Hace unos días, mi pareja y yo
decidimos acercarnos hasta el milenario bosque de “As fragas do Eume”. Hacía
bastante tiempo que yo sentía curiosidad por conocer in situ cómo habían culminado
las labores de restauración del cautivador monasterio de Caaveiro, en el mismo
corazón de las fragas. Según las noticias y los comentarios que me llegaban, los
resultados de la recuperación y rehabilitación de ese cenobio parece que habían
sido excelentes, y así es como bien pude comprobar.
La última vez que habíamos
visitado Caaveiro y sus exuberantes fragas fue hace años, a poco de iniciarse
todo el proceso de restauración del monasterio. Desde entonces, y a pesar de la
cercanía del lugar, no habíamos vuelto. Hace escasos días, nos sumergimos, de
nuevo, entre la fresca espesura y la verde frondosidad de este fascinante
bosque atlántico.
Dejamos el coche en el primer
aparcamiento habilitado a la misma entrada de las fragas, a escasos metros del
Centro de Interpretación del Parque y del restaurante Andarubel, además de ser,
también, la zona de estacionamiento del bus que, gratuitamente, acerca a todo
aquel que lo desee hasta los pies del mismo monasterio de Caaveiro. Pero en
lugar de utilizar los servicios que el autobús nos ofrecía, decidimos realizar
el trayecto, hasta el cenobio, caminando por la pista que discurre siempre
junto al río Eume.
Nuestros recuerdos nos fallaron y no nos percatamos de la
considerable distancia que existe entre el Centro de Interpretación y Caaveiro.
Casi dos horas de caminata, a paso ligero. Más tarde nos informaron de que el
trayecto es de casi ocho kilómetros, una longitud más que suficiente y
respetable para los que perdimos el saludable hábito de coger el “coche de San
Fernando: un poquito a pie y otro poquito andando….” Por suerte, en el momento
de regresar (otros casi ocho kilómetros), el chófer del autobús -no sé si por
humanidad, por pena o por deber- nos permitió subir al autocar, a pesar de que
no habíamos sacado los billetes a nuestra llegada al parque, billetes que te
dan derecho a utilizar el ómnibus tanto en el viaje de ida como en el de
vuelta. Evidentemente, a este amable conductor le estaremos eternamente
agradecidos, puesto que nuestros ánimos, para tener que enfrentarnos a otros
ocho kilómetros de recorrido, se habían volatilizado y nuestras extremidades
inferiores, especialmente los pies, apenas respondían a las órdenes de nuestros
cerebros.
¡Por fin!, pude comprobar los
magníficos y acertados trabajos de intervención integral efectuados por los
arquitectos Isabel Aguirre y Celestino García en el monasterio: la restauración
de los edificios monacales y la recuperación de la cubierta y del camino de
acceso. La Casa del Guardés se ha transformado en el punto de acogida de
visitantes y en cafetería. Todas las construcciones que conforman el conjunto disponen,
ahora, de paneles explicativos que informan sobre el uso que, en su momento,
tenía cada edificio: “Casa dos Coengos”, “Casa de Don Pío”, “Casa das Bestas”, “Casa
do Forno”. También he podido constatar los destrozos que, por desgracia, un
furioso incendio provocó en las fragas, allá por el mes de abril, asolando una
buena extensión de este bosque y dañando una gran parte de las especies
vegetales.
En definitiva, creo que se ha
respetado, en todo lo posible, la esencia del conjunto arquitectónico original.
Pero como se nos hacía tarde, no solicitamos
la visita guiada. Tengo pendiente, pues, volver y requerir el apoyo de un guía
para recorrer, de nuevo, con más tranquilidad y mayor y mejor información, este
admirable espacio mágico, natural y arquitectónico.
Lo que, a continuación, relato,
corresponde a un breve artículo sobre las fragas titulado “As fragas do Eume,
entre la tierra y el cielo” que, en su momento, escribí, para una revista. Por
entonces, las operaciones de rehabilitación del monasterio estaban en su
primera fase.
