Sobre vinos y fogones.
Con esta cuarta entrega doy por terminado el recorrido por la villa de los Andrade. El siguiente texto de Juan Eslava Galán me sirve como introducción para iniciar un suculento paseo de índole gastronómica y festiva por Ponte de Ume.
“Se come estupendamente, a la gallega, en las tabernas y establecimientos de la ría. Aquí el viajero, mientras traían el pulpo humeante, rastrillaba con la firme corteza del pan la mantequilla perlada de suero y aspirando aromas de la cocina se llevaba el manjar golosamente a la boca”. (“Mil sitios que ver en España al menos una vez en la vida", Juan Eslava Galán).
No sólo recuerdo este breve texto de Juan Eslava Galán sobre la gastronomía de esta localidad, sino que también se han asomado al balcón de mi memoria las palabras escritas por Ramón Loureiro en un artículo periodístico dedicado a la villa de los Andrade y que decía algo así como que “las calles (se refería a las de Pontedeume), como en muchos de los lugares que llevamos dentro, huelen a café y a churros recién hechos…” Y, en verdad, que los primeros recuerdos aromáticos que conservo de este pueblo son los procedentes de un pequeño negocio, a la entrada de la villa, muy próximo al muelle y al que mis padres me llevaban a tomar un exquisito chocolate acompañado, precisamente, de unos deliciosos churros.
Pero para referirme al arte gastronómico, debo remitirme, obligatoriamente, a las “Cantinas do Eume”. Unas cuantas se sitúan en la ruta que se dirige hacia Caaveiro. Se trata de una red ejemplar de negocios hosteleros y de restauración -algunos de ellos se encontraban en una fase decadente- que renovaron y reciclaron, con gran estilo, tanto sus instalaciones como la elaboración de sus guisos y de sus habilidades culinarias. Es destacable la acertada iniciativa para convertir unos viejos negocios de hostelería en estas modernas y acogedoras cantinas, en donde degustar una oferta gastronómica apetitosa y tradicional.
Ya que Pontedeume es una villa para descubrirla mientras se recorre su sencillo entramado urbano salpicado de negocios y de bares, recomiendo realizar visitas gastronómicas y enológicas por los diversos establecimientos dedicados a este tipo de servicio, degustando una variada gama de platos propios y de calidad. Muchos son locales de toda la vida, mesones típicos con fuerte olor a vino y que, aún, conservan esa solera y ese encanto de antaño; tabernas abarrotadas hacia el mediodía, buen momento para paladear unos caldos que deleitarán nuestro ánimo y para saborear desde unas exquisitas tripas cocidas, hasta una ración de marisco de nuestras rías, pasando por unos sencillos, pero suculentos, platos de zorza o de raxo; o bien conocer el sabor complejo de la costrada, algo parecido a una superposición de varias capas de una masa especial entre las que se intercala el relleno realizado con diversos tipos de carnes, marisco o pescados. Se dice que la costrada fue introducida, allá por la Edad Media , por los monjes agustinos que venían de Italia. Y para los más golosos, no puede faltar una excelente repostería de apetitosos dulces como los almendrados, la proia -realizada con manteca-, la tarta de huevo, el manguito -bizcocho redondo con almendra-, o los melindres.
Y si es sábado el día elegido para acercarse hasta la villa de los Andrade, la degustación de la oferta gastronómica se complementará con un recorrido por su Feirón, todo un apogeo de tenderetes. Aunque hace unos años que no acudo a este famoso evento que anima la villa todas las tardes de los sábados, conservo en mi retina el colorido de los variados puestos de venta que se desparraman por las angostas calles, plazas y soportales: vendedores de quesos, verduras, de ropa, artesanos,…. Guardo la algarabía de sonidos y de regateos mercantiles que se confunden entre mil y una conversaciones, y de los olores a frutas, hortalizas, empanadas, y embutidos que flotan entre el bullicio de sus callejuelas. Es difícil abandonar la villa sin adquirir alguno de esos productos en este mercado que tiene sus orígenes en la concesión que Enrique IV hizo a Ponte de Ume en el siglo XV para, así, poder celebrarlo.
Una dinamización turística y cultural.
Al igual que otras villas gallegas, desgraciadamente, Pontedeume se encuentra inmerso en una etapa de incertidumbre, quizá hasta haya penetrado en una temerosa cuenta atrás. Considerando que los edificios sobreviven a los hombres que los levantaron, la impresión que nos llevamos de las construcciones civiles y religiosas de este pueblo es la de que han sido abandonadas, entrando ya en una evolución encaminada al deterioro. Esta villa atlántica necesita unos cambios que deberían buscar la mejora de su imagen. Muchas de las viviendas de su casco viejo, especialmente de la zona próxima a la iglesia de Santiago, están deshabitadas, abandonadas; en definitiva, han entrado en una fase decadente, de ruina y de aberraciones y reclaman una restauración y reforma de su estructura y de su entorno para poder salir de esta precaria situación. Espero que el Plan Especial de Protección y Rehabilitación Integral (PEPRI), sobre el que creo que ya se está trabajando, fije las normas urbanísticas para la recuperación del casco viejo de la villa de los Andrade, villa que ha sido declarada por su relevancia histórica como Bien de Interés Cultural (BIC). Se buscará la reinterpretación de los usos y de las funciones de sus espacios, combinando una adecuada rehabilitación con una moderna renovación, impulsando, al mismo tiempo, la recuperación de su patrimonio arquitectónico, urbano, artístico y cultural, logrando que el casco antiguo vuelva a llenarse de vida.
Por otro lado, algunas de sus calles y plazas mantienen el encanto antiguo con elegantes edificios nobiliarios que sí han podido conservar la estructura arquitectónica y que, todavía, nos transmiten el embeleso de tiempos pasados.
En definitiva, estas ricas tierras del Eume y sus alrededores son magníficos ejemplos de una riqueza artística y cultural dentro de un espacio con un alto valor paisajístico y natural que no dejará indiferente a nadie.
No debo olvidar sus fiestas y concurridas romerías ya que son otra adecuada excusa para acercarse hasta aquí: fiestas como la de las Peras, que se celebra del 7 al 11 de septiembre en honor a San Nicolás de Tolentiño y la Virgen de las Virtudes y en la que se realiza la subida por el Eume en pequeñas embarcaciones; o la romería de Breamo que tiene lugar dos veces al año -el 8 de mayo y el 29 de septiembre- junto al templo de San Miguel de Breamo y que, una vez allí, además de contemplar la espectacular vista a la ría, la tradición nos dice que hay que dar nueve vueltas a la capilla, en el más absoluto silencio, para ahuyentar a las “meigas”.
Verdaderamente, Ponte de Ume se puede convertir en una inagotable fuente de recursos turísticos si se sabe administrar y mimar correctamente. Dentro de toda esta oferta turística y cultural, es de obligada mención la celebración de un acontecimiento festivo que, desde hace dos años, tiene lugar en el primer fin de semana del mes de julio. Se trata del “Feirón Medieval dos Andrade”. Durante tres días, la villa retrocede al esplendor del siglo XIV.
Invito, pues, a toda persona que así lo desee, a realizar un tranquilo recorrido por esta apacible comarca gallega. Sólo impongo una condición: la de dejarse seducir por su encanto para, así, introducirse, casi de lleno, en la época quizá más importante de Ponte de Ume, la que le otorgó las señas de identidad que hoy tiene: la época medieval de la saga familiar de los Andrade.
Hola
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