El Eume
y sus fragas.
No sólo el casco antiguo de
Pontedeume es una buena excusa para acercarse a conocer la comarca del Eume. Las
playas próximas como las de Ber, la de Miño y la de Perbes y sus parajes naturales
se han convertido en puntos de obligado interés que complementan la visita a
esta población costera. También la conocida como playa de Cabanas o de A Magdalena
y su pinar, en el vecino municipio de Cabanas, y a la que se puede acceder
caminando, tranquilamente, por el famoso puente, desde la villa eumesa, es otro
lugar turístico dentro de la oferta que conforma los recursos naturales más
destacados de la zona.
Pero no cabe duda alguna que el
tesoro más importante de la comarca es el parque natural de las “fragas do
Eume”, destino obligado para todo visitante. Cuenta con un centro de
interpretación donde recabar información sobre este entorno privilegiado, uno
de los parajes más relevantes en Galicia, no sólo por su riqueza biológica y
por la variedad de sus ecosistemas, sino también por su singular belleza
paisajística, y por ser uno de los bosques atlánticos de gran pureza mejor
conservados en España. A pesar de que
las fragas nos ofrecen un conjunto de rutas a realizar, el camino más
frecuentado es la estrechísima carretera que nos permite seguir el curso del
río a lo largo de un delicioso paseo. Puentes colgantes, antiguos molinos
rehabilitados, una senda estrecha al otro lado del curso fluvial; en
definitiva, espacios de suma belleza son los componentes de uno de los parajes
más hermosos con los que cuenta Galicia.
Y dentro de esta magnífica
explosión de la naturaleza, se erigen los no menos magníficos monasterios de
San Xoan de Caaveiro y de Santa María de Monfero que, desafiando el paso del
tiempo, se fusionan con este paisaje de una manera totalmente inseparable.
En el mismo corazón de este
bosque primigenio, en un elevado promontorio rodeado por las aguas del Sesín y
del Eume, y dentro de una paz envolvente alterada sólo por el sonido de las
nítidas aguas, se levanta, altiva, la fascinante silueta del recóndito monasterio de Caaveiro, perteneciente
al municipio de A Capela. Todo un símbolo para estas fragas que parecen
protegerlo o quizá engullirlo. Se trata de una relevante obra arquitectónica de
origen benedictino, declarada monumento histórico-artístico y que, según su
historia, fue San Rosendo, el patriarca de la iglesia gallega y reformador del
monacato, allá por el siglo X, el encargado de fundarlo, reuniendo anacoretas
que se dedicaban a hacer vida penitente por los alrededores. A partir de los
siglos XII y XIII, este cenobio, que pasó a pertenecer a la orden de los
Canónigos Regulares de San Agustín, se benefició de las donaciones concedidas
por los reyes castellanos que ayudaron a ampliar sus riquezas. Personalmente,
lo considero uno de los conjuntos monacales más bellos del norte de la
península.
De los restos y dependencias que
se conservan, destaca la pequeña iglesia románica de Santa Isabel con su ábside
semicircular y que, cara al exterior, se divide en tramos con columnas adosadas
y con ventanas de doble arquivolta, así como la portada, también con doble
arquivolta de medio punto, con la representación del Agnus Dei en el tímpano.
Resalta, igualmente, el elegante campanario de estilo barroco, obra de Clemente
Sarela.
Gracias a los laboriosos trabajos
de restauración integral y de rehabilitación realizados por la Diputación de A Coruña,
hoy sabemos que estas magníficas piedras se conservarán en pie durante mucho
tiempo para el disfrute de las generaciones posteriores, sin abandonar el
resplandor de misterio y de magia que siempre las han caracterizado. La
excelente intervención ha abarcado la rehabilitación de las diversas
dependencias, así como el camino de subida hasta el cenobio. No cabe duda de
que Caaveiro es una magnífica muestra de cómo una arquitectura que evolucionó,
continuamente, a lo largo de los tiempos, posee, todavía, la capacidad de
integrarse perfectamente en el entorno en el que surgió, en un perfecto diálogo
con el paisaje que lo abraza.
De aquella fábrica medieval, sólo
queda uno de los muros laterales del templo. Hoy en día, podemos admirar la
reconstrucción de la iglesia de estilo barroco realizada en el siglo XVII en la
que destaca su original y suntuosa fachada ajedrezada en donde alternan
sillares de granito y de pizarra, junto con las columnas y pilastras que
rematan en capiteles de estilo corintio y que terminan de decorar esta
impresionante fachada. La gran bóveda octogonal de la única nave, así como la de
la sacristía, su torre, los sepulcros de los miembros de la poderosa dinastía de los Andrade y sus tres magníficos
claustros son obras dignas de admirar en todo este rico conjunto artístico.
Al igual que en el monasterio de
Caaveiro, las riquezas y propiedades de Santa María de Monfero se ampliaron
gracias a las donaciones concedidas por varias familias. Ambos conjuntos
monacales entraron en decadencia con la llegada de la desamortización; aunque,
antes de este acontecimiento, ya llevaban sufriendo quebrantos económicos que,
junto con la expulsión de sus religiosos, contribuyeron a su abandono. A pesar
de estos hechos y de las cicatrices que el continuo deterioro ha producido en
las dos arquitecturas hasta los tiempos actuales, ninguna de ellas ha perdido
el esplendor ni la belleza de otras épocas.
No cabe duda de que de la presencia
del mar y del río que desemboca en esta ría, surge una abundancia paisajística
que transforma la villa eumesa y sus alrededores en lugares privilegiados. Los tesoros
naturales y los valores artísticos e históricos de este espacio protegido
convierten sus fragas en un ambiente
mágico, lleno de vida y, al mismo tiempo, en un entorno que posee la capacidad
de detener el tiempo, un ámbito territorial idóneo para perderse en contacto
con la naturaleza. Pero su fragilidad requiere una constante protección y un
estricto respeto, pues se trata de uno de los destinos preferidos para muchos
turistas y visitantes que se acercan hasta esta privilegiada comarca.
Posiblemente también lo fue para el admirado Ramiro Fonte:
“Xa o meu pensamento vaga
Ó poñerme a camiñar,
Fóra de tempo e lugar,
Pola milenaria fraga”.
………………………
Xa non se ve o campanario
(Perdeu as súas badaladas
Noutras antigas xornadas)
Do cenobio solitario”.
(“Polas ribeiras do Eume”, Ramiro Fonte)
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