AS FRAGAS DO EUME, ENTRE
Entre las ruinas de viejos
monasterios, guardianes de secretos y desafiantes del paso del tiempo, y los
sinuosos meandros del río Eume, los ecos de un pasado medieval de leyendas y de
poder se perciben en el imponente paisaje de As Fragas do Eume.
As fragas do Eume
La comarca de As Terras do Eume, situada a escasos
kilómetros de Ferrol, recibe su nombre del Eume, el principal río que la
recorre y uno de los más caudalosos de Galicia.
El verdadero y auténtico tesoro
de estas verdes tierras son sus fragas.
Es el bosque Atlántico Termófilo mejor conservado de Europa, una verdadera
reliquia y un ecosistema único en
nuestro continente, junto con el de la localidad de Killarney, en el condado
irlandés de Ferry. Humedad, sombra y bajas temperaturas son las claves que
singularizan este espacio. Cerca de cien especies vegetales dan vida a esta
reserva natural que apenas sufrió cambios desde la época Neolítica, de ahí su
enorme importancia que nos permite imaginar cómo era nuestro Viejo Continente
hace miles de años. Es, además, una de las zonas con mayor valor faunístico de
España; algunas de sus especies de animales están en peligro de extinción.
Búhos reales, murciélagos, ardillas, gatos salvajes, zorros, halcones, nutrias,
entre otras especies, habitan bajo y sobre sus árboles.
Me adentro por este gran corredor
forestal, de casi 20 km .
de bosque que se extiende por una superficie de 9.125 hectáreas ,
abarcando cinco municipios. Los grupos de robles, además de otras especies
arbóreas, y también los de ribera, abovedan todo este grandioso espacio natural
proporcionando un enorme placer al visitante de estas tierras.
Una amplia
variedad de helechos, hongos y líquenes de diversas clases, algunos de ellos
datados en la era Terciaria, constituyen su gran riqueza floral, siendo elementos
naturales imprescindibles para la conservación y el mantenimiento del
equilibrio ecológico de esta zona, además de dotar al paisaje de una gran
paleta con diversas tonalidades. Las laderas que, ya cerca de la desembocadura
del río Eume, se inclinan con suavidad, desarrollan una potente verticalidad
hasta convertir a este lugar en un estrecho cañón de plantas y de humedad y en
una atrayente y auténtica cascada de verdor.
Esta singular y abrupta belleza
paisajística empezó a estar amenazada por ataques externos, por lo que la Xunta de Galicia decidió
declarar este entorno parque natural con el fin de protegerlo.
Entre esta explosión de verdor,
se yerguen, majestuosos y orgullosos, los monasterios de San Xoan de Caaveiro
–atalaya física y espiritual- y de Santa
María de Monfero -imperial y majestuoso-, próximos, ambos, a las aguas del río
Eume, disponiendo, de esta forma, de espacios con agua para los cultivos y para
el trabajo en el molino con el objetivo de que sus antiguos moradores no
tuviesen que desplazarse fuera de los límites monacales.
Ambos monasterios atraen, no sólo
por el arte que guardan y la cultura y formas de vida que albergan, sino
también por la paz que inspiran. Cada uno de ellos, a pesar de ubicarse a
escasos kilómetros uno del otro, posee una personalidad peculiar ya sea por su
emplazamiento, por los materiales empleados en su construcción o por la
atmósfera que desprenden.
Monasterio de Caaveiro |
Monasterio de Monfero |
San Xoan de Caaveiro y Santa María de Monfero.
Dirijo mis pasos, primero, hacia
el mismo corazón del bosque, en donde en el municipio de A Capela, y colgado
sobre el río, se esconde el monasterio de San Xoan de Caaveiro, una pequeña joya
benedictina, con una hermosa iglesia románica del siglo XII. Se trata,
probablemente, de uno de los más bellos
conjuntos monacales del norte de la Península.
