“A Galicia do futuro depende de nós.
O porvir de Galicia faise agora. Porque a nosa
paisaxe, as nosas casas, as nosas rúas e negocios son o reflexo do noso futuro.
Coida do teu. Dálle valor”
He transcrito
literalmente lo que una campaña publicitaria, impulsada por la Xunta de Galicia,
intenta transmitir desde hace bastante tiempo a través de algunos medios de
comunicación. Esa campaña publicitaria pretende inculcar a la sociedad el
interés por conservar nuestras arquitecturas propias y auténticas, procurando
concienciar acerca de su adecuada restauración y rehabilitación, sean viviendas
familiares, construcciones adjetivas o de cualquier otro tipo y
características.
Y, precisamente,
la lectura de esas palabras y las fotografías que las acompañan en los
periódicos -mostrando dos instantáneas de una misma construcción: una en
situación de abandono y de dejadez, y la otra ya restaurada- me han incitado a
la elaboración de este texto sobre arquitecturas que crean paisaje, cuyo
título, además, me he tomado la libertad de recogerlo de una brevísima reseña
que hace unos años leí en un periódico acerca de la publicación de un magnífico
y denso libro: “As construcións da
arquitectura popular. Patrimonio etnográfico de Galicia” de Manuel Caamaño
Suárez. Se trata de una de esas obras de culto sobre la arquitectura
tradicional gallega y que enriquece toda biblioteca básica personal.
Y es que tan importante
como la naturaleza son las auténticas arquitecturas para conformar un verdadero
paisaje en los espacios rurales. Cualquier construcción propia de una zona se
erige en un auténtico elemento de nuestro paisaje y paisanaje: las masías
catalanas, los caseríos vascos, los cortijos andaluces, los pazos y casas
grandes gallegas, y demás tipologías arquitectónicas regionales, así como todo
tipo de construcciones adjetivas: las bodegas, los lagares, los batanes, los
alpendres, los pajares, los hórreos, los molinos, las fuentes, los pozos, las
pallozas, los lavaderos, los palomares, los hornos, las fábricas de curtidos,
las herrerías, los talleres de todo tipo y demás explotaciones artesanales e,
incluso, las obras de ingeniería como los puentes, las murallas, muros y
caminos.
En cada país y
región existe un variado y gran patrimonio popular arquitectónico digno de
catalogar, de restaurar y de conservar con una importancia y una dimensión etnográficas,
sociales, económicas, históricas, religiosas y culturales tan relevantes y
merecedoras de ser valoradas como las de cualquier catedral, monasterio, castillo
y palacio.
Son
arquitecturas rurales autóctonas, realizadas por autores anónimos y que, a
pesar de los escasos materiales y medios instrumentales con los que entonces
contaban, han sido grandes conocedores de las técnicas constructivas
artesanales y de ingeniería, del trabajo de la piedra y la madera. Son
arquitecturas que, en su momento, respondieron a unas exigencias económicas,
sociales y funcionales de intervención sobre un medio paisajístico y natural
con el objetivo de alcanzar unas mejores condiciones de vida.
Aquellos
autores anónimos, arquitectos populares que han sabido salvaguardar la
autenticidad y sabiduría seculares, han
logrado que arquitectura y entorno paisajístico alcancen un maridaje y una
correcta integración. Es una lástima que, hasta no hace mucho, aquellos
artesanos de la ingeniería arquitectónica apenas hayan interesado a expertos y
eruditos, por lo que he pensado que bien se merecen un homenaje y una correcta
atención, aunque sea desde este tímido blog.
Sus trabajos y
obras son construcciones humildes, carentes de monumentalidad, pero que
encierran la esencia singular y propia de una comunidad, el devenir, los
valores y la historia de sus inquilinos y que es, en definitiva, la historia de
un pueblo. Son sencillas obras que, hasta no hace mucho, fueron despreciadas,
relegadas al olvido y que, con el transcurrir del tiempo se les está empezando
a otorgar, por suerte, una merecida categoría cultural e ilustrativa. Aquellos
autores, magníficos conocedores del micro cosmos geográfico que habitaban, han
sabido respetar, como nadie, el espacio físico en el que se erigían sus
edificaciones, el medio natural y paisajístico que las protegían.
Cada país y
cada región tienen sus propios rasgos culturales, climáticos, sociales,
económicos e históricos que los diferencian del resto de las comunidades
vecinas. Uno de esos rasgos y expresiones culturales es la arquitectura particular
e inherente a una sociedad. Es, en definitiva la riqueza patrimonial de un
pueblo, transformada en una de sus tantas expresiones artísticas y culturales. En
concreto, en Galicia, la comunidad autonómica que mejor conozco, la variedad
geográfica –costa, valles y montañas-, el clima, el aspecto geológico, la
vegetación y las actividades pesqueras, agrícolas y ganaderas han ayudado a la
diversidad de edificios y viviendas tradicionales con sus soluciones
constructivas que se extienden por los núcleos rurales de la comunidad gallega.
Es una pena
que no haya quedado apenas constancia de quiénes fueron los autores de esa
arquitectura popular, sencilla la más de las veces, arquitectos anónimos que han logrado compenetrar magníficamente
naturaleza y hombre y que, en la mayor parte de los casos, los creadores y
ejecutores de esas construcciones eran los propios dueños e inquilinos. ¡¡Quién
mejor que nadie para conocer sus personales necesidades y posibilidades!!
A principios
del siglo XX y con la explosión de la revolución industrial, se produjo un
relevante cambio social y económico, una huída del campo a las ciudades,
acompañado del desarrollo del urbanismo y que replanteó y transformó una buena
parte del patrimonio inmobiliario, etnográfico y antropológico en el territorio
español. Como consecuencia, muchas de esas arquitecturas que, hasta entonces,
habían ayudado a construir un paisaje rural, desaparecieron, se aniquilaron, se
despreciaron por culpa de la indiferencia y de la impasibilidad de las
administraciones y de la irrespetuosidad y el menosprecio de una comunidad
social especulativa.
Por otra parte, aquellos emigrantes, trabajadores que
abandonaron el mundo rural a la búsqueda de una mejor calidad de vida, regresan
y construyen nuevas viviendas, descartando la restauración de aquellos viejos
hogares que languidecen día a día. Aparecen así, desgraciadamente, unas nuevas
construcciones inacabadas –especialmente en Galicia-, con el ladrillo a la
vista y empleando materiales que deslucen y agreden el paisaje natural que las
acoge.
Pero por otro lado, me complace saber que ciertos sectores de la sociedad están luchando
para que aprendamos a sensibilizarnos
con el patrimonio popular y cultural de nuestros antepasados, con nuestras ancestrales
y auténticas construcciones rurales. Me satisface conocer cómo determinadas
asociaciones se aplican en el desarrollo de una adecuada puesta en valor,
recuperación, recreación y reanimación de todo ese acerbo arquitectónico que no
es poco.
Me enorgullece
que una pequeña parte de la población se afane por defender y proteger unas señas
de identidad y unos orígenes para que el paso del tiempo y de la historia no
los envejezca ni los marchite más.
“Unir no noso pensamento, pasado, presente e futuro
é a única actitude que pode asegurar a sintonización entre a nosa obra e o país
para o que traballamos, evitando a definitiva perda da nosa identidade
cultural”.
(Pedro de Llano, “Arquitectura
popular en Galicia. Razón e
construcción”.)
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