: una cocina con lareira y antiguos utensilios domésticos; una exposición de trajes antiguos; una colección de herramientas propias de oficios tradicionales; además de un dormitorio; un antiguo telar rústico y un batán que nos invita a recorrer una serie de paneles en los que se muestra el trabajo del lino. Todo ello nos sumerge en aquella época de siervos y campesinos, guerreros y mercaderes.

Del interior de la provincia de Pontevedra, regreso, de nuevo, a su costa, concretamente a la villa realenga de Baiona, uno de los enclaves históricos y marineros más atractivos de la península y a donde, según la leyenda, llegó Julio César, además de la carabela la Pinta, a su vuelta del descubrimiento de América, cuya arribada se celebra todos los años. Y es que Baiona siempre atrajo a reyes, señores feudales, musulmanes e incluso piratas.
En esta villa litoral se erige el Castillo de Monterreal. Cuando Almanzor llegó a Baiona, destruyó la fortaleza que, posteriormente levantó, de nuevo, el rey Alfonso V. Ya en el siglo XV, Pedro Madruga se apodera de esta villa costera, edificando su castillo en la zona de Monterreal. Hasta aquí llegó también el pirata Francis Drake que fracasó en su intento de apoderarse del pueblo.
Se trata de un impresionante baluarte en donde apreciamos elementos y soluciones defensivas de diferentes épocas, pues fue objeto de varias construcciones a lo largo de los siglos. Su diversidad arquitectónica la componen las murallas -de unos tres kilómetros de longitud, y que nos permiten un recorrido por todo su alrededor, al mismo tiempo que nos ofrecen bellas estampas litorales de esta costa sur de Galicia-; tres puertas de acceso al recinto -la del Sol es la más antigua, la Real del siglo XVI y la puerta de Felipe IV-; tres torres –la del Reloj, la más elevada, vigila tierra firme, la del Príncipe, el Atlántico, y la de la Tenaza, domina la bahía.

En el año 1963, la fortaleza fue vendida al Estado para formar parte de la Red de Paradores Nacionales convirtiéndose en el lujoso Parador de Turismo Conde de Gondomar, en donde se combina el ambiente de lo que pudo ser una época medieval con la suntuosidad de la arquitectua de los pazos.

Se agradece deambular por las angostas callejuelas de Baiona, contemplar las típicas viviendas marineras asoportaladas, recorrer sus pequeñas plazas enmarcadas por casas señoriales, entrar en sus tabernas de sabor marinero, visitar su colegiata, disfrutar de su tranquila bahía y acercarse hasta su puerto en donde está fondeada una réplica de la carabela la Pinta; o bien llegar hasta la colina rocosa sobre cuya cima el arquitecto Palacios proyectó la monumental imagen pétrea de la Virgen de la Roca que mira hacia el océano.

La Torre de Tebra, en Tomiño, hoy en día pazo residencial de propiedad privada; la de Cira, situada en Silleda, actualmente abandonada y en ruinas y el Castillo de Fornelos, en Crecente, en los límites con Portugal, completarían este recorrido por los castillos medievales pontevedreses.
Por orden: Torre de Tebra, Torre de Cela y Torre de Fornelos.

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