domingo, 21 de octubre de 2012

Arquitecturas sin arquitectos


“A Galicia do futuro depende de nós.
O porvir de Galicia faise agora. Porque a nosa paisaxe, as nosas casas, as nosas rúas e negocios son o reflexo do noso futuro. Coida do teu. Dálle valor”

He transcrito literalmente lo que una campaña publicitaria, impulsada por la Xunta de Galicia, intenta transmitir desde hace bastante tiempo a través de algunos medios de comunicación. Esa campaña publicitaria pretende inculcar a la sociedad el interés por conservar nuestras arquitecturas propias y auténticas, procurando concienciar acerca de su adecuada restauración y rehabilitación, sean viviendas familiares, construcciones adjetivas o de cualquier otro tipo y características.
Y, precisamente, la lectura de esas palabras y las fotografías que las acompañan en los periódicos -mostrando dos instantáneas de una misma construcción: una en situación de abandono y de dejadez, y la otra ya restaurada- me han incitado a la elaboración de este texto sobre arquitecturas que crean paisaje, cuyo título, además, me he tomado la libertad de recogerlo de una brevísima reseña que hace unos años leí en un periódico acerca de la publicación de un magnífico y denso libro: “As construcións da arquitectura popular. Patrimonio etnográfico de Galicia” de Manuel Caamaño Suárez. Se trata de una de esas obras de culto sobre la arquitectura tradicional  gallega y que enriquece  toda biblioteca básica personal.

Y es que tan importante como la naturaleza son las auténticas arquitecturas para conformar un verdadero paisaje en los espacios rurales. Cualquier construcción propia de una zona se erige en un auténtico elemento de nuestro paisaje y paisanaje: las masías catalanas, los caseríos vascos, los cortijos andaluces, los pazos y casas grandes gallegas, y demás tipologías arquitectónicas regionales, así como todo tipo de construcciones adjetivas: las bodegas, los lagares, los batanes, los alpendres, los pajares, los hórreos, los molinos, las fuentes, los pozos, las pallozas, los lavaderos, los palomares, los hornos, las fábricas de curtidos, las herrerías, los talleres de todo tipo y demás explotaciones artesanales e, incluso, las obras de ingeniería como los puentes, las murallas, muros y caminos.
 
 



En cada país y región existe un variado y gran patrimonio popular arquitectónico digno de catalogar, de restaurar y de conservar con una importancia y una dimensión etnográficas, sociales, económicas, históricas, religiosas y culturales tan relevantes y merecedoras de ser valoradas como las de cualquier catedral, monasterio, castillo y palacio.
 
 

Son arquitecturas rurales autóctonas, realizadas por autores anónimos y que, a pesar de los escasos materiales y medios instrumentales con los que entonces contaban, han sido grandes conocedores de las técnicas constructivas artesanales y de ingeniería, del trabajo de la piedra y la madera. Son arquitecturas que, en su momento, respondieron a unas exigencias económicas, sociales y funcionales de intervención sobre un medio paisajístico y natural con el objetivo de alcanzar unas mejores condiciones de vida.

 
 
 
 
Aquellos autores anónimos, arquitectos populares que han sabido salvaguardar la autenticidad y sabiduría  seculares, han logrado que arquitectura y entorno paisajístico alcancen un maridaje y una correcta integración. Es una lástima que, hasta no hace mucho, aquellos artesanos de la ingeniería arquitectónica apenas hayan interesado a expertos y eruditos, por lo que he pensado que bien se merecen un homenaje y una correcta atención, aunque sea desde este tímido blog.  

 
 
Sus trabajos y obras son construcciones humildes, carentes de monumentalidad, pero que encierran la esencia singular y propia de una comunidad, el devenir, los valores y la historia de sus inquilinos y que es, en definitiva, la historia de un pueblo. Son sencillas obras que, hasta no hace mucho, fueron despreciadas, relegadas al olvido y que, con el transcurrir del tiempo se les está empezando a otorgar, por suerte, una merecida categoría cultural e ilustrativa. Aquellos autores, magníficos conocedores del micro cosmos geográfico que habitaban, han sabido respetar, como nadie, el espacio físico en el que se erigían sus edificaciones, el medio natural y paisajístico que las protegían.

 
Cada país y cada región tienen sus propios rasgos culturales, climáticos, sociales, económicos e históricos que los diferencian del resto de las comunidades vecinas. Uno de esos rasgos y expresiones culturales es la arquitectura particular e inherente a una sociedad. Es, en definitiva la riqueza patrimonial de un pueblo, transformada en una de sus tantas expresiones artísticas y culturales. En concreto, en Galicia, la comunidad autonómica que mejor conozco, la variedad geográfica –costa, valles y montañas-, el clima, el aspecto geológico, la vegetación y las actividades pesqueras, agrícolas y ganaderas han ayudado a la diversidad de edificios y viviendas tradicionales con sus soluciones constructivas que se extienden por los núcleos rurales de la comunidad gallega.

 
 
 
Es una pena que no haya quedado apenas constancia de quiénes fueron los autores de esa arquitectura popular, sencilla  la más de las veces, arquitectos anónimos que han logrado compenetrar magníficamente naturaleza y hombre y que, en la mayor parte de los casos, los creadores y ejecutores de esas construcciones eran los propios dueños e inquilinos. ¡¡Quién mejor que nadie para conocer sus personales necesidades y posibilidades!!

A principios del siglo XX y con la explosión de la revolución industrial, se produjo un relevante cambio social y económico, una huída del campo a las ciudades, acompañado del desarrollo del urbanismo y que replanteó y transformó una buena parte del patrimonio inmobiliario, etnográfico y antropológico en el territorio español. Como consecuencia, muchas de esas arquitecturas que, hasta entonces, habían ayudado a construir un paisaje rural, desaparecieron, se aniquilaron, se despreciaron por culpa de la indiferencia y de la impasibilidad de las administraciones y de la irrespetuosidad y el menosprecio de una comunidad social especulativa.
 
 
Por otra parte, aquellos emigrantes, trabajadores que abandonaron el mundo rural a la búsqueda de una mejor calidad de vida, regresan y construyen nuevas viviendas, descartando la restauración de aquellos viejos hogares que languidecen día a día. Aparecen así, desgraciadamente, unas nuevas construcciones inacabadas –especialmente en Galicia-, con el ladrillo a la vista y empleando materiales que deslucen y agreden el paisaje natural que las acoge.

Pero por otro lado, me complace saber que ciertos sectores de la sociedad están luchando para que  aprendamos a sensibilizarnos con el patrimonio popular y cultural de nuestros antepasados, con nuestras ancestrales y auténticas construcciones rurales. Me satisface conocer cómo determinadas asociaciones se aplican en el desarrollo de una adecuada puesta en valor, recuperación, recreación y reanimación de todo ese acerbo arquitectónico que no es poco.
 
 
Me enorgullece que una pequeña parte de la población se afane por defender y proteger unas señas de identidad y unos orígenes para que el paso del tiempo y de la historia no los envejezca ni los marchite más.

 “A unión do home coa paisaxe consiste fundamentalmente na súa relación co medio, exprésase por medio da súa arquitectura, permitindo que ó seu través poida deducirse toda unha cultura”.  (Vicente Risco)

“Unir no noso pensamento, pasado, presente e futuro é a única actitude que pode asegurar a sintonización entre a nosa obra e o país para o que traballamos, evitando a definitiva perda da nosa identidade cultural”.

(Pedro de Llano, “Arquitectura popular en Galicia. Razón e   construcción”.)

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