Las Islas Cíes, paraíso de los dioses.
Surgen de las aguas como si se
tratase de un temible castillo atlántico, dominando el mar y dispuesto a defender la entrada de la ría de
Vigo de la agitación del océano. Batidas por las aguas, golpeadas por el viento
y adoradas por el sol, el visitante descubrirá un archipiélago constituido por
pequeños islotes y por tres islas principales: la de Monteagudo -la más
septentrional-, la del Faro o del Centro, y la de San Martiño.
Habitadas desde tiempos remotos,
fueron ocupadas por poblaciones celtas. Las crónicas históricas afirman que
Julio César puso sus pies en ellas. Plinio, el geógrafo latino, las llamó “Islas de los Dioses”. Otros autores
clásicos las denominaron Illas Siccas
(“islas áridas”). Para otros, son las legendarias e imprecisas Casitérides de
la costa occidental en donde cartagineses y fenicios compraban estaño producido
en Galicia. Corsarios y piratas, entre ellos el famoso Francis Drake,
convirtieron estas islas en objeto de saqueo y en improvisados campamentos.
Durante la Edad Media ,
una población, dedicada a la pesca y al cultivo de las tierras, las ocuparon;
junto con los frailes benedictinos, como así lo demuestran los restos de los
monasterios que existieron -el monasterio de San Estevo, en la isla del Faro, y
el templo de San Martiño-. Debido a los ataques de las naves piratas, fueron
deshabitadas en el siglo XVI. Pero en el XIX, se levantaron dos fábricas de
salazón, y las islas se repoblaron por familias que procedían de Bueu y de
Cangas. Ya a mediados del siglo XX, quedaron abandonadas definitivamente,
habitadas sólo por los reptiles, las aves y la flora.
La isla del Norte o Monteagudo nos ofrece un impresionante litoral
escarpado y abrupto. Es en ella en donde se perfila la mayor elevación rocosa,
con forma piramidal, de este archipiélago. El sistema dunar de Figueiras-Mixueiro merece una visita.
Desde ahí, podemos dirigirnos, por su parte septentrional, a la cima más
elevada de la isla, al faro de O Peito,
muy cerca de un observatorio de aves. Y es que la Unión Europea incluyó a las
Islas Cíes dentro de la Zona
de Especial Protección para las Aves (ZEPA).
La isla del Centro o del Faro se une a la isla de Monteagudo por medio
de una escollera que forma una laguna intermareal, denominada Lago dos Nenos, y por los más de 1300 metros del arenal
de Rodas, una playa de aguas limpias y transparentes y de arena luminosa que,
como una sonrisa pura o una blanca media
luna, nace del mar, convirtiéndose en uno de los elementos turísticos más
atrayentes de las Cíes. De hecho, ha sido considerada como la playa más bonita
del mundo, según el diario británico The
Guardian.
Tras este arenal, un pequeño y
antiguo caserío, conocido como San
Francisco de Afora, y que llegó a tener varias decenas de pobladores, hoy
ya deshabitado, adorna con sus construcciones la ladera del monte.
En el sur de esta isla, una
difícil y larga subida en zigzag encamina al visitante hacia el Faro de Cíes (cercano al otro faro
construido en esta isla, el Faro de Porta,
en Punta Canabal) desde el que se
puede observar un espectacular conjunto paisajístico que abarca no sólo la
bravura del océano sino también una asombrosa vista panorámica de Vigo, Cangas
y Baiona; además del Centro de
Interpretación y Aula de la
Naturaleza instalado en el interior del antiguo cenobio de San Estevo. Las obras de rehabilitación
de este monasterio, para su nuevo uso, pusieron al descubierto una tumba
antropomorfa que se puede visitar. Un cuartel de carabineros nos abstrae en
historias de contrabando, actividad tan unida a estas costas; y un cementerio
-al sur de la playa de Rodas-, en donde todavía se pueden observar tumbas con
cruces centenarias para el descanso de los restos de los últimos vecinos
fallecidos en la isla, nos sumerge en
las historias cotidianas de aquellos rudos isleños curtidos por el sol, por los
trabajos y por los días. El Muelle de
Rodas, o los restos del castro, del siglo I a.C., ubicado en el lugar de As Hortas, en el lado izquierdo del
camino que lleva al Faro, con su depósito de conchas y restos de sus muros y
construcciones, son otros elementos que merecen una visita. Muy próximo al
muelle, y hasta el mes de julio de 2008, todavía se levantaba un monolito de
hormigón en honor al general Franco, construido por políticos simpatizantes de
su régimen dictatorial, con motivo del veinticinco aniversario del golpe de
estado. Pero ese horrible monolito ya ha sido, por suerte, derribado.
Un estrecho paso, de unos 500 metros de anchura,
también denominado “O Freu da Porta”
(como el canal que separa la isla de Ons de la de Onza) separa la isla del Faro
de la del Sur o de San Martiño, que se encuentra en estado
casi natural. Su playa del mismo nombre, de arenas finas y aguas cristalinas;
los restos de un antiguo monasterio; un molino de agua; las ruinas de una
fábrica de salazón y una cruz en Punta da
Bandeira, que nos recuerda historias de numerosos naufragios, darán la
bienvenida a todo visitante que se acerque a esta isla en estado casi salvaje.
El Faro de Bicos, en la parte meridional de esta isla, junto con el
faro de Cíes y el de Porta en la isla de Monteagudo, se levantan alumbrando las
noches y señalizando todo este extremo meridional del archipiélago. Y es que
sus faros siempre han estado en alerta, avisando de los peligros que estas
aguas transparentes esconden, como esas afiladas rocas, siempre acechantes, que
se esparcen a su alrededor y que han sido las culpables de esos temibles
naufragios.
En estas islas, todavía se
conservan especies vegetales que se han extinguido en las costas gallegas.
Especies de sugestivos y curiosos nombres como la herba das pedras, la herba
namoradeira, pirixel do mar, la
estrelamar o la camariña se
esconden por rincones y se esparcen por los llanos que interrumpen las
escarpadas laderas.
No hay que olvidar el gran número
de aves marinas que le dan vida a estas islas; aves que crían en las zonas
occidentales, que se sustentan gracias a la riqueza que el mar les ofrece, aves
que, con sus vuelos sobre las Islas de los Dioses, nos recuerdan que les
pertenecen, convirtiéndolas, así, en un espacio de acceso restringido para
poder garantizar su protección. Cualquier observatorio, natural u ornitológico,
permite la observación de esta fauna compuesta, principalmente, por gaviotas
patiamarillas –quizá la más importante colonia de esta especie de aves en el
mundo-, cormoranes, araos,….. además de gran número de aves migratorias que han
encontrado su refugio en los abruptos acantilados.
Todo este entorno natural se
completa con los atractivos fondos marinos de gran riqueza, verdaderos tesoros
botánicos y zoológicos, llenos de grutas o furnas
esculpidas y excavadas por la fuerza del mar -como la Furna da Porta, la Furna do Inferno o la Furna do Cabalo-, o el gran bosque de algas pardas que se cobija
en estas aguas habitadas por centenares de especies marinas sin las cuales todo
este ecosistema sería víctima de un grave desequilibrio. Además, la leyenda
dice que los restos de un galeón español de la flota de La Plata , hundido a principios
del siglo XVIII y cargado de otros tesoros, descansa en lo más hondo de estas
aguas. Pero hasta ahora, nadie ha sido capaz de descubrir ni esa nave fantasma,
ni los restos de las riquezas que transportaba.
Creo que no está de más recordar
que espacio natural es igual a fragilidad. El valor de estas islas –que forman
parte del Parque Nacional das Illas
Atlánticas- va íntimamente unido a su nivel de conservación. Por ello, la
visita a estos espacios naturales supone adquirir la responsabilidad de no
molestar a la fauna y flora que nacen y se desarrollan en sus territorios y de
no abandonar ningún tipo de desperdicio. Y es que no debemos olvidar la
importancia que supone fomentar un desarrollo sostenible de la riqueza natural
de Galicia para que subsista y pueda ser disfrutada por las futuras
generaciones.
El 1 de julio de 2008, la Administración
Central traspasó las competencias para la gestión de las
Islas Atlánticas a la
Consellería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia; gestión
que se basará en la sostenibilidad y la preservación de los cuatro
archipiélagos (Cortegada, Sálvora, Ons y Cíes) y en la mejora de los servicios que se les ofrecerá a los
visitantes, entre los que se diseñará un plan de actuaciones medioambientales,
creación de rutas terrestres y rutas arqueológicas submarinas, reforma de los
faros, adaptación de caminos para discapacitados, entre otras. Coincidiendo con
el traspaso de este Parque Nacional, estos cuatro archipiélagos se han
convertido en el primer espacio marino español que se incorpora a la red OSPAR.
La tranquilidad que transmiten
estos paraísos cercanos de gran espectacularidad, estos parajes primitivos y
silenciosos -sólo rotos por los fuertes embistes de las olas y por los
chillidos de las aves marinas-, hace que el tiempo se detenga. El olor a mar,
la gran calidad de sus paisajes, de sus playas de arenas blancas y finas, la
presencia de su gran protagonista y dueño indiscutible de todas estas islas -el
fiero océano Atlántico- que, con la fuerza de sus aguas azul verdosas amenaza
sus roquedos y esculpe sus costas y acantilados, son motivos más que
suficientes para realizar una visita a cualquiera de estas cuatro joyas
naturales que estimularán todos nuestros sentidos. El mismo Álvaro Cunqueiro
imaginaba el día en el que el viejo Simbad volviese a las islas……
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