Está enclavado sobre un promontorio elevado que se levanta
entre altos peñascos a modo de fortaleza monacal. Rodeado por el río Eume y su
afluente el Sesín, me produce la sensación de una isla ubicada dentro de un
paisaje exuberante de verdor o bien una frondosa arquitectura constituyendo
parte de la vegetación autóctona y transformándose en vigía de uno de los más
bellos rincones de este entorno natural. Además, su situación refleja un
refugio adecuado para la vida religiosa y ascética, sólo rota por el fluir del
río Eume.
En mi recorrido y subida al
monasterio, recuerdo las palabras de Ambrosio Morales, enviado de Felipe II en
busca de las reliquias y los manuscritos que sirvieran para la santificación de
El Escorial, y que estuvo a punto de abandonar su objetivo por llegar a
Caaveiro pues “cuesta muy caro el llegar
a él a pie, que a caballo quasi es imposible, y con esto tiene bien fundada la
soledad”. Con estas palabras, se refería Morales a los 14 kilómetros de
camino que recorrió serpenteando la orilla del río Eume y que, en su ascenso,
se encuentra con su afluente el Sesín.
Los orígenes del monasterio no
son claros. Los inicios de su fundación se pierden en la historia; aunque se cree que los primeros cristianos de los
primeros siglos hayan sido los fundadores de este monasterio, construyendo,
primeramente, un eremitorio; pues este enclave, de difícil acceso y apartado,
proporcionaba un nulo contacto con el mundo para dedicarse, de esta manera, a
la vida espiritual y reflexiva.
Sí se sabe que San Rosendo, en el
siglo X, fundó un cenobio, en los alrededores de este lugar, por medio de
donaciones y reuniendo a ermitaños que se dedicaban a hacer vida penitente por este
entorno, y que vivían en chozas y se alimentaban de hierbas y raíces.
Cuenta la leyenda que al asomarse
San Rosendo un día por la ventana, y viendo el tiempo que hacía, exclamó: “¡¡qué oscuro está el cielo!!”, frase de
la que, inmediatamente, se arrepintió, por lo que pudiera originar a la divina
Providencia. Como castigo por esas palabras, tomó la decisión de ceñirse un
cilicio que cerró con un candado y cuya llave lanzó al río. Pero días después,
un salmón, pescado y llevado al cenobio, traía en sus entrañas la llave del
candado y, por tanto, la señal del perdón por esas impulsivas palabras.
A lo largo de los siglos XII y
XIII, esta pequeña comunidad monástica disfrutó de beneficios concedidos por
monarcas gallegos y también por reyes castellanos que continuaron con la
política de aumentar la riqueza de Caaveiro. A pesar de que, en sus orígenes,
este monasterio pertenecía a la
Orden de San Benito, en el siglo XIII ocupó sus instalaciones
la Orden de San
Agustín, otorgándole un carácter de real colegiata. Todo ello ayudó a la
consecución de un poder y de unos privilegios, provocando alguno de ellos una
serie de conflictos. Así, Alfonso XI se enteró de las quejas de quienes se
sentían agobiados por los tributos que el prior Yánez exigía e incluso por otro
tipo de servicios, ya que “les llevaban e
les forzaban las mujeres e les tomaban cuanto avian e los tenian presos en
casas fuertes hasta que les davan quanto tenían”.
Pero después de épocas de
esplendor, llegó la decadencia provocada, precisamente, por esos abusos de
alguno de sus priores en relación a los tributos cobrados a los habitantes del
entorno y que causó una sucesión de desacuerdos y pleitos, quedando abandonado
el monasterio de San Xoan de Caaveiro en el año 1806, cuando falleció Miguel
Mon, su último prior. Ya en el año 1836, con la llegada de la desamortización,
estas posesiones fueron vendidas por el Estado a particulares que restauran la
iglesia en los primeros años del siglo XX. Las reliquias de San Rosendo se
trasladaron a Santiago, y las campanas y algunas imágenes fueron llevadas a
iglesias de la zona.
Se sabe que este cenobio gozó de
una fama que ha sobrepasado las fronteras, contando con la visita de Lord
Byron, aprovechando un viaje realizado a Lisboa, y de Eduardo VII de Inglaterra
que, siendo príncipe de Gales, viajó con una escuadra hasta el puerto ferrolano
y aprovechó, igualmente, su estancia en la ciudad de Ferrol, para visitar
Caaveiro.
Parece que antiguamente
existieron dos iglesias, aunque hoy sólo se mantiene el pequeño templo románico,
del siglo XII, de Santa Isabel.
Arquitectónicamente, destaca su ábside
semicircular, con tres ventanas con dos pares de columnas cada una y apoyado
sobre un soporte de arcos con el objetivo de salvar el desnivel del terreno. Me
llama la atención su portada que presenta una doble arquivolta de medio punto
sobre cuatro columnas con la representación del Agnus Dei en el tímpano.
Sobresale, igualmente, la elegante torre
barroca del siglo XVIII, obra de Clemente Sarela, sobre la portada que cierra
el atrio, y otras instalaciones que componen el resto del conjunto declarado
Monumento Histórico Artístico en el año 1975 y, actualmente, restaurado y
reconstruido por la
Diputación de A Coruña.
Igual atención merece el
monasterio cisterciense de Santa María de Monfero, a escasos kilómetros
del de Caaveiro, situado en el municipio que lleva su nombre y enclavado entre los valles de los ríos Eume y Lambre,
con una silueta que todavía se levanta majestuosa en estas tierras altas. Se
trata de una de las más importantes abadías que ha tenido el Císter en Galicia.
Fue declarado Monumento Histórico Artístico en el año 1941, procediendo, desde
el año 1970, con el impulso de Chamoso Lamas, a la restauración de la fachada
de la iglesia, salvándose, así, de la ruina. Ya en el año 1993, la Xunta de Galicia acomete un
proyecto de reconstrucción de las bóvedas, de restauración del claustro
procesional y de otras dependencias.
En Santa María de Monfero, se
guardan los restos de parte de la familia de los Andrade, muy presentes en toda
esta comarca, constituyendo, así, un hito en la ruta que sigue las huellas de
la casa de Andrade.
No están demasiado claros los
orígenes de Santa María de Monfero. Parece tener sus inicios en el siglo X,
cuando se construyó una ermita que fue, posteriormente, destruida por las
invasiones normandas. Se cuenta que, al igual que su vecino monasterio de San
Xoan de Caaveiro, fue fundado por San
Rosendo. Otra teoría defiende que nació de la unión de dos ermitas: la de San
Marcos y la de Nuestra Señora de la Cela.
Pero parece que fue Alfonso VII quien ordenó la transformación
de la ermita de San Marcos en monasterio, con la llegada de seis monjes
procedentes de Santa Marina de Valverde, en el Bierzo. Ya en el siglo XII,
concretamente en el año 1135, comienza la construcción del monasterio, de
origen románico. Y será en este siglo cuando este monasterio se conozca por la
riqueza de sus preciosos códices y por el trabajo de sus escribanos.
Las bases patrimoniales del
cenobio quedaron confirmadas, en el primer tercio del siglo XIII, gracias a una
gran cantidad de donaciones sucedidas a lo largo de los años por numerosas
familias y que fueron asegurando y consolidando las propiedades territoriales
del monasterio, y permitiendo el arranque de lo que sería el imperial monasterio
de Santa María de Monfero, llegando a convertirse en una potencia territorial
codiciada por diversos señores.
Y es que la historia legendaria
del monasterio de Monfero se caracteriza por la sucesión de enfrentamientos,
envidias, hechos violentos, asesinatos como los cometidos contra varios
religiosos. También los robos, a lo largo del siglo XIX, han ido vaciando, poco
a poco, su interior. A todo esto hay que añadir la furia de los rayos que
causaron daños en el conjunto monacal a lo largo de los siglos.
