sábado, 19 de mayo de 2012

Pontedeume, la legendaria villa de los Andrade (III)

El  Eume y sus fragas.
No sólo el casco antiguo de Pontedeume es una buena excusa para acercarse a conocer la comarca del Eume. Las playas próximas como las de Ber, la de Miño y la de Perbes y sus parajes naturales se han convertido en puntos de obligado interés que complementan la visita a esta población costera. También la conocida como playa de Cabanas o de A Magdalena y su pinar, en el vecino municipio de Cabanas, y a la que se puede acceder caminando, tranquilamente, por el famoso puente, desde la villa eumesa, es otro lugar turístico dentro de la oferta que conforma los recursos naturales más destacados de la zona.


Pero no cabe duda alguna que el tesoro más importante de la comarca es el parque natural de las “fragas do Eume”, destino obligado para todo visitante. Cuenta con un centro de interpretación donde recabar información sobre este entorno privilegiado, uno de los parajes más relevantes en Galicia, no sólo por su riqueza biológica y por la variedad de sus ecosistemas, sino también por su singular belleza paisajística, y por ser uno de los bosques atlánticos de gran pureza mejor conservados en España. A pesar de  que las fragas nos ofrecen un conjunto de rutas a realizar, el camino más frecuentado es la estrechísima carretera que nos permite seguir el curso del río a lo largo de un delicioso paseo. Puentes colgantes, antiguos molinos rehabilitados, una senda estrecha al otro lado del curso fluvial; en definitiva, espacios de suma belleza son los componentes de uno de los parajes más hermosos con los que cuenta Galicia.



Y dentro de esta magnífica explosión de la naturaleza, se erigen los no menos magníficos monasterios de San Xoan de Caaveiro y de Santa María de Monfero que, desafiando el paso del tiempo, se fusionan con este paisaje de una manera totalmente inseparable.



En el mismo corazón de este bosque primigenio, en un elevado promontorio rodeado por las aguas del Sesín y del Eume, y dentro de una paz envolvente alterada sólo por el sonido de las nítidas aguas, se levanta, altiva, la fascinante silueta del recóndito monasterio de Caaveiro, perteneciente al municipio de A Capela. Todo un símbolo para estas fragas que parecen protegerlo o quizá engullirlo. Se trata de una relevante obra arquitectónica de origen benedictino, declarada monumento histórico-artístico y que, según su historia, fue San Rosendo, el patriarca de la iglesia gallega y reformador del monacato, allá por el siglo X, el encargado de fundarlo, reuniendo anacoretas que se dedicaban a hacer vida penitente por los alrededores. A partir de los siglos XII y XIII, este cenobio, que pasó a pertenecer a la orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, se benefició de las donaciones concedidas por los reyes castellanos que ayudaron a ampliar sus riquezas. Personalmente, lo considero uno de los conjuntos monacales más bellos del norte de la península.

De los restos y dependencias que se conservan, destaca la pequeña iglesia románica de Santa Isabel con su ábside semicircular y que, cara al exterior, se divide en tramos con columnas adosadas y con ventanas de doble arquivolta, así como la portada, también con doble arquivolta de medio punto, con la representación del Agnus Dei en el tímpano. Resalta, igualmente, el elegante campanario de estilo barroco, obra de Clemente Sarela.



Gracias a los laboriosos trabajos de restauración integral y de rehabilitación realizados por la Diputación de A Coruña, hoy sabemos que estas magníficas piedras se conservarán en pie durante mucho tiempo para el disfrute de las generaciones posteriores, sin abandonar el resplandor de misterio y de magia que siempre las han caracterizado. La excelente intervención ha abarcado la rehabilitación de las diversas dependencias, así como el camino de subida hasta el cenobio. No cabe duda de que Caaveiro es una magnífica muestra de cómo una arquitectura que evolucionó, continuamente, a lo largo de los tiempos, posee, todavía, la capacidad de integrarse perfectamente en el entorno en el que surgió, en un perfecto diálogo con el paisaje que lo abraza.

 Pero Caaveiro no es el único cenobio que se puede visitar. En el vecino municipio de Monfero, entre los valles de los ríos Lambre y Eume, se erige el majestuoso e impactante monasterio cisterciense de Santa María de Monfero, muy relacionado con los Andrade, ya que custodia los restos de una gran parte de esta familia que tan influyente fue en el devenir de Ponte de Ume. Parece que también fue fundado por San Rosendo en el siglo X, teniendo su origen en una ermita. Aunque otra teoría mantiene que este ostentoso monasterio nació de la unión del santuario de San Marcos con el de Nuestra Señora de la Cela. Tragedias, asesinatos, o la furia de los elementos naturales han marcado la historia de las piedras milenarias de este viejo recinto monacal conocido, también, por la riqueza de los códices que en él se realizaban y por las técnicas artísticas de sus escribanos.

De aquella fábrica medieval, sólo queda uno de los muros laterales del templo. Hoy en día, podemos admirar la reconstrucción de la iglesia de estilo barroco realizada en el siglo XVII en la que destaca su original y suntuosa fachada ajedrezada en donde alternan sillares de granito y de pizarra, junto con las columnas y pilastras que rematan en capiteles de estilo corintio y que terminan de decorar esta impresionante fachada. La gran bóveda octogonal de la única nave, así como la de la sacristía, su torre, los sepulcros de los miembros de la poderosa  dinastía de los Andrade y sus tres magníficos claustros son obras dignas de admirar en todo este rico conjunto artístico.






Al igual que en el monasterio de Caaveiro, las riquezas y propiedades de Santa María de Monfero se ampliaron gracias a las donaciones concedidas por varias familias. Ambos conjuntos monacales entraron en decadencia con la llegada de la desamortización; aunque, antes de este acontecimiento, ya llevaban sufriendo quebrantos económicos que, junto con la expulsión de sus religiosos, contribuyeron a su abandono. A pesar de estos hechos y de las cicatrices que el continuo deterioro ha producido en las dos arquitecturas hasta los tiempos actuales, ninguna de ellas ha perdido el esplendor ni la belleza de otras épocas.

No cabe duda de que de la presencia del mar y del río que desemboca en esta ría, surge una abundancia paisajística que transforma la villa eumesa y sus alrededores en lugares privilegiados. Los tesoros naturales y los valores artísticos e históricos de este espacio protegido convierten sus fragas en un ambiente  mágico, lleno de vida y, al mismo tiempo, en un entorno que posee la capacidad de detener el tiempo, un ámbito territorial idóneo para perderse en contacto con la naturaleza. Pero su fragilidad requiere una constante protección y un estricto respeto, pues se trata de uno de los destinos preferidos para muchos turistas y visitantes que se acercan hasta esta privilegiada comarca. Posiblemente también lo fue para el admirado Ramiro Fonte:

                                                “Xa o meu pensamento vaga
                                                 Ó poñerme a camiñar,
                                                 Fóra de tempo e lugar,
                                                 Pola milenaria fraga”.
                                                  ………………………
                                                 Xa non se ve o campanario
                                                (Perdeu as súas badaladas
                                                 Noutras antigas xornadas)
                                                Do cenobio solitario”.
    
                                                         (“Polas ribeiras do Eume”, Ramiro Fonte)


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