sábado, 30 de junio de 2012

Las islas atlánticas, paraísos cercanos (IV)

Finalizo el amplio reportaje sobre las islas atlánticas, con el artículo dedicado a las fascinantes y sumamente atractivas islas Cíes.


Las Islas Cíes, paraíso de los dioses.
Surgen de las aguas como si se tratase de un temible castillo atlántico, dominando el mar y  dispuesto a defender la entrada de la ría de Vigo de la agitación del océano. Batidas por las aguas, golpeadas por el viento y adoradas por el sol, el visitante descubrirá un archipiélago constituido por pequeños islotes y por tres islas principales: la de Monteagudo -la más septentrional-, la del Faro o del Centro, y la de San Martiño.

Habitadas desde tiempos remotos, fueron ocupadas por poblaciones celtas. Las crónicas históricas afirman que Julio César puso sus pies en ellas. Plinio, el geógrafo latino, las llamó “Islas de los Dioses”. Otros autores clásicos las denominaron Illas Siccas (“islas áridas”). Para otros, son las legendarias e imprecisas Casitérides de la costa occidental en donde cartagineses y fenicios compraban estaño producido en Galicia. Corsarios y piratas, entre ellos el famoso Francis Drake, convirtieron estas islas en objeto de saqueo y en improvisados campamentos. Durante la Edad Media, una población, dedicada a la pesca y al cultivo de las tierras, las ocuparon; junto con los frailes benedictinos, como así lo demuestran los restos de los monasterios que existieron -el monasterio de San Estevo, en la isla del Faro, y el templo de San Martiño-. Debido a los ataques de las naves piratas, fueron deshabitadas en el siglo XVI. Pero en el XIX, se levantaron dos fábricas de salazón, y las islas se repoblaron por familias que procedían de Bueu y de Cangas. Ya a mediados del siglo XX, quedaron abandonadas definitivamente, habitadas sólo por los reptiles, las aves y la flora.

La isla del Norte o Monteagudo nos ofrece un impresionante litoral escarpado y abrupto. Es en ella en donde se perfila la mayor elevación rocosa, con forma piramidal, de este archipiélago. El sistema dunar de Figueiras-Mixueiro merece una visita. Desde ahí, podemos dirigirnos, por su parte septentrional, a la cima más elevada de la isla, al faro de O Peito, muy cerca de un observatorio de aves. Y es que la Unión Europea incluyó a las Islas Cíes dentro de la Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).

La isla del Centro o del Faro se une a la isla de Monteagudo por medio de una escollera que forma una laguna intermareal, denominada Lago dos Nenos, y por los más de 1300 metros del arenal de Rodas, una playa de aguas limpias y transparentes y de arena luminosa que, como una  sonrisa pura o una blanca media luna, nace del mar, convirtiéndose en uno de los elementos turísticos más atrayentes de las Cíes. De hecho, ha sido considerada como la playa más bonita del mundo, según el diario británico The Guardian.




Tras este arenal, un pequeño y antiguo caserío, conocido como San Francisco de Afora, y que llegó a tener varias decenas de pobladores, hoy ya deshabitado, adorna con sus construcciones la ladera del monte.

En el sur de esta isla, una difícil y larga subida en zigzag encamina al visitante hacia el Faro de Cíes (cercano al otro faro construido en esta isla, el Faro de Porta, en Punta Canabal) desde el que se puede observar un espectacular conjunto paisajístico que abarca no sólo la bravura del océano sino también una asombrosa vista panorámica de Vigo, Cangas y Baiona; además  del Centro de Interpretación y Aula de la Naturaleza instalado en el interior del antiguo cenobio de San Estevo. Las obras de rehabilitación de este monasterio, para su nuevo uso, pusieron al descubierto una tumba antropomorfa que se puede visitar. Un cuartel de carabineros nos abstrae en historias de contrabando, actividad tan unida a estas costas; y un cementerio -al sur de la playa de Rodas-, en donde todavía se pueden observar tumbas con cruces centenarias para el descanso de los restos de los últimos vecinos fallecidos en la isla, nos sumerge  en las historias cotidianas de aquellos rudos isleños curtidos por el sol, por los trabajos y por los días.  El Muelle de Rodas, o los restos del castro, del siglo I a.C., ubicado en el lugar de As Hortas, en el lado izquierdo del camino que lleva al Faro, con su depósito de conchas y restos de sus muros y construcciones, son otros elementos que merecen una visita. Muy próximo al muelle, y hasta el mes de julio de 2008, todavía se levantaba un monolito de hormigón en honor al general Franco, construido por políticos simpatizantes de su régimen dictatorial, con motivo del veinticinco aniversario del golpe de estado. Pero ese horrible monolito ya ha sido, por suerte, derribado.



Un estrecho paso, de unos 500 metros de anchura, también denominado “O Freu da Porta” (como el canal que separa la isla de Ons de la de Onza) separa la isla del Faro de la del Sur o de San Martiño, que se encuentra en estado casi natural. Su playa del mismo nombre, de arenas finas y aguas cristalinas; los restos de un antiguo monasterio; un molino de agua; las ruinas de una fábrica de salazón y una cruz en Punta da Bandeira, que nos recuerda historias de numerosos naufragios, darán la bienvenida a todo visitante que se acerque a esta isla en estado casi salvaje.


El Faro de Bicos, en la parte meridional de esta isla, junto con el faro de Cíes y el de Porta en la isla de Monteagudo, se levantan alumbrando las noches y señalizando todo este extremo meridional del archipiélago. Y es que sus faros siempre han estado en alerta, avisando de los peligros que estas aguas transparentes esconden, como esas afiladas rocas, siempre acechantes, que se esparcen a su alrededor y que han sido las culpables de esos temibles naufragios. 

En estas islas, todavía se conservan especies vegetales que se han extinguido en las costas gallegas. Especies de sugestivos y curiosos nombres como la herba das pedras, la herba namoradeira, pirixel do mar, la estrelamar o la camariña se esconden por rincones y se esparcen por los llanos que interrumpen las escarpadas laderas.

No hay que olvidar el gran número de aves marinas que le dan vida a estas islas; aves que crían en las zonas occidentales, que se sustentan gracias a la riqueza que el mar les ofrece, aves que, con sus vuelos sobre las Islas de los Dioses, nos recuerdan que les pertenecen, convirtiéndolas, así, en un espacio de acceso restringido para poder garantizar su protección. Cualquier observatorio, natural u ornitológico, permite la observación de esta fauna compuesta, principalmente, por gaviotas patiamarillas –quizá la más importante colonia de esta especie de aves en el mundo-, cormoranes, araos,….. además de gran número de aves migratorias que han encontrado su refugio en los abruptos acantilados.

Todo este entorno natural se completa con los atractivos fondos marinos de gran riqueza, verdaderos tesoros botánicos y zoológicos, llenos de grutas o furnas esculpidas y excavadas por la fuerza del mar -como la Furna da Porta, la Furna do Inferno o la Furna do Cabalo-, o  el gran bosque de algas pardas que se cobija en estas aguas habitadas por centenares de especies marinas sin las cuales todo este ecosistema sería víctima de un grave desequilibrio. Además, la leyenda dice que los restos de un galeón español de la flota de La Plata, hundido a principios del siglo XVIII y cargado de otros tesoros, descansa en lo más hondo de estas aguas. Pero hasta ahora, nadie ha sido capaz de descubrir ni esa nave fantasma, ni los restos de las riquezas que transportaba.


Creo que no está de más recordar que espacio natural es igual a fragilidad. El valor de estas islas –que forman parte del Parque Nacional das Illas Atlánticas- va íntimamente unido a su nivel de conservación. Por ello, la visita a estos espacios naturales supone adquirir la responsabilidad de no molestar a la fauna y flora que nacen y se desarrollan en sus territorios y de no abandonar ningún tipo de desperdicio. Y es que no debemos olvidar la importancia que supone fomentar un desarrollo sostenible de la riqueza natural de Galicia para que subsista y pueda ser disfrutada por las futuras generaciones.

El 1 de julio de 2008, la Administración Central traspasó las competencias para la gestión de las Islas Atlánticas a la Consellería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia; gestión que se basará en la sostenibilidad y la preservación de los cuatro archipiélagos (Cortegada, Sálvora, Ons y Cíes) y en la mejora de los servicios que se les ofrecerá a los visitantes, entre los que se diseñará un plan de actuaciones medioambientales, creación de rutas terrestres y rutas arqueológicas submarinas, reforma de los faros, adaptación de caminos para discapacitados, entre otras. Coincidiendo con el traspaso de este Parque Nacional, estos cuatro archipiélagos se han convertido en el primer espacio marino español que se incorpora a la red OSPAR.

La tranquilidad que transmiten estos paraísos cercanos de gran espectacularidad, estos parajes primitivos y silenciosos -sólo rotos por los fuertes embistes de las olas y por los chillidos de las aves marinas-, hace que el tiempo se detenga. El olor a mar, la gran calidad de sus paisajes, de sus playas de arenas blancas y finas, la presencia de su gran protagonista y dueño indiscutible de todas estas islas -el fiero océano Atlántico- que, con la fuerza de sus aguas azul verdosas amenaza sus roquedos y esculpe sus costas y acantilados, son motivos más que suficientes para realizar una visita a cualquiera de estas cuatro joyas naturales que estimularán todos nuestros sentidos. El mismo Álvaro Cunqueiro imaginaba el día en el que el viejo Simbad volviese a las islas……



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