jueves, 21 de junio de 2012

Las islas atlánticas, paraísos cercanos (III)

Un paraíso en la ría de Pontevedra, el archipiélago de Ons.
Después de unos cuantos días sin publicar nada en el blog, retomo la entrega sobre las islas atlánticas. Esta vez es el turno de la preciosa isla de Ons.


Perteneciente al término municipal de Bueu, está formado por la isla de Ons al norte, alargada y estrecha, con un perímetro de unos 5 km. y la isla de Onza u Onceta, al sur, que no alcanza 1 km. -virgen en su totalidad-, además de un pequeño conjunto de islotes. Ambas islas están separadas por el estrecho Freu da Porta (del latín “fretus” que significa brazo de mar).

A principios del siglo XIX, un grupo de familias se trasladó a vivir a la isla de Ons. En aquellos años, el Marqués de Valladares era el propietario de este territorio insular, habiéndole arrendado las tierras a ese grupo de colonos que tomaron la decisión de establecerse en él. Con anterioridad a ese hecho, sólo los restos del castro y un sepulcro tallado en A Laxe do Abade revelan que esta isla estuvo ocupada, antiguamente, por otros moradores. Los illáns (así es como se conocen a los habitantes de esta isla) vivían, sobre todo, del marisco y de la pesca del pulpo que vendían en Pontevedra y en Bueu. Ya en 1970, comenzó su despoblamiento y el abandono de muchas  de sus 92 viviendas que son propiedad del Estado y que han pasan de padres a hijos por derecho consuetudinario. Actualmente, sólo 10 de ellas están habitadas todo el año.

La bella isla de Ons, con sus ásperas y sinuosas ondulaciones, sus entrantes y salientes en la parte occidental que se abre al océano, es propicia para la formación de enigmáticas cuevas terrestres y cavernas marítimas, que se conocen con el nombre de furnas, y que han dado origen a mitos populares y leyendas; mientras que su costa oriental que mira a tierra firme, está formada por playas solitarias pero acogedoras y de aguas pacíficas como Area dos Cans, Praia dos Cans, la paradisíaca Praia de Melide o la Praia de Pereiró.


La tranquilidad que se palpa en esta isla, junto con el alejamiento de las multitudes, invitan a disfrutar del sosiego y la calma que se respira en cualquiera de sus rincones.

En su máxima altitud, el Alto do Cucorno, se sitúa el faro, desde donde se aprecia una atractiva vista de todo este conjunto insular.


Un entramado de caminos y de pistas forestales la atraviesa desde cualquier punto. Al norte, nos conducen hacia el Monte Centolo, de gran atractivo natural y a la praia de Melide, la más grande de cuantas posee esta isla y la de arena más suave. Hacia el oeste, nos llevan hacia el faro y hacia sus peligrosos acantilados. Aquí, la bravura de las aguas se manifiesta en toda su grandeza y peligrosidad. Y si seguimos las sendas que se dirigen hacia el sur, llegaremos al espectacular y misterioso Burato do Inferno. Se trata de un gran agujero natural y muy hondo que comunica con el mar. La leyenda y la mentalidad isleña cuentan que, si te asomas a sus 40 metros de profundidad, podrás escuchar los terribles y descarnados gritos de las almas en pena que tienen que sufrir la condena eterna en el infierno. Pero estos tenebrosos “aullidos” tienen una explicación lógica: y es que las violentas aguas de esta parte de la isla y los fuertes embistes de las rugientes olas contra las rocas graníticas -cuando se producen las mareas vivas-, junto con los graznidos de las aves que anidan en las paredes de esta roca y el eco que se genera en su interior, provocan unos tenebrosos sonidos y rugidos que parecen voces humanas atormentadas procedentes, precisamente, de esos lugares tan profundos y siniestros del averno.

En la parte este de la isla, podemos visitar la acogedora aldea de O Curro, un pequeño conjunto de edificios, no lejos del muelle que, hoy en día, además de conservar una capilla, acoge los establecimientos hosteleros y otros servicios. A los pies de este antiguo núcleo poblacional, cuando la marea baja, podemos contemplar, en un islote rocoso, a unos 50 metros de la praia dos Cans, A Laxe do Abade, un enigmático sepulcro antropomorfo, tallado en lo alto de la roca, fiel testimonio de que, hace siglos, la isla de Ons estuvo habitada. Pero eso también lo atestigua el cementerio -desde donde se puede  contemplar una de las mejores vistas marítimas-, los restos de un monasterio y el Castro do Alto que todavía conserva parte de sus firmes murallas. Y ya al sur, se alcanza el mirador do Fedorento, desde donde podemos apreciar una magnífica perspectiva de la isla vecina de Onza, con un perfil amesetado y alto en el centro y con alturas más bajas en su relieve litoral. Toda ella se levanta cubierta por una vegetación densa y defendida por su costa acantilada. Sólo posee dos pequeños arenales: la Praia das Moscas al norte y Praia de Porto do Sol, en su parte meridional.






Próxima y última entrega sobre las islas atlánticas: las islas Cíes…

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