Después de épocas de esplendor,
el monasterio de Santa María de Monfero entra también en decadencia que, al
igual que el caso de su vecino Caaveiro, finaliza con la desamortización de
Mendizábal. La Guerra
de la Independencia
provocó un grave quebranto económico acentuado por la expulsión de la comunidad
religiosa en el año 1820.
En mi recorrido por este
grandioso monasterio, descubro que, de las dependencias medievales, no queda
nada en pie, salvo parte de uno de los muros laterales de la iglesia, además de
otros restos. Posiblemente, la iglesia medieval tuviese una planta de tres naves
con otras tantas capillas rectangulares en la cabecera. Su reconstrucción, en
el siglo XVII, lo convierte en uno de los ejemplos más notables del barroco
gallego. Se derriba la anterior iglesia y se encarga el maestro Simón de Monasterio
de la edificación de la nueva, de planta de cruz latina y de una sola nave, en
la que destaca la original fachada barroca ajedrezada, de un barroco puro, alternando los sillares de pizarra con los de
granito, además de dos pilastras con capiteles de estilo corintio que se elevan
hasta la cornisa y las cuatro grandes columnas que decoran esta imponente
fachada. Posee una única torre, aunque
se cree que, en el proyecto original, figuraban dos. Sobresale, también, su
grandiosa cúpula octogonal de sello italiano.
Me adentro en su nave. La bóveda
está embellecida con casetones y la de la sacristía aparece profusamente
decorada con formas geométricas diversas, cruces y rosetas.
En su interior destaca el retablo
pétreo de la capilla de la
Virgen de Cela realizado en el año 1666. Pero lo que más
atrae mi atención es la notable presencia de los sepulcros de los señores
feudales más poderosos que gobernaron estas tierras y que dejaron su huella a
lo largo de este territorio. Y es que este monasterio fue el elegido por la
nobleza medieval como lugar de enterramiento. Sólo se conservan dos sarcófagos
en el altar mayor, uno a cada lado, y dos laudas sepulcrales en el extremo del
crucero sur. El de Nuño Freire de Andrade, “O Mao”, sepulcro gótico, responde
al convencionalismo de la época, representando a un caballero con armadura,
casco y espada y que apoya sus pies sobre un pequeño jabalí. El de su hijo, Pedro
Fernández de Andrade es, también, una figura armada que aparece acompañado por
dos ángeles sobre su almohadón y por dos perros junto a sus pies. En el lado
meridional de la nave del crucero, y dispuestos en paralelo, se encuentran las
laudas sepulcrales de Fernán Pérez de Andrade y la de Diego de Andrade que
apenas muestran elementos ornamentales. Todos
ellos aumentan el interés de este ejemplo monacal del barroco gallego.
Tres claustros terminan de
conformar el recinto monacal: el claustro renacentista denominado de la Hospedería en donde
todavía se pueden apreciar restos del antiguo recinto románico; el claustro
Reglar, con su fuente barroca, y en el que trabajó el maestro Juan de Herrera y,
por último, el claustro conocido como el oriental y que fue levantado entre los
siglos XVII y XVIII.
En definitiva, las fragas son un
enclave natural que requieren una protección constante y que se han convertido
en referente para los amantes del medio natural. Su proximidad al mar y a las
riberas del Eume le confieren ese carácter tan especial de bosque atlántico que
ofrece agradables sorpresas a quien lo visita. Y es que todo el bosque es un
verdadero laberinto, un entorno mágico, en el que nuestros sentidos se pierden
y dejan paso a la imaginación; en el que en cada rincón hay un tesoro de vida
natural que permanece ahí para poder conocerlo, y en el que cada rincón
monástico encierra, entre sus piedras y la hiedra, secretos y misterios del
pasado que invitan a descubrirlos. Son un perfecto y pequeño paraíso terrenal
desde donde casi se roza el cielo